Boris Groys
(...) ¿qué es la libertad? Es ante todo tiempo libre, es decir, no trabajar: libertad por oposición a trabajo. Y entonces me pregunto, como se han preguntado tanto otros: "Es posible crear cultura sin trabajo?". Creo que ésa es la pregunta decisiva, pues se vive en una disyuntiva. Por una parte se piensa que cuando uno tiene que ver con la cultura, está por encima de cosas tales como ganarse la vida, y como el dinero y el trabajo. Uno se siente un elegido, se siente distinto de las masas, que sólo trabajan para ganar dinero. Y el museo ofrece una posibilidad de producir arte realmente más allá del trabajo: mediante una decisión pura, subjetiva, de otorgar a determinadas cosas inmortalidad o, al menos, una larga duración. Si los museos sucumbieran, se perdería esa posibilidad. Entonces tendremos que trabajar aun más, y hace mucho que trabajamos demasiado.
¿Nosotros los intelectuales?
¿Por qué intelectual? Ya no me siento un intelectual. Me siento como un trabajador del siglo XIX, porque lo que realmente hago es escribir, teclear. Produzco letras, hora tras hora, lo que sin duda no es ningún trabajo intelectual, sino un trabajo puramente manual, amorfo, agotador. Estas letras luego son reunidas, publicadas, reproducidas: es un sistema de explotación, como el que experimentaba todo trabajador en el siglo XIX y mucho antes también. Todo el sistema del libro, todo el sistema de la escritura, está organizado de manera que uno produce un texto con sus propias manos, que luego una editorial, es decir, una empresa, reproduce y vende. Si me comparo con las demás personas de mi civilización, me siento como un zapatero del siglo XIX, como un artesano: soy un artesano de la escritura. Entonces, cuando uno escribe sobre soberanía, sobre deseo, guerra, violencia, explosión y autenticidad, está haciendo al mismo tiempo algo que hace todo artesano normal. Como escritor uno se encuentra en la situación de un trabajador y no en la de un soberano y, por cierto, en el estadio más bajo del desarrollo industrial.
Es difícil imaginar una discrepancia mayor.
Justamente. Esta es hoy la situación de la cultura. Todas estas personas que trabajan en la industria cultural, en los medios, trabajan como endemoniados. Y cuando se trabaja tanto, eso no tiene nada que ver con la cultura. También en los medios de masas se puede producir arte, pero de este arte emana un olor a sudor. Lo que queremos, por el contrario, es cultura sin olor a sudor.
Cuando se mira retrospectivamente, tal vez haya habido dos o tres épocas sin olor a sudor. Pensemos en la Atenas de los siglos V y VI a.C.: Diógenes podía sentarse en un barril, y esto era ya un gesto filosófico. O podía deambular por el mercado a plena luz del día con un farol. Eso era suficiente; no era necesario que escribiera nada. La segunda variante conocida históricamente de un arte de performance tal la logró San Francisco de Asís, y por último llegaron justamente Duchamp y el arte de performance de los años sesenta. En Europa tuvimos, entonces, más o menos tres lugares en tres momentos diferentes en los que se podía producir un gesto cultural sin olor a sudor, sin trabajar. Uno se sentaba en un barril, se sacaba la ropa, o exhibía un urinoir, y eso era todo. Si olvidamos ahora la incómoda pregunta acerca de si eso es arte o filosofía o qué es en realidad, y nos preguntamos si podemos ser libres en este simple sentido, la respuesta es muy desencantadora. La respuesta es "a veces"; esto es, tres o cuatro veces en cuatro mil años, el resto del tiempo no.
en Política de la inmortalidad.
Katz Editores, Buenos Aires, 2008.
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