Alain Badiou
Se ha vuelto difícil enfrentarse a la opinión, pese a que tal parece ser, desde Platón, el deber de toda filosofía. En primer lugar, ¿no es la libertad de opinión en nuestros países-quiero decir, los países en que la forma del Estado es la "democracia" parlamentaria- el contenido inmediato de la libertad más considerada? En segundo lugar, ¿no es ella otro nombre de aquello que se sondea, se consiente y, si es posible, se compra, a saber, la opinión pública? ¿No es el sondeo de opinión aquello que a partir de lo cual se construye el singular sintagma "los franceses piensan que..."? Singular al menos por dos razones. La primera es que es más o menos cierto que "los franceses", al no constituir en modo alguno un Sujeto, no podrían "pensar" esto o aquello, sea lo que fuere. La segunda es que, suponiendo incluso que los franceses constituyen un conjunto consistente, se debería resumir el sondeo a lo que cifra y decir, exactamente: "Según nuestras últimas mediciones, y descontando los efectos inmediatos de la pregunta estúpida que les hemos hecho, un tanto por ciento de los franceses opina en tal sentido, y otro tanto por ciento en otro sentido, y otro tanto por ciento no opina en ninguna dirección". Sin embargo - y esta es la tercera razón del fetichismo de la opinión-, lejos de ver cómo se forma allí, en respuesta a un cuestionario embarrado, la tríada de un opinar conformista, un contraopinar anárquico y un no opinar prudente, el discurso dominante piensa que esas determinaciones de la opinión son aquello a lo que debe conformarse la acción pública.
Segundo manifiesto por la filosofía
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