Susana Viau.
“Yo no reconstruí mi vida, me hice otra”, dijo en una entrevista, al promediar los 90. A la frase le siguió, raro en ella, un sollozo ronco, un rugido. Lo que expresaba esa mujer de ojos desconfiados y voz cortante no era tristeza sino dolor. Para esa época Sergio Schoklender había pasado ya a formar parte de esa “otra” vida, de la segunda vida que Hebe de Bonafini se había inventado. Lo conoció durante una visita a la cárcel y el día que el joven sombrío obtuvo la libertad lo llevó a trabajar con ella – con “ellas”– a la Asociación Madres de Plaza de Mayo.
Lo trató como a un hijo, lo llamó “hijo” y cuidó como a su nieto al hijo de su “hijo” . Poco a poco, la figura de Schoklender, con sus gafas oscuras y su ropa negra, se hizo familiar en la sede de Madres y en la Universidad. El era quien las acompañaba en sus viajes, las ayudaba a subir y bajar de la “combi”.
El resto de las madres, acabó aceptándolo : “Sergio” se había hecho imprescindible. Era difícil de explicar la relación anudada entre la madre de dos militantes maoístas desaparecidos y el hombre acusado de un doble asesinato, en mayo de 1981: el de su madre Mirta y el de su padre Mauricio, socio de Pittsburg & Cardiff, representante de las acerías Thyssen y, aseguran, mezclado en negocios turbios con Eduardo Emilio Massera. Se conjeturó que ese vínculo no era más que la expresión de la voluntad transgresora de Hebe de Bonafini – o “Kika” Pastor en su primera, feliz vida--, de su desparpajo ante las buenas conciencias, de su desafío sistemático a una sociedad que había consentido su desgracia . Hebe, en verdad, era todavía extrema, imperativa, radical, principista, intransigente. Se negaba a remover terrones para buscar cadáveres y condenaba al fuego del infierno a los que reclamaban indemnizaciones por ellos. Sostenía que a la Asociación y a Línea Fundadora las separaba un abismo de clase y contaba con regocijo cómo alguna vez había encerrado a dos madres en la cocina del local para que no se escaparan a la hora de lavar los platos. Las madres de la Asociación almorzaban juntas, se turnaban para hacer las compras. Su “casa” era un reducto de mujeres, una congregación laica.
Hasta la llegada de Schoklender.
Entonces el logo del pañuelo blanco sobre fondo azul comenzó a transformarse en insignia de un pujante emprendimiento . Sería injusto adjudicar esa mutación a la obra de un solo hombre. Fue el producto de la ambición de dos: Schoklender y Néstor Kirchner , que soldó con un chorro de dinero el destino de las madres a la imagen de su gobierno. En su libro “El Flaco”, José Pablo Feinmann describe con ingenuidad brutal las dos opciones que Kirchner se planteó para llenar de consenso a una administración elegida con la menor cantidad de votos de la historia: apelar a la peligrosa insumisión del movimiento asambleario o blindarse con los derechos humanos para recién después, desde el gobierno, capturar el Estado y ponerlo “a nuestra disposición”. “Lo que no vamos a poder (…) es movilizar a los asambleístas del 2001.
Nuestro punto de partida tiene que ser los derechos humanos (…) ¡Eh, José! ¿Qué pasa? ¿Cómo te llevás con Hebe?”, lo acicateaba el flamante mandatario.
“¿Sabe en qué residía la inteligencia de Kirchner? – pregunta un radical santacruceño--. En trabajar sobre la miseria humana”. El patagónico recibió a las madres, a los hijos, a las abuelas, a las viudas, a los ex presos y a los sobrevivientes de los campos, los sentó en los lugares de privilegio. Pero la elegida para ser el mascarón de proa del “modelo” nacional y popular, el emblema del “dedo en el culo” (Feinman dixit) que quería meterle a un enemigo difuso tenía que ser Hebe de Bonafini y no otra porque “Hebe es un tanque. Y el más grande de todos los símbolos . La madre de las Madres”. Nadie salió del despacho del ex presidente con las manos vacías y Hebe de Bonafini menos que nadie. La Universidad de las Madres se puso intolerante con los atrasos de los alumnos en las cuotas y con los profesores díscolos, firmó convenios con las universidades peronistas de Lomas, Quilmes y San Martín, creó departamentos jurídicos, AM 30 Madre, su radio, percibió jugosos subsidios y nació “Sueños Compartidos”, una cooperativa de trabajo y vivienda cuyos socios, humildes entre los humildes, tenían la obligación de concurrir a los actos “K” bajo pena de despido.
“Sueños Compartidos”, protegida por el ministerio de Planificación, se desarrolló con velocidad en las provincias ultra “k” y en la Capital. Con la misma rapidez comenzaron a circular rumores de corrupción , de precios astronómicos para el metro cuadrado de construcción, de licitaciones truchas, de parvas de cheques sin fondos. Eso y el nombre de Schoklender estuvieron presentes en el estallido de los sucesos del Parque Indoamericano. Mientras crecían las versiones de las desmesuradas sumas que el apoderado de Madres timbeaba en el casino flotante , de su extravagante manía de desplazarse en helicóptero o en un Cessna Citation que todos aseguraban eran de su propiedad, de su vida cotidiana lujosa en el country Highland, las madres de la Asociación dejaban en el camino a sus fieles militantes y l os rostros más polémicos del staff ministerial reemplazaban a los viejos aliados . Hebe de Bonafini entregó su pañuelo a Cristina Fernández, llamó “hijo querido” a Kirchner primero y después a Boudou. Con su anuencia, Kirchner fue homenajeado como el “desaparecido 30.001”. El plan maestro parecía haber triunfado.
La denuncia de la Coalición Cívica, sin embargo, acaba de i mpactar en la línea de flotación de la construcción ideológica kirchnerista y reviste una gravedad mucho mayor para el gobierno que cualquiera de las causas penales que acechan a sus funcionarios. Son los piolines del esquema de poder tejido por Kirchner los que Schoklender, al fin y al cabo un personaje secundario de la historia, acaba de desnudar y poner en crisis. Tarde o temprano tenía que ocurrir porque ese relato imaginario tiene una base material que no se asienta en la práctica de las masas sino en una montaña de dinero. La presidencia guarda silencio y hace bien: la correntada puede llevarse el decorado, los actores, la ficción en suma. Y lo que es peor, puede llevarse un mito. Aunque traten de marginarlo del tsunami, el símbolo moral Hebe de Bonafini está maltrecho, salpicado de sospechas. Un drama para las luchas democráticas y música para los oídos de la derecha cerril. Feinmann hizo gala de una claridad meridiana cuando le reconoció a su amigo, “el Flaco”: “Haber hecho de Hebe lo que Hebe es hoy no es el menor de tus méritos”.
Clarín, 28 de mayo de 2011
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