jueves, 29 de julio de 2010

Sexo y capitalismo

(...) Igual que el liberalismo económico desenfrenado, y por motivos análogos, el liberalismo sexual produce fenómenos  de empobrecimiento absoluto. Algunos hacen el amor todos los días; otros cinco o seis veces en su vida, o nunca. Algunos hacen el amor con docenas de mujeres; otros con ninguna. Es lo que se llama la ley del mercado. En un sistema económico que prohíbe el despido libre, cada cual consigue, más o menos, encontrar su hueco. En un sistema sexual que prohíbe el adulterio, cada cual se las arregla, más o menos, para encontrar su compañero de cama. En un sistema económico perfectamente liberal, algunos acumulan considerables fortunas; otros se hunden en la desocupación y en la miseria. En un sistema sexual perfectamente liberal, algunos tienen una vida erótica variada y excitantes; otros se ven reducidos a la masturbación y a la soledad. El liberalismo económico es la ampliación del campo de batalla, su extensión a todas las edades de la vida y a todad las clases de la sociedad."

Michel Houellebecq, "Ampliación del campo de batalla".

jueves, 22 de julio de 2010

Arte y forma

y si Alfred Hitchcock
fue el único
poeta maldito
que conoció el éxito
es porque fue
el más grande
creador de formas
del siglo veinte
y porque son las formas
las que nos dicen
finalmente
qué hay en el fondo
de las cosas
ahora bien, qué es el arte
sino aquello por lo cual
las formas devienen estilo
y qué es el estilo
sino el hombre

Jean-Luc Godard
Extraído de Historia(s) del cine.

viernes, 16 de julio de 2010

La política para Weber. Lo político para Schmitt.

Introducción y objeto del presente trabajo.
            El objeto del presente trabajo es aproximarnos al concepto de “política” y de “lo político” desde las definiciones realizadas por dos autores de gran influencia en el campo de la teoría política como son Max Weber y Carl Schmitt.
            El estudio no tiene pretensiones definitivas en la temática que trata; intentará identificar los elementos comunes que se observan en ambas definiciones y comenzar a señalar lo que parecería ser una característica propia y recurrente en el abordaje de la cuestión política durante los primeros años del siglo pasado, teñido de componentes fuertemente antiliberales, antidemocráticos y autoritarios.
            Buscaremos, por lo menos en el punto estudiado y con las limitadas obras analizadas, encontrar elementos comunes en el andamiaje teórico de dos autores muy influyentes, que provienen de tradiciones y orígenes ideológicos disímiles, pero que demuestran un punto de convergencia significativo. La aproximación conceptual que encontramos en algunos tópicos tratados por los mismos, al hablar del Estado y de la política, indican la existencia de variables culturalmente presentes e identificables en la intelectualidad Europa de principios del siglo XX, marcada a fuego por los prolegómenos y el desarrollo de la denominada Gran Guerra Europea. [1] Estos posibles puntos de contacto no pretenden exonerar ni morigerar la enorme responsabilidad que tuvo Schmitt como teórico y militante del régimen nazi ni, mucho menos, indicar que ese hubiera sido el camino seguido por Weber.

Weber y la política.
            Para Weber, política es la “dirección de la asociación política a la que hoy se denomina Estado, o la influencia que se ejerce sobre esta dirección”.[2] Esta definición de política se encuentra emparentada, como no podía ser de otra forma, con su definición de Estado y los componentes esenciales que conforman tal definición.
            Para Weber “en el presente un Estado es una comunidad humana que reclama (con éxito) el monopolio del uso legítimo de la fuerza física en un territorio determinado. Obsérvese que el “territorio” es una de las características del Estado. En la actualidad, el derecho a usar la fuerza física se adscribe específicamente a otras instituciones o a individuos sólo en la medida en que lo permite el Estado, ya que éste es considerado como la única fuente del “derecho” a usar la violencia”.[3] Aproximación clara y clásica (¿casi un axioma?).
            Podemos identificar en esta definición un componente de interrelación social, pues la comunidad humana que reclama el monopolio de la fuerza lo hace en virtud de la imposición y la reproducción de un sistema social de dominación. Esta aseveración resulta más clara cuando observamos que, “al igual que las instituciones políticas que lo precedieron, el Estado es una relación de hombres que dominan a otros, una relación que se apoya en la violencia legítima (es decir en la violencia considerada como legítima)”.[4]
            Apoyado en las definiciones precedentes, Weber completa su aproximación al concepto de política, señalando que “significa… el esfuerzo por compartir el poder o por influir en su distribución, ya sea entre los Estados, o en el interior del Estado, entre los grupos humanos que comprende, lo cual corresponde también al uso corriente del término”.[5]

