Banda que -junto a Seefeeld, Main, AR Kane, entre otras- dio origen , en Inglaterra, a principio de los noventa, al postrock, que en palabras del crítico Simon Reynolds significa utilizar la instrumentación del rock para propósitos ajenos al rock: usar las guitarras como vehículos de timbres y texturas más que de riffs y acordes de potencia. Posteriormente, estos grupos adoptaron samplers, secuenciadores y dispositivos MIDI para ampliar el paisaje sonoro.
Disco Inferno grabó cinco EPs y tres discos. Footprints In Snow pertenece a D.I. Go Pop (1994), su segundo LP.
miércoles, 29 de febrero de 2012
lunes, 27 de febrero de 2012
El vaciamiento de YPF, una política de Estado
por María Eugenia Estenssoro para La Nación
Hasta hace muy poco eran mejores amigos, casi de la familia, los Kirchner y los Eskenazi. Eran tan amigos que gracias a Néstor y Cristina, "Enrique, Sebastián y Matías" (como los llamaba cariñosamente la Presidenta en actos públicos) se convirtieron en dueños del 25% de YPF, la mayor empresa del país, sin tener experiencia alguna en la industria petrolera y sin poner un peso. Un gran ejemplo de "la nueva burguesía nacional que necesita el país, aunque algunos nos critiquen", decía la Presidenta, radiante. Y ellos la miraban emocionados.
Hasta hace muy poco eran mejores amigos, casi de la familia, los Kirchner y los Eskenazi. Eran tan amigos que gracias a Néstor y Cristina, "Enrique, Sebastián y Matías" (como los llamaba cariñosamente la Presidenta en actos públicos) se convirtieron en dueños del 25% de YPF, la mayor empresa del país, sin tener experiencia alguna en la industria petrolera y sin poner un peso. Un gran ejemplo de "la nueva burguesía nacional que necesita el país, aunque algunos nos critiquen", decía la Presidenta, radiante. Y ellos la miraban emocionados.
Pero ahora la furia de Cristina Kirchner y del Gobierno les ha caído encima, a ellos y a los españoles de Repsol, por la dramática pérdida del autoabastecimiento energético del país. Es verdad, en los últimos años se desplomaron las reservas y la producción de gas y petróleo de YPF, pero lo mismo ocurrió con toda la industria. Durante 108 meses seguidos, en los casi nueve años que lleva este gobierno en el poder, las reservas de gas cayeron 55% y las de petróleo, 15%, cuando en el mundo y la región hubo una gran expansión.
La enmarañada política energética kirchnerista es un modelo similar al que se aplica en trenes y aeronavegación: precios fijados oficialmente por debajo de los costos de producción, subsidios cruzados, negocios para los amigos y mucha corrupción. A esto hay que sumarle retenciones móviles de más del 100%, que generaron fabulosos ingresos fiscales y destruyeron las reservas del país.
Durante estos nueve años el Gobierno negó la crisis energética, pero ahora, con una cuenta creciente de más de US$ 12.000 millones al año para importar energía a precios siderales (que amenaza con comerse gran parte del superávit comercial), Cristina y sus funcionarios buscan culpables. a gritos.
La Presidenta podrá hacerse la sorprendida con YPF, pero el vaciamiento de la mayor empresa del país, y la consiguiente depredación de sus yacimientos, es el resultado directo del acuerdo de "argentinización" diseñado personalmente por Néstor Kirchner, que siempre estaba en todo, y refrendado por los funcionarios del actual gobierno, el secretario de Energía, Daniel Cameron, y Roberto Baratta, director estatal en YPF
Contrato
El contrato societario firmado por Repsol y el Grupo Eskenazi el 21 de febrero de 2008 -publicado desde entonces en la página de la Comisión Nacional de Valores (CNV)- obliga a los accionistas a distribuir el 90% de las utilidades anuales, cuando lo usual es el 25 por ciento. Este mecanismo permitió que "el amigo argentino" comprara su parte en la empresa con los dividendos de la propia compañía.
