Este cuento de Hawthorne pertenece a la segunda serie de Twice-Told Tales, publicada en Boston en 1842. Fuera de un parsimonioso elogio de Poe y de alguna ocasional interpretación de índole biográfica- Wakefield sería un símbolo de Wawthorne-, la crítica parece haber ignorado esta composición admirable. Hawthorne, en otras páginas, se apoya en un pasado romántico; en éstas, la materia es contemporánea y el interés procede de la singular psicología del protagonista. Wakefield, como fantasía de la conducta, como estudio patético de las posibilidades humanas, anticipa el Bartleby (1856) de Herman Melville y las invenciones de Kafka.
Jorge Luis Borges.
El alguna revista o diario viejo recuerdo haber leído la presunta historia de un hombre-llamémosle Wakefield-que se ausentó durante mucho tiempo de su hogar. Presentado de una manera abstracta, este acto no es extraordinario, y a menos que hagamos una conveniente distinción de circunstancias, tampoco merece condenarse por perverso o insensato. Sin embargo, es el ejemplo más raro que conozco en los anales de la delincuencia conyugal y por añadidura el capricho más notable que pueda hallarse en toda de la escala de las extravagancias humanas. La pareja vivía en Londres. El marido, con el pretexto de hacer un viaje, alquiló unos cuartos a la vuelta de su casa y allí, ignorado por su mujer y sus amigos, sin que nada motivara su voluntario destierro, habitó por más de veinte años. Durante ese período observó diariamente su casa y, a menudo, a la desvalida Mrs. Wakefield. Y después de abrir tan larga brecha en su felicidad conyugal, cuando su muerte se daba por cierta, su sucesión estaba terminada, su nombre borrado de todo recuerdo y cuando su mujer se había resignado desde hacía mucho, mucho tiempo a la viudez, una tarde entró apaciblemente en su casa, como después de un día de ausencia, y volvió a ser un tierno esposo hasta la muerte.
Wakefield.
Nathaniel Hawthorne.
Sur, abril 1949
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