Enrique Vila-Matas
(...) Ese encanto estilístico especial lo hallamos sin cesar en Suave es la noche, que, cuando apareció, en 1934, no pudo hacerlo en peor momento, pues a la depresión económica que perjudicaba mucho la venta de libros había que añadir que la novela de Scott Fitzgerald no era precisamente confortable: hablaba del deterioro, de la desintegración de un hombre, y era una dura anatomía del desastre, documentada con terrorífica exactitud los detalles del vertiginoso descenso del doctor Dick Diver, psiquiatra que funcionaba con dos ideas opuestas en la mente, escindido entre el amor por su esposa Nicole, la millonaria esquizofrénica, y la juventud de Rosemary, a la que quiere menos pero por la que también se siente atraído.
Ese idilio con Rosemary-el presente pavoroso de un pasado que podía haber existido-señala el comienzo del desmoronamiento del entrañable Dick Diver, que, al luchar por restablecer la salud mental de Nicole, lucha también por evitar que se derrumbe todo lo demás, es decir, su frágil mundo propio. Lucha, pero no lo logra; más bien acaba hundido del todo, acaba en un trágico hundimiento que el autor explica-al igual que posteriormente lo hizo de su propio desmoronamiento-diciendo que se trata de una derrota emocional. La caída de Dick es lo que mantiene la atención del lector y, al final de la novela, cuando esa caída se agudiza, encontraremos páginas inolvidables.
Como el héroe al final de una película sobre un hombre solitario, la figura del doctor Diver se pierde en la distancia. Y la novela termina con pasajes de la vida mediocre de Dick, médico ahora en una remota pequeña ciudad de Estados Unidos. Está claro que Suave es la noche refleja los problemas personales que fueron hundiendo a su autor a lo largo de los ocho años que tardó en escribirla.
Para colmo de desgracias, cuando el libro apareció, tuvo una acogida indiferente; los lectores se habían olvidado del mundo rutilante de los años veinte, o mejor dicho, ,se encontraron en una época diametralmente opuesta en el aspecto social, y además creyeron que volvía el escritor de las burbujas y el charlestón cuando éste, lejos de los años felices, lo que había escrito era la desoladora crónica del final de una época".
Extraído de Anatomía del desastre, en Y Pasavento ya no estaba, Mansalva, Buenos Aires, 2008.
No hay comentarios:
Publicar un comentario