Schmitt y lo político.
              Para Schmitt “el concepto del Estado supone el de lo político. Para el lenguaje actual, Estado es el status político de un pueblo organizado sobre un territorio delimitado”.[6] Este status de un pueblo es su decisión con respecto a su ser y a su existir, definida de una manera particular[7]; es la voluntad del pueblo (una cosa existencial) quien funda la unidad política y jurídica. O, en otras palabras, la unidad y ordenación reside en la existencia política del Estado y éste en la voluntad política del pueblo.
              Resulta esencial precisar esta íntima relación entre orden y unidad y el concepto de Estado, pues de la misma se concatenan una serie de afirmaciones que llevan al autor a considerar como enemigo interno del Estado a quien atente contra este orden y esta unidad, y al propio Estado como definidor de quién es su enemigo interno al que puede destruir.[8] Sobre este punto volveremos en unos párrafos.
              Para Schmitt la decisión, más precisamente la decisión política, es el elemento sobre el que descansa la existencia estatal. “La decisión política adoptada sobre el modo y forma de la existencia estatal, que integra la sustancia de la Constitución, es válida porque la unidad política de cuya Constitución se trata existe… No necesita justificarse en una norma ética o jurídica; tiene sentido en la existencia política”.[9] De esta forma, la validez de una norma se apoya en la voluntad existencial de quien la emite. “La legitimidad democrática se apoya, por el contrario, en el pensamiento de que el Estado es la unidad política de un pueblo. Sujeto de esta definición del Estado es el Pueblo; Estado es el status político de un Pueblo”.[10]

              Volvamos al inicio de este punto, hemos señalado que el concepto de Estado supone el de lo político. ¿Esto significa identidad o subsunción de un término en otro? La respuesta es no; no siempre. Para Schmitt la absoluta equiparación entre “estatal” y “político” es comprensible y legítima en el plano científico en el Estado total del siglo XX, en donde la democracia eliminará todas las neutralizaciones y despolitizaciones típicas del siglo XIX liberal. “Como concepto polémicamente contrapuesto a tales neutralizaciones y despolitizaciones de sectores importantes de la realidad (en el siglo XIX, que eran religión, cultura, educación, economía) aparece el Estado total propio de la identidad entre Estado y sociedad, jamás desinteresado frente a ningún sector de la realidad y potencialmente comprensivo de todos. Como consecuencia, en él todo es político, al menos virtualmente, y la referencia al Estado no basta ya para fundar un carácter distintivo específico de los político”. [11]

Amigo-Enemigo: reagrupamiento que define el fenómeno de lo político.
              Carl Schmitt busca una distinción de fondo a la que pueda ser remitido todo el actuar político. Esta específica distinción política a la cual es posible referir las acciones y los motivos políticos es la existente entre amigo y enemigo. [12] “El fenómeno de lo “político” puede ser comprendido sólo mediante la referencia a la posibilidad real del reagrupamiento amigo-enemigo, prescindiendo de las consecuencias que de ello se derivan en cuanto a la valoración religiosa, moral, estética, económica de lo “político” mismo”. [13]
              “No hay necesidad de que el enemigo político sea moralmente malo o estéticamente feo; no debe necesariamente presentarse como un competidor económico y tal vez pueda también parecer ventajoso concluir negocios con él. El enemigo es simplemente el otro, el extranjero, y basta a su esencia que sea existencialmente, en un sentido particular intensivo, algo otro o extranjero, de modo que en el caso extremo sean posibles con él conflictos que no puedan ser decididos ni a través de un sistema de normas preestablecidas ni mediante la intervención de un tercero “descomprometido” y por eso “imparcial””.[14]
              Para Schmitt, quien toma parte del conflicto amigo-enemigo puede decidir si el mismo “significa la negación del modo propio de existir y si es por ello necesario defenderse y combatir para preservar el propio, peculiar, modo de vida”.[15] El enemigo no es el “competidor” propio de la teoría liberal; enemigo es quien, aunque sea potencialmente, amenaza mi existencia.[16] Y es el Estado quien determinada al enemigo y lo combate en virtud de una decisión propia.[17]  Si el enemigo amenaza su existencia, si quiera potencialmente, y proviene desde fuera de las fronteras territoriales, estamos hablando de un enemigo externo. En cuanto al orden interno, el Estado debe garantizar tranquilidad, seguridad y orden. Esto le atribuye, en consecuencia, la posibilidad de determinar al enemigo interno. La unidad política Estado define su destino, cuando la pacificación y el orden interior se han deteriorado, mediante una guerra civil.

La lucha política.
              La idea de enemigo encierra necesariamente el concepto de lucha, entendido en términos que superan lo figurativo del concepto y