jueves, 16 de febrero de 2012

Seis lecturas del 2011

Pablo Giussani: Montoneros la soberbia armada.

Un texto frontal que desarrolla sin rodeos su hipótesis y su subjetividad. Una toma de posición que evita la declamación ideológica de los peores panfletos políticos.

Giusanni desenmascara la matriz ideológica y cultural de Montoneros y para ello recurre a buena parte de la historia del movimiento obrero, el período de entreguerras, las distintas variantes del movimiento fascista europeo y, dentro de ese contexto, el origen del peronismo.

Un libro que los nuevos prologuistas del Nuca más detestaran sin miramientos.



Fogwill: Cuentos completos.

Puede que con el tiempo Fogwill sea recordado como el gran escritor político de nuestro tiempo, pero otra cosa es lo que maravilla y asombra en estos cuentos: su capacidad de desarrollar e imbricar historias a través de la atenta observación de un gesto o de un detalle mínimo y externo. Desde ese punto de apoyo Fogwill desarrolla su universo personal y, como lo señala Elvio Gandolfo en su prólogo, acomete distintos registros con igual maestría. Ahí todo cabe: la política y el sexo, las drogas duras, las marcas funcionando como anclajes temporales, los catálogos y los viajes, el análisis sociológico, el discurso publicitario y la teoría literaria.



Donald Barthelme: El padre muerto

La lectura de Barthelme es una experiencia intransferible. Parte de la mejor literatura lo es. Su escritura es fragmentaria y se alimenta de la jerga de la “baja cultura”. Voces callejeras, eslóganes publicitarios, iconos pop y el vértigo de la cultura televisiva delimitan su universo narrativo. Es pues, un autor intertextual. Sin embargo, ese trabajo de apropiación evita, casi siempre, la cita literaria y, como lo señalara un crítico francés, “se coloca en el corazón del entrecruzamiento de los flujos discursivos de que está tramada la vida diaria”




Thomas Pynchon: Vicio propio

Aclaración: para quien esto escribe, la publicación de un libro de Pynchon siempre será uno de los acontecimientos literarios del año.

Cada tanto, tengo esa hipótesis, Pynchon atenta contra sí mismo. Y en pos de alivianar su estilo, aluvional y desaforado -eso que hace de sus novelas artefactos enciclopédicos de estructura abierta y tentacular- utiliza el género como límite y arma y malla de contención. Pero a esta altura Pynchon debe considerarse una fuerza de la naturaleza y se sabe, la naturaleza es, muy a pesar nuestro, incontenible.

Del género hay elementos reconocibles, una trama en apariencia lineal, un personaje central que transita el relato sin interrupciones, una femme fatal y una primera escena que de tan repetida se ha vuelto un clásico del policial negro. Pero en una novela de Pynchon todo se enrarece y se deforma, nada es lo que parece y el flujo de lo que llamamos historia zigzaguea y es motorizado por la fuerza incontenible y pynchoniana de la conspiración.


Yuri Herrera: Trabajos del reino

Hay libros donde lo que impera sobre tramas y argumentos, ideas y reflexiones, es el lenguaje. Su caja de resonancia. La ninfa inconstante el libro póstumo de Cabrera Infante y Viva la música de Andrés Caicedo son buenos y grandes ejemplos. Trabajos del reino se inscribe en esta categoría, que de tan delicada se vuelve peligrosa e imprecisa.

Cuenta en capítulos cortos la historia de un artista popular y marginado, un compositor de corridos que se adentra en la estructura y en las intrigas palaciegas de un cártel mexicano.

                                      El sonido y la furia.



Enrique Vila-Matas: Dublinesca

Vila-Matas escribió otro gran libro sobre la pasión literaria. Riba su protagonista, es un editor retirado que viaja con un grupo de amigos a Dublín para asistir al Bloomsday y a celebrar secretamente el funeral de la era de la imprenta. Lo que llama la galaxia Gutenberg.

De estilo fronterizo entre el ensayo y la ficción, Dublinesca es otra muestra del poder reflexivo de la literatura de Vila-Matas. Escrita con una prosa cautivante que apela, de a ratos, al tono nostálgico –que representa en definitiva el lenguaje evocador de la vejez- la novela da cuenta, entre otras cosas, de la relación de los editores con la literatura y la lectura entendida no solo como práctica del oficio sino como herramienta para interpelar al mundo y de la construcción de un catálogo que le de forma y tono. Del fin de una era, de la circulación de los textos, y de las posibilidades de intermediación que los soportes digitales proponen. Finalmente Dublinesca puede leerse como una reflexión agridulce sobre ese estado de suspensión crepuscular que antecede a la muerte y que tozudamente se impone, siempre, a la humana negación de envejecer.


Diego Zappa


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