César Aira: Pinceladas
musicales.
Promediando la lectura de
Pinceladas musicales, uno de sus personajes, un linyera con modales
Bartlebyanos, le dice a su protagonista que para que a un pintor lo tomen en
serio, debería al menos pintar cien cuadros. Hay en ese enunciado no sólo una
valorización cuantitativa de la obra, sino que invita a pensar la figura del
artista sin obra. Parte de la novela transita esa idea.
El protagonista de Pinceladas
musicales es “un artista pintor”, un vecino de Pringles retirado del comercio
al que le ofrecen pintar un mural en las paredes del salón de actos del Palacio
Municipal, el ofrecimiento se debe a su
“reputación”, al “prestigio ambiguo que
se ganan en un pueblo los que practican actividades improductivas” y “porque
hay un pintor (…) al que no se le encontraba función”, y es ahí donde se pone
en juego la valorización que en distintos ámbitos se hace de la actividad
artística y del éxito en términos productivos que esta tiene, en otras palabras:
que hacemos con el vago del pueblo. Es de destacar que Aira convenientemente rodea
a su artista de una obra inexistente. Pero otro es el motivo que el narrador señala: romper con la uniformidad del paisaje
urbano que hacía de esos pueblos lugares idénticos unos de otros y la necesidad
de subsanar la falta de representación simbólica de la que adolecía Príngles,
un hecho algo extraño si se tiene en cuenta que la novela transcurre en los
años del primer peronismo.
La trama es mínima y se va desgranando
entre personajes excéntricos y reflexiones inteligentes que representan lo más
jugoso y sustancial del texto, en él Aira va entramando entre los capítulos del
libro, todo un pequeño aparato crítico sobre la pintura y el arte, a la vez que
invita a leer esta novela y acaso buena parte de su obra en relación a textos
ensayísticos como Sobre el arte
contemporáneo, donde analiza las vanguardias en el arte y se posiciona ahí,
en ese espacio donde la obra es indisociable del contexto donde se genera y se desarrolla.
Una cosa resulta evidente, a esta
altura Pringles forma parte de esos territorios míticos tales como el condado
de Yoknapatawpa de Faulkner o el pueblo Ile-Combray en la obra de Marcel Proust,
y hay en Pinceladas musicales un
guiño a esos lugares donde circulan y se trafican los relatos[1],
ese espacio de concentración en Pringles es el hotel donde en los relatos quedaban
“cosas sin decir, episodios enteros omitidos” que el narrador completaba con
“reflejos de lecturas y con la desenvoltura de la naciente vocación literaria”.
Por supuesto que tratándose de una novela de Aira, las desviaciones en la trama,
las digresiones y los “disparates” están presentes como una marca indeleble,
hay una mujer que tiene un encuentro revelador con un árbol, un fugitivo enano
que después de haber matado a un hombre logra esa condición para que la culpa
no tardara tanto en ocupar la totalidad de su cuerpo, el pintor en su retiro a
una vida de contemplación es visitado por el fantasma de su mujer y termina compartiendo
territorio a orillas del arroyo Pillahuinco con un grupo de linyeras. Y acaso
los planos de esa “casita” de estructura ensamblada junto al arroyo que le construyó un carpintero
de acuerdo a las indicaciones de ese modelo, sean la única prueba de su arte. Finalmente
la prosa de Aira, un tono lírico que como una ola incontenible arrastra a todo
el texto y que es fruto de la poesía y de lecturas que se fueron contaminando y
que no excluyeron la fábula y el cuento infantil, puede que de ahí surja ese
efecto de encantamiento al que alguna vez se refirió Juan José Becerra. Ese efecto y la invención
disparatada me recuerdan al malogrado Richard Brautigan. Dudo que Aira lo haya
leído y puede que la comparación sea digna de uno de esos disparates.
Diego Zappa
Cultura Perfil
Domingo 22 de septiembre 2019