Yo misma lo denuncié en el Congreso en junio de 2008: "Los estados financieros que presentó YPF a la CNV, en los primeros meses de este año, muestran que Repsol y Eskenazi como accionistas han retirado utilidades extraordinarias y anticipadas por US$ 1800 millones, cuando la empresa prevé solamente tener una utilidad de US$ 1200 millones para todo el año. Esto no se llama inversión. Esto se llama descapitalización. Y esto, en criollo, se llama vaciamiento".
La cláusula 7.3 del acuerdo societario es tan explícita como perversa: "Las partes acuerdan distribuir en forma de dividendo el noventa por ciento (90%) de las utilidades de la compañía; que serán satisfechos en dos (2) pagos cada año. Las partes votarán a favor de los acuerdos sociales necesarios para que la compañía acuerde la distribución de un dividendo extraordinario de ochocientos cincuenta millones de dólares estadounidenses (US$ 850.000.000) que será pagado: (i) un 50% durante 2008 (25% durante el primer semestre y 25% durante el segundo semestre); y (ii) el otro 50% durante 2009 (25% durante el primer semestre y 25% durante el segundo semestre)".
Pregunto: si se acordó retirar prácticamente el total de las ganancias cada año, ¿con qué dinero se esperaba financiar la reposición de reservas y la ampliación de la producción?.
Repsol aceptó el acuerdo sin protestar, porque así emprendía la retirada con los bolsillos llenos y silbando bajito. Además, esta práctica depredadora la utilizó en la Argentina desde el inicio. Entre 2003 y 2007 repatrió el 97% de las utilidades de la empresa. Toda esta información está en los balances públicos.
Repsol, además, aprovechó la euforia generada por la "argentinización", para separar los activos del holding español de los de la petrolera estrictamente argentina. En el proceso, se quedó con todos los yacimientos que YPF había comprado en los 90 en Brasil, Perú, Ecuador, Estados Unidos, Indonesia y Rusia, cuando era una multinacional argentina controlada por el Estado nacional. Esos yacimientos hoy valen una fortuna, porque los compró a US$ 20 el barril de crudo, que hoy está a US$ 100.
La "argentinización" fue una puesta en escena para ocultar una gran estafa. Los accionistas de YPF distribuyeron casi US$ 5000 millones en ganancias, endeudaron a la empresa en US$ 2300 millones, mientras las reservas y la producción cayeron sin parar. En estos cuatro años los Eskenazi recibieron cerca de US$ 1000 millones. Con eso ya repagaron gran parte de los US$ 2235 millones que Repsol y un consorcio de bancos europeos les prestaron para financiar el 25% de la petrolera. Si era gratis, ¿por qué no la compró el Estado?
Sugestivamente, este consorcio estuvo liderado por el Credit Suisse, el banco donde Néstor Kirchner depositó los más de US$ 600 millones que se fugaron de Santa Cruz cuando él era gobernador. La provincia recibió ese dinero en 1999, cuando Kirchner decidió venderle a Repsol -todo queda entre amigos- el 5% de las acciones que la provincia tenía de YPF. Enrique Eskenazi fue el banquero que gestionó la fuga de los dineros públicos a través del privatizado Banco de Santa Cruz, de su propiedad. Y Daniel Cameron, actual secretario de Energía, fue el director de YPF durante la década del 90. Como vemos, un grupo de amigos que desde hace mucho saben muy bien cómo hacer negocios privados con el patrimonio público.
La Presidenta se podrá hacer la indignada pero, con todo respeto, no es creíble. Toda la operatoria fue avalada por documentos públicos que fueron refrendados por los funcionarios y organismos responsables. El Gobierno no ha sido la víctima, sino el victimario.
