En 1949, Borges publicó Deutsches Réquiem, su gran relato sobre el nazismo. Otto Dietrich Linde Linde, su única voz narradora –camino anticipatorio y audaz-, subdirector del campo de concentración de Tarnoitz, declarado culpable por “torturador y asesino”, la noche que precede a su ejecución decide hablar, “no para ser perdonado” sino para ser “comprendido”. Y en un momento de su soliloquio define el nazismo como “un hecho moral” que está llamado a fundar el nuevo hombre.
En Algunas reflexiones sobre la filosofía del hitlerismo (1934), Emmanuel Levinas expone la idea que la filosofía del nazismo implicó una ruptura radical con las ontologías judeocristiana y liberal. Dichas concepciones-dice Levinas- disociaron el ser en cuerpo y espíritu: la razón de la filosofía moderna y el alma cristiana desataron los lazos de la existencia concreta, lo que permitió el sentimiento de la libertad absoluta del hombre respecto del mundo, del orden fáctico. El cuerpo es el obstáculo que aprisiona el impulso libre del espíritu, y lo trae de nuevo a las condiciones terrenales. En este sentido, siempre habrá un sentimiento de extrañeza con el cuerpo. Pero este sentimiento de extrañeza, paradójicamente, es la condición de la libertad.
La filosofía "hitleriana", en cambio, significó un cambio radical en la concepción del ser. El cuerpo ya no es sólo un accidente que pone al hombre en relación con el mundo implacable de la materia: su adherencia al yo vale por sí misma. Este sentimiento de identidad entre el yo y el cuerpo-dice Levinas- no permite la dualidad del espíritu libre que se debate contra el cuerpo al que se habría engarzado. Al contrario, la esencia del espíritu consiste en ese encadenamiento al cuerpo. Se despliega, de esta manera, una idea meramente biológica del hombre. La voz de la sangre, los llamados de la herencia y del pasado regresan triunfales. No es casual, en este sentido, que el relato de Borges comience con Linde dando cuenta de su genealogía.
Si el nazismo encarna e impulsa esta idea “instrumental” del ser, Linde, de algún modo, necesita, para ser merecedor de ella, despojarse de ciertas “timideces cristianas”. “Ignoro si Jerusalem- escritor judío que admite haber asesinado- comprendió que si yo lo destruí, fue para destruir mi piedad. Ante mis ojos, no era un hombre, ni siquiera un judío; se había transformado en el símbolo de una detestada zona de mi alma. Yo agonicé con él, yo morí con él, yo de algún modo me he perdido con él; por eso, fui implacable”. Lo que muere en Linde, por supuesto, es el hombre “viciado”, y alumbra el “nuevo hombre”, objetivo, por lo demás, de los regímenes asesinos de masas.
Si Levinas registró este cambio ontológico a poco de iniciado el régimen nazi, Borges lo tematizó algunos años después. Sin embargo, hay algo más en su relato. Y es la percepción del fracaso del humanismo como potencia domesticadora del hombre. Dice Peter Sloterdijk en Normas para el parque humano. “Los libros, dijo una vez el poeta Jean Paul, son voluminosas cartas a los amigos. Con esta frase llamó él por su nombre de modo refinado y elegante a lo que es la esencia y función del humanismo: una telecomunicación fundadora de amistad por medio de la escritura. Lo que se llama humanitas desde los días de Cicerón, pertenece en sentido tanto estricto como amplio a las consecuencias de la alfabetización”. Apasionado de Brahms y lector de Schopenhauer y Shakespeare, Linde advierte en su discurso: “Sepa quien se detiene maravillado, trémulo de ternura y de gratitud, ante cualquier lugar de la obra de estos felices, que yo también me detuve ahí, yo el abominable”.
La crisis de la humanitas es uno de los temas de La montaña mágica (1924), de Thomas Mann. Al final de ese texto central, cuando Hans Castorp – uno de sus protagonistas-después de haber pasado un tiempo prolongado en un sanatorio para tuberculosos en los Alpes, y testigo privilegiado de trascendentes debates filosóficos entre Settembrini y Naphta, decide regresar a su país para participar en la primera guerra mundial se lee: “Será posible que de esta bacanal de la muerte, que también de esta abominable fiebre sin medida que incendia el cielo lluvioso del crepúsculo, surja alguna vez el amor?
Deutsches Réquiem, acaso, sea la respuesta.
Gerardo Zappa
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