sábado, 24 de mayo de 2014

Leyendo a Proust (uno)

Leyendo a Proust se aprende a leer


En cierto momento la lectura de Proust deja de ser una experiencia autónoma y una decisión deliberada, es decir, el texto se impone sobre la voluntad del lector y modifica la traza de su plan rector.   Eso -se me ocurre ahora- es una de las características que definen a aquellos libros que la historia de los consensos críticos ha dado en definir como “clásicos”. Imponen su ritmo.

El estilo de Proust se cimenta en la duración de la frase (Proust es sobre todo una forma de escritura, una sintaxis) lo que hace que el ritmo de lectura sea lento y atento y que por momentos haya que desandar el camino y volver atrás para recuperar y reorganizar las ideas. De no ser así, se corre el riesgo de naufragar en el vértigo de su estilo caudaloso y en el desconcierto sintáctico de la frase proustiana.

El estilo torrencial y reflexivo de Proust no siempre depende del efecto disparador del recuerdo como relámpago, también la contemplación de una catedral, un cuadro o de un grupo de muchachas en flor caminando despreocupadas por las playas de Balbec, puede poner en funcionamiento un acelerado mecanismo tentacular y digresivo de ideas y reflexiones.

Parte del universo de En busca del tiempo perdido: La memoria involuntaria, la práctica de la observación permanente, las reflexiones sobre el sistema de interrelación y comportamiento burgués en una sociedad fronteriza entre dos siglos y el arte como estímulo directo, casi primario para interpretar y darle forma y sentido al mundo. El amor, los celos, el deseo.

Al comienzo del capítulo dos de la segunda parte, el narrador de El congreso de literatura de Cesar Aira se concentra en “atenuar” su hiperactividad cerebral.  Esa hiperactividad –me parece- es la que de manera inevitable desborda al narrador de la novela de Proust.

Proust como Joyce es también una conciencia narrativa. Ahí donde el irlandés se desboca y perfora la superficie del lenguaje, Proust se arroja sobre él y lo exprime hasta el abuso. Hace del idioma francés  un material elástico y desconcertante. De esa manera pone a prueba la paciencia del lector. Proust complejiza y disgrega el trayecto hacia el significado. Joyce quiere clausurarlo.


Caprichosamente lo sé, algunas entradas del Borges de Bioy Casares me recuerdan escenas de En busca del tiempo perdido. Es -entre otras cosas- una disección cruel y brutal de la burguesía ilustrada argentina de mediados del siglo XX: de sus relaciones y del sistema de creencias, alianzas y conspiraciones  que las sostenían. Esa beligerancia también está en Proust, salvo que sus personajes, el torbellino de ideas y la belleza de su prosa asordinan ese efecto de incomodidad e indignación que el libro de Bioy provocó en algunos lectores “desprevenidos e inocentes”. En vida, pudorosamente tuvieron el buen tino de esconder y camuflar sus juicios,  Bioy en un diario íntimo y Proust en su novela, genero este último, más permeable a la ambigüedad y claro, algo menos reprochable.

D.Z.

sábado, 15 de febrero de 2014

Literatura argentina


Farrés, Pablo. (2011). Literatura argentina. Buenos Aires: Pánico al pánico.


Suele pasarme con los alguno de los textos que más me interesan: la novela de Farrés me gustó por razones que no termino de entender. Es, como si el valor inherente a la naturaleza misma de la literatura nos fuera persistentemente vedado por la resistencia del lenguaje.  Como la definió Quintín, es intrincada, onírica  y autorreferencial. Este libro, de una inteligencia de a ratos infranqueable y que está escrito con un lenguaje intervenido por la lógica delirante de un colifato, reclama para si un lector acostumbrado a buscar significados entre los escombros que  la obra vanguardista de Joyce dejó en la literatura del siglo veintiuno.

miércoles, 29 de enero de 2014

Limpieza de sangre

Pérez-Reverte, Arturo. (2011). Limpieza de sangre. Madrid: Alfaguara.

Muy divertida continuación de las aventuras del Capitán Alatriste. Bien escrita, con pasajes de fina ironía, nuevamente aparece logrado el personaje de Francisco de Quevedo. En cuanto a Madrid, dan ganas de darse un paseíto por esas calles...

lunes, 20 de enero de 2014

La sinagoga de los iconoclastas

Wilcock, J. Rodolfo. (1999). La sinagoga de los iconoclastas. Barcelona; Anagrama.

La sinagoga de los iconoclastas pertenece a la familia institucionalizada de los libros inclasificables. Sus personajes -inventores, pastores, utopistas,  sabios y teóricos- son seres cuya demostración fáctica de sus saberes en ocasiones limitan con la locura y el crimen mesiánico.  Las empresas encaradas por estos hombres son demenciales e impracticables, cuando no innecesarias. En ocasiones niegan la progresión histórica y aborrecen el avance tecnológico y el progreso social. Declaman verdades esotéricas y proponen una vuelta del hombre a su estado primitivo. Las teorías expuestas, están dictadas por la intuición, el capricho, la vanidad y el dogma religioso. Son teorías cuyo espíritu abarcador y monstruoso pueden explicar tanto los cambios en la moda femenina como años de evolución biológica. La estrategia narrativa de Wilcock deriva en informes sumarios de falsa e hilarante erudición. Su humor negro, su inteligencia y su imaginación desbordada  nos  recuerdan qué parte de la mejor literatura está hecha de puro  artificio.
La sinagoga de los iconoclastas puede leerse como una continuación natural de Las vidas imaginarias de Marcel Schwob y las biografías concentradas y apócrifas de Historia universal de la infamia de Borges. Su galería de parias y excéntricos y su formato enciclopédico invitan a la genealogía.

Apartado a La sinagoga de los iconoclastas
Rodrigo Fresán dice que La flecha del tiempo de Martin Amis, donde se cuenta la vida de un hombre de forma inversa al paso del tiempo, es un robo a El mundo cotrareloj  de Philip K. Dick. El propio Amis alienta esa sospecha al no mencionar al autor de Valis en el postfacio de su libro. Ahí se mencionan lecturas y escritores que sirvieron de inspiración para la escritura de la novela. 
Sin embargo existe otra posibilidad, incomprobable claro está, pero más interesante: que Amis haya leído a Wilcock. La última entrada de La sinagoga de los iconoclastas está dedicada al ciudadano francés Felicien Raegge, que “tuvo la intuición de la naturaleza invertible del tiempo” y cuya teoría fue expuesta en su libro publicado en 1934 y titulado, si,  La fléche du temps.  


El Capitán Alatriste

Pérez-Reverte, Arturo. (2011). El Capitán Alatriste. Madrid: Alfaguara.

Llegó a mis manos tarde. Ni siquiera sabía que era el inicio de una muy exitosa saga de novelas que tienen como protagonista al mencionada Capitán y al fiel Iñigo, relator de las aventuras.
Fuera de todo prejuicio, su lectura me significó un gran placer. Relato novelesco a la manera de Dumas o de Salgari (más cerca del primero tal vez), transcurre en el llamado Siglo de Oro de las artes españolas, durante el reinado del "cuarto de los Felipes". Personajes históricos se entremezclan con los otros; resulta muy logrado Francisco de Quevedo.
La utilización de un castellano antiguo y rico no interrumpe la plácida cadencia del relato. Está muy bien escrita.
Pinceladas deliciosas de una ciudad y un tiempo de leyenda. Madrid, tan protagonista como Alatriste.
Voy a seguir con el resto de la saga, sin dudas.