La autora es senadora nacional por la Coalición Cívica .
viernes, 24 de febrero de 2012
La última visita del Caballero Enfermo
Nadie supo nunca el verdadero nombre de aquel a quien todos llamaban el Caballero Enfermo. No ha quedado de él, después de su inesperada aparición, más que el recuerdo de sus inolvidables sonrisas y un retrato de Sebastiano del Piombo, quien le representa envuelto en la sombra mórbida de una pelliza, con una mano enguantada que cae blandamente como la de un ser dormido. Algunos de los que más le amaron —y yo me hallé entre esos pocos— recuerdan también su singular cutis de un pálido amarillo, transparente, la ligereza casi femenina de sus pasos y la languidez habitual de sus ojos. Le gustaba hablar mucho, pero nadie comprendía lo que quería decir, y sé de algunos que "no querían comprenderle, porque las cosas que decía eran demasiado horribles". Era, verdaderamente, "un sembrador de espanto". Su presencia daba un color fantástico a las cosas más sencillas; cuando su mano tocaba algún objeto, parecía que éste entrase a formar parte del mundo de los sueños. Sus ojos no reflejaban las cosas presentes, sino las cosas desconocidas y lejanas, que los que se hallaban con él no veían. Nadie le preguntó nunca cuál era su enfermedad y por qué no se cuidaba. Vivía andando siempre, sin detenerse, día y noche. Nadie supo nunca dónde se hallaba su casa, nadie le conoció padres o hermanos. Apareció un día en la ciudad y, después de algunos años, otro día desapareció. La víspera de este día, a primera hora de la mañana, cuando apenas el cielo comenzaba a iluminarse, vino a despertarme a mi cuarto. Sentí la suave caricia de su guante sobre mi frente y le vi ante mí, envuelto en la pelliza, con la boca que parecía eternamente el recuerdo de una sonrisa, y sus ojos más extraviados que de costumbre. Me di cuenta, a causa del enrojecimiento de los párpados, de que había pasado toda la noche velando y de que debía de haber esperado la aurora con gran ansia, porque sus manos temblaban y todo su cuerpo parecía presa de fiebre. —¿Qué le pasa? —le pregunté—. ¿Su enfermedad le hace sufrir mas que otros días? —¿Mi enfermedad? —respondió—. ¿Mi enfermedad? ¿Usted cree, pues, como todos, que yo "tengo" una enfermedad? ¿Que se trata de una enfermedad "mía"? ¿Porque no decir que yo "soy una enfermedad"? No hay nada que sea mío, ¿comprende? ¡Nada me pertenece! ¡Pero yo soy de alguien y hay alguien a quien pertenezco! Estaba acostumbrado a sus extraños discursos, y por eso no le contesté. Continué mirándole, y mi mirada debía de ser muy dulce, porque él se acercó a mí y me tocó otra vez la frente. —No tiene usted ningún rastro de fiebre —continuó diciéndome—; está usted perfectamente sano y tranquilo. Su sangre circula con tranquilidad por sus venas. Puedo, pues, decirle algo que tal vez le espantará; puedo decirle quién soy yo. Escúcheme con atención, se lo ruego, porque tal vez no podré repetirle dos veces las mismas cosas, y es, sin embargo, necesario que las diga al menos una vez. Al decir esto se tumbó en un sillón morado, junto a mi cama, y continuó con voz más alta: —Yo no soy un hombre real. No soy un hombre como los otros, un hombre con huesos y músculos, un hombre generado por hombres. No he nacido como vuestros compañeros; nadie me ha mecido ni vigilado mi crecimiento; no he conocido ni la inquieta adolescencia ni la dulzura de los lazos de la sangre. Yo no soy —y quiero decirlo a pesar de que tal vez no quiera creerme—, yo no soy más que la "figura de un sueño". Una imagen de Guillermo Shakespeare es, con respecto a mí, literal y trágicamente exacta: ¡yo "soy de la misma sustancia de que están hechos vuestros sueños"! Existo porque hay "uno" que me sueña, hay "uno" que duerme y sueña, y me ve obrar, y vivir, y moverme, y en este momento sueña que yo digo todo esto. Cuando ese "uno" comenzó a soñarme, yo comencé a existir; cuando se despierte, cesaré de existir. Yo soy una imaginación, una creación, un huésped de sus largas fantasías nocturnas. El