miércoles, 29 de diciembre de 2010

La máquina del tiempo

Acaso sea el reloj la máquina que mejor define el espíritu del capitalismo industrial de principios del siglo XX.  Su origen se encuentra en los monasterios de la edad media donde se valorizaba la disciplina y el  trabajo. Christian Ferrer afirma que los monjes benedictinos "ayudaron a dar a la empresa humana el latido y el ritmo regulares y colectivos de la máquina". Cuando las ciudades comenzaron a crecer y a exigir rutinas precisas y sincronizadas, el reloj ocupó un lugar central: "puntualidad" y "pérdida de tiempo" comenzaron a formar parte del lenguaje cotidiano. Finalmente, en el siglo XVI aparece  el reloj doméstico. Para asegurar el éxito de éste proceso el cuerpo humano debió adaptarse - a través a una serie de operaciones- a los  tiempos de la sociedad capitalista.
En 1907 Joseph Conrad publica un relato cuyo tema es la función del tiempo en la sociedad moderna. En efecto, El agente secreto  narra la historia de un atentado anarquista al Observatorio de Greenwich, en Inglaterra, el lugar  donde se organiza el tiempo en husos horarios que permiten la sincronización mundial de las tareas humanas al servicio del capitalismo industrial.
Noventa y siete años después  W.G. Sebald, en las primeras páginas de Austerlitz, describe la estación de trenes de Amberes como una de las catedrales del capitalismo. Dice: (...) Y entre todos los esos símbolos, dijo Austerlitz, en el lugar más alto estaba el tiempo, representado por aguja y esfera. El reloj, a unos veinte metros sobre la escalera en cruz que unía el vestíbulo con los andenes, único elemento barroco de todo el conjunto, se encontraba exactamente donde, en el Panteón, como prolongación directa del portal, podía verse el retrato del emperador; en su calidad de gobernador de la nueva omnipotencia, estaba situado aun más alto que el escudo del Rey y el lema Eendracht maaky macht. Desde el punto central que ocupaba el mecanismo del reloj en la estación de Amberes se podía vigilar los movimientos de todos los viajeros y, a la inversa, todos los viajeros debían levantar la vista hacia el reloj y ajustar sus actividades por él. De hecho, dijo Austerlitz, hasta que sincronizaron los horarios del ferrocarril, los relojes de Lille o Lieja no iban de acuerdo con los de Gante o Amberes, y sólo desde su armonización hacia mediados del XIX reinó el tiempo en el mundo de una forma indiscutida".
El relato de Conrad y el fragmento de Sebald trazan los extremos de un arco que delimita  la sociedad industrial del XIX y primera mitad del  XX.  El agente secreto participa de la potencia de una sociedad que expande sus límites y a la vez las conspiraciones  y sabotajes para destruirla. Austerlitz, en el otro extremo del arco, se pasea por la estación central de Amberes -inaugurada en 1905- como si fuesen  restos de una civilización pretérita.
Es que en  la nueva etapa capitalista que se inició en la segunda mitad del siglo XX - a la que Deleuze denominó sociedades de control- la función del reloj  se internalizó y se desplazó. Cuerpo y tiempo forman parte de un continuum sútil y ondulante. Por caso, la mutación del trabajo con los empleos a domicilio desdibuja la frontera entre trabajo y tiempo libre. Se derumban, en este sentido, las viejas barreras de la sociedad disciplinaria. Nada se termina nunca. Control  y comunicación definen el nuevo orden social.
Esta metamorfosis del capitalismo fue profetizada por Williams Burroughs. En El almuerzo desnudo, el Dr. Benway, contratado como asesor de la República de Anexia, pone en marcha el programa DT (desmoralización total). Y como primera medida suprime los campos de concentración, las detenciones en masa y la tortura. "Deploro la brutalidad.  No es eficiente(...)El sujeto no debe entender  que el maltrato es  un ataque deliberado de cierto enemigo antihumano contra su identidad personal. Debe sentir que merece cualquier tratamiento que reciba, porque en él hay algo (nunca se específica  qué exactamente)horriblemente desviado. La desnuda necesidad de los adictos bajo control debe ser cubierta decentemente por  una burocracia arbitraria e intrincada, de modo que el sujeto no pueda establecer contacto directo con su enemigo". En Nova Express, por su parte,  se lee: “El enemigo sólo existe donde no hay vida y siempre actúa para llevar la vida a situaciones extremas e insostenibles". Y pregunta:" ¿Qué miedo los ha hecho refugiarse en el tiempo? ¿En el cuerpo? ¿En la mierda? Lo diré: la palabra".
Para Burroughs el lenguaje es un eficaz dispositivo de control. Para combatirlo opone el silencio. O mejor, la literatura como antídoto contra la  comunicación mediática-estatal.
Si Kafka es el teórico más importante del estado burocrático, Burroughs lo es de las sociedades de control.

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