miércoles, 21 de diciembre de 2011

Norah Lange

Los textos de Antes que mueran (1944) dan forma a un dispositivo de lectura que descentra la mirada y revela el lado perturbador e inquietante de las cosas. Extraños, abstractos, inclasificables estos relatos suspenden el sentido y en ocasiones nos regresan a un inmóvil terror infantil.


No, no duermo, porque sus nombres están allí hacinados, sin fronteras, buscando un hueco bajo la almohada  o deslizándose  para adherirse a los restos de los rostros desencajados que se filtran por la puerta. "Duerme bien"- me dice-, y la puerta se cierra, apretando una mano que no tuvo tiempo. Y no duermo, porque las paredes se angostan, simplemente, sin causar disturbios. Tendría que encontrar el modo de hacerlas regresar. Entonces cierro los ojos y las siento retornar a su sitio, en la oscuridad, mientras yo me alargo, lleno el cuarto con mi solo nombre que se estira y que soy yo, comprimida, con la mano bajo la almohada. Duerme bien. ¡Es tan simple volverse del lado de la pared que se recoge o estremece! Pienso en el gesto triste de volverse hacia una pared que no espera sino que sale al encuentro de su propio sobresalto, mientras no duermo, con los ojos cerrados, dándole tiempo a que cruce el cuarto, que pase sin tropezar entre la mesa y la silla. Duerme bien, duerme bien, mientras me aproximo al espejo, estirándome dentro de mi nombre ahora que la pared ha vuelto a su sitio. Duerme bien, y no duermo, y siento deseos de llorar porque falta tanto para que la pared y los rostros y los ruidos sueltos recobren su verdadera e indiferente entereza. Duerme bien, y no duermo, y prefiero abrir los ojos antes de que mi mano se sumerja para siempre en el espejo.

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