sueño de este "uno" es de tal modo consistente e intenso, que me he hecho visible incluso a los hombres que están despiertos. Pero el mundo de la vigilia, el mundo de la realidad concreta, no es el mío. ¡Me siento tan poco adaptado a la vulgar solidaridad de vuestra existencia! Mi verdadera vida es la que discurre lentamente en el alma de mi durmiente creador... "No se figure que hablo con enigmas o por medio de símbolos. Lo que le digo es la verdad, toda la sencilla y tremenda verdad. ¡Cese, pues, de dilatar sus pupilas a causa del estupor! "Ser el actor de un sueño no es lo que más me atormenta. Hay poetas que han dicho que la vida de los hombres es la sombra de un sueño, y hay filósofos que han sugerido que la realidad es toda alucinación. En cambio, yo me siento preocupado por otra idea: '¿quién es el que me sueña?' ¿Quién es ese 'uno', ese ser ignoto que no conozco y del que soy propiedad, que me ha hecho surgir de repente de la negrura de su cerebro cansado y que al despertarse me borrará de golpe, como una llama muere de un soplo? ¡Cuántas veces pienso en ese dueño mío que duerme, en ese creador mío ocupado en el curso de mi efímera vida! Seguramente debe de ser grande y potente, un ser para el cual nuestros años son minutos, y que puede vivir toda la vida de un hombre en una de sus horas, y la historia de la Humanidad en una de sus noches. Sus sueños deben ser tan vivos, fuertes y profundos que pueden proyectar fuera de él sus imágenes, hasta el punto de que aparezcan como cosas reales. Tal vez el mundo entero no es más que el producto perpetuamente variable de un entrecruzarse de sueños de seres semejantes a él. Pero no quiero generalizar demasiado; ¡dejemos la metafísica a los imprudentes! "¿Quién es éste? Ésta es la pregunta que me agita desde hace mucho tiempo, desde que descubrí la materia de que estoy hecho. Usted comprende perfectamente la importancia que tiene para mí este problema. De la respuesta que pudiese darme dependería para mí todo mi destino. Los personajes de los sueños disfrutan de una libertad bastante amplia, y por eso mi vida no se ve determinada del todo por mi origen, sino en mucha parte por mi albedrío. Era necesario, sin embargo, que supiese quién era mi soñador para dilucidar el sentido de mi vida. En los primeros tiempos me espantaba al pensar que pudiese bastar la más pequeña cosa para despertarlo, esto es, para aniquilarme. Un grito, un rumor, un soplo podía de pronto precipitarme en la nada. Amaba entonces la vida, y por eso me torturaba vanamente para adivinar cuáles fuesen los gustos y las pasiones de mi ignoto poseedor; para dar a mi existencia aquellas actitudes y aquellas formas que pudiesen serle gratas. Temblaba a cada momento ante la idea de realizar algo que pudiese ofenderle, asustarle, y, por lo tanto, despertarle. Imaginé durante algún tiempo que era una especie de paterna divinidad evangélica, y por eso procuré llevar la más virtuosa y santa vida del mundo. Otras veces pensaba que podría ser algún héroe pagano, y entonces me coronaba con pámpanos, cantaba himnos báquicos y bailaba con las frescas ninfas en los claros de la selva. Creí, finalmente, una vez, que formaba parte del sueño de algún sublime y eterno sabio, que había conseguido llegar a vivir en un sublime mundo espiritual, y pasé largas noches velando inclinado sobre los números de las estrellas, y las medidas del mundo, y la composición de los vivos. "Pero finalmente me sentí cansado y humillado al pensar que debía servir de espectáculo a ese dueño desconocido e incognoscible. Me di cuenta de que esa ficción de vida no valía tanta bajeza ni tanta aduladora vileza. Deseé entonces ardientemente lo que antes me causaba horror, esto es, que se despertara. Me esforcé en llenar mi vida con espectáculos tan hórridos que se despertase a causa del espanto. Lo he intentado todo para conseguir el reposo del aniquilamiento; todo lo he puesto en obra para interrumpir esta triste comedia de mi vida aparente, para destruir esta ridícula larva de vida que