Acá es el piso dieciséis. La mañana es clara y el cielo enorme. Lejísimos el horizonte.
Primero se ve venir el humo, después, la figura del tren se va acomodando a la cercanía.
Es un tren muy viejo que viene amainando.
Su chimenea es un dibujo de la infancia lejana. El humo que asoma de ella es un cúmulo denso y negro. Después, y a medida que trepa la altura del aire, se va disipando. Se atomiza en pequeñas nubes.
La que llega hasta acá, tan alto, y me araña la ventana, es la más pequeña y casi transparente.
Antes que el viento la deshaga, la detengo con las manos y me subo a ella.
Es cierto, es frágil.
Al principio me sostiene.
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