Porque hace calor, porque las máquinas de la oficina escriben, suman, restan y multiplican sin cesar, porque ha pasado en ómnibus durante tres años seguidos delante de esa casa horrible de la avenida Arequipa,durante tres años cuatro veces al día, es decir, tres mil seiscientas veces descontando los días feriados y las vacaciones, porque vio en la calle a ese viejo con la nariz tumefacta como una coliflor roja y a ese otro que en una esquina le metió el muñón en la cara pidiéndole un sol para comer, porque es 31 de diciembre en fin, y está aburrido y con sed, por todo eso es que Ludo interrumpe el recurso de embargo que está redactando y lanza un gemido poderoso, como el que dan seguramente los ahorcados,los descuartizados. Un centenar de cráneos en su mayoría calvos vuelven hacia él la mirada y, poco acostumbrados a lo insólito como están, regresan la atención a sus pupitres. Ludo desgarra el recurso y en su lugar escribe su carta de renuncia. Su jefe trata de disuadirlo con untuosos argumentos,pero al atardecer Ludo abandona para siempre la Gran Firma,donde ha sudado y bostezado tres años sucesivos en plena juventud.
Los geniecillos dominicales
Julio Ramón Ribeyro
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