me hace semejante a los hombres. "No dejé de cometer ningún delito, ninguna cosa mala me fue ignorada, ningún terror me hizo retroceder. Asesiné con refinada tortura a viejos inocentes, envenené las aguas de toda una ciudad, incendié en un mismo instante las cabelleras de multitud de mujeres, desgarré con mis dientes, que se habían hecho salvajes a causa de mi voluntad de aniquilamiento, a todos los muchachos que encontré en mi camino. Por la noche busqué la compañía de monstruos gigantescos, negros, silbantes, que los hombres ya no conocen; tomé parte en increíbles empresas de gnomos, de íncubos, de vestigios, de fantasmas; me precipité desde lo alto de un monte a un valle desnudo y revuelto, rodeado de cavernas llenas de blancos huesos, y las hechiceras me enseñaron aullidos de fieras desoladas que hacen temblar en la noche a los más fuertes. Me parece que aquel que me sueña no se espanta de lo que hace temblar a los demás hombres. O disfruta con la visión de lo más horrible, o no le da importancia y no se asusta. Hasta hoy no he conseguido despertarle y debo todavía arrastrar esta innoble vida, servil e irreal. "¿Quién me librará, pues, de mi soñador? ¿Cuándo despuntará el alba que le llamará a su trabajo? ¿Cuándo sonará la campana, cuándo cantará el gallo, cuándo gritará la voz que debe despertarle? ¡Espero hace tiempo mi liberación! ¡Espero con tanto deseo el fin de este chocante sueño, del que soy una parte tan monótona! "Lo que hago en este momento es la última tentativa. Yo digo a mi soñador que soy un sueño; quiero que él sueñe que sueña. Esto pasa también a los hombres, ¿no es verdad? ¿Y ocurre que se despiertan cuando se dan cuenta de que sueñan? Por esto he venido a verle, y por esto le he dicho todo esto, y desearía que el que me ha creado se diera cuenta en este momento de que yo no existo como hombre real, y que en el instante mismo dejaré de existir, incluso como imagen irreal. ¿Cree que lo conseguiré? ¿Cree que a fuerza de repetirlo y de gritarlo despertaré sobresaltado a mi invisible propietario?" Y al pronunciar esta palabra el Caballero Enfermo se agitaba en el sillón, se quitaba y se ponía el guante de la mano izquierda, y me miraba con ojos cada vez más extrañados. Parecía esperar de un momento a otro algo maravilloso y espantoso. Su rostro adquiría expresiones de agonizante. Se contemplaba de cuando en cuando su propio cuerpo, como si esperase ver cómo se disolvía, y se acariciaba nerviosamente la húmeda frente. —¿No cree usted que todo esto es verdad? —dijo—. ¿Cree que miento? ¿Por qué no puedo desaparecer, por qué no tengo libertad para acabar? ¿Soy, tal vez, parte de un sueño que no acabará nunca? ¿El sueño de un eterno durmiente, de un eterno soñador? ¡Quíteme esta idea espantosa! Consuéleme un poco; sugiérame alguna estratagema, alguna intriga, algún fraude que me suprima. Se lo pido con toda el alma. ¿No tiene, pues, piedad de este aburrido espectro? Y como yo continuaba callado, él me miro y se puso en pie. Me pareció entonces mucho más alto que antes, y observé que su piel era un poco diáfana. Se comprendía que sufría enormemente. Su cuerpo se agitaba; parecía un animal que intentaba escurrirse de alguna red. La dulce mano enguantada estrechó la mía y fue la última vez. Murmurando algo en voz baja, salió de mi cuarto, y sólo "uno" le ha podido ver desde aquel momento. |
jueves, 16 de febrero de 2012
Seis lecturas del 2011
Pablo Giussani: Montoneros la soberbia armada.
Enrique Vila-Matas: Dublinesca
Diego Zappa
Un texto frontal que desarrolla sin rodeos su hipótesis y su subjetividad. Una toma de posición que evita la declamación ideológica de los peores panfletos políticos.
Giusanni desenmascara la matriz ideológica y cultural de Montoneros y para ello recurre a buena parte de la historia del movimiento obrero, el período de entreguerras, las distintas variantes del movimiento fascista europeo y, dentro de ese contexto, el origen del peronismo.
Un libro que los nuevos prologuistas del Nuca más detestaran sin miramientos.
