por Giorgio Agamben
(…) Qué es lo que han vivido, en realidad, los habitantes de los campos?¿Un acontecimiento histórico-político (como-pongamos por caso-un soldado que participó en la batalla de Waterloo) o una experiencia estrictamente privada? Ni una cosa ni la otra. Quién era judío en Auschwitz o una mujer bosnia en Omarska, había entrado en el campo no por elección política, sino por lo que tenía de más privado e incomunicable: su sangre, su cuerpo biológico. Y, no obstante, son estos los que ahora actúan precisamente como criterios políticos decisivos. El campo es verdaderamente, en este sentido, el lugar inaugural de la modernidad: el primer espacio en que acontecimientos públicos y privados, vida política y vida biológica se hacen rigurosamente indistinguibles. En cuando ha sido separado absolutamente de la comunidad política y reducido a nuda vida (y, por lo demás, a una vida “que no merece ser vivida”), el habitante del campo es, en rigor, una persona absolutamente privada. Y, sin embargo, no hay ni un solo instante en que le sea posible encontrar refugio en lo privado; esta indiscernibilidad constituye la angustia específica del campo.
Kafka ha sido el primero que ha descrito con precisión este género particular de lugares, que desde entonces se nos ha hecho perfectamente familiar. Lo que hace tan inquietante y, a la vez cómica, la peripecia de Joseph K. es que un acontecimiento público por excelencia –un proceso- se presenta, por el contrario, como un hecho absolutamente privado en el que la sala del tribunal limita con el dormitorio. Es precisamente esto lo que otorga al Proceso su condición de libro profético”.
En este exilio. Diario italiano 1992-94.
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