Fogwill: Cuentos completos.
Puede que con el tiempo Fogwill sea recordado como el gran escritor político de nuestro tiempo, pero otra cosa es lo que maravilla y asombra en estos cuentos: su capacidad de desarrollar e imbricar historias a través de la atenta observación de un gesto o de un detalle mínimo y externo. Desde ese punto de apoyo Fogwill desarrolla su universo personal y, como lo señala Elvio Gandolfo en su prólogo, acomete distintos registros con igual maestría. Ahí todo cabe: la política y el sexo, las drogas duras, las marcas funcionando como anclajes temporales, los catálogos y los viajes, el análisis sociológico, el discurso publicitario y la teoría literaria.
Donald Barthelme: El padre muerto
La lectura de Barthelme es una experiencia intransferible. Parte de la mejor literatura lo es. Su escritura es fragmentaria y se alimenta de la jerga de la “baja cultura”. Voces callejeras, eslóganes publicitarios, iconos pop y el vértigo de la cultura televisiva delimitan su universo narrativo. Es pues, un autor intertextual. Sin embargo, ese trabajo de apropiación evita, casi siempre, la cita literaria y, como lo señalara un crítico francés, “se coloca en el corazón del entrecruzamiento de los flujos discursivos de que está tramada la vida diaria”
Thomas Pynchon: Vicio propio
Aclaración: para quien esto escribe, la publicación de un libro de Pynchon siempre será uno de los acontecimientos literarios del año.
Cada tanto, tengo esa hipótesis, Pynchon atenta contra sí mismo. Y en pos de alivianar su estilo, aluvional y desaforado -eso que hace de sus novelas artefactos enciclopédicos de estructura abierta y tentacular- utiliza el género como límite y arma y malla de contención. Pero a esta altura Pynchon debe considerarse una fuerza de la naturaleza y se sabe, la naturaleza es, muy a pesar nuestro, incontenible.
Del género hay elementos reconocibles, una trama en apariencia lineal, un personaje central que transita el relato sin interrupciones, una femme fatal y una primera escena que de tan repetida se ha vuelto un clásico del policial negro. Pero en una novela de Pynchon todo se enrarece y se deforma, nada es lo que parece y el flujo de lo que llamamos historia zigzaguea y es motorizado por la fuerza incontenible y pynchoniana de la conspiración.
Yuri Herrera: Trabajos del reino
Hay libros donde lo que impera sobre tramas y argumentos, ideas y reflexiones, es el lenguaje. Su caja de resonancia. La ninfa inconstante el libro póstumo de Cabrera Infante y Viva la música de Andrés Caicedo son buenos y grandes ejemplos. Trabajos del reino se inscribe en esta categoría, que de tan delicada se vuelve peligrosa e imprecisa.
Cuenta en capítulos cortos la historia de un artista popular y marginado, un compositor de corridos que se adentra en la estructura y en las intrigas palaciegas de un cártel mexicano.
El sonido y la furia.
Enrique Vila-Matas: Dublinesca
Vila-Matas escribió otro gran libro sobre la pasión literaria. Riba su protagonista, es un editor retirado que viaja con un grupo de amigos a Dublín para asistir al Bloomsday y a celebrar secretamente el funeral de la era de la imprenta. Lo que llama la galaxia Gutenberg.
De estilo fronterizo entre el ensayo y la ficción, Dublinesca es otra muestra del poder reflexivo de la literatura de Vila-Matas. Escrita con una prosa cautivante que apela, de a ratos, al tono nostálgico –que representa en definitiva el lenguaje evocador de la vejez- la novela da cuenta, entre otras cosas, de la relación de los editores con la literatura y la lectura entendida no solo como práctica del oficio sino como herramienta para interpelar al mundo y de la construcción de un catálogo que le de forma y tono. Del fin de una era, de la circulación de los textos, y de las posibilidades de intermediación que los soportes digitales proponen. Finalmente Dublinesca puede leerse como una reflexión agridulce sobre ese estado de suspensión crepuscular que antecede a la muerte y que tozudamente se impone, siempre, a la humana negación de envejecer.
Diego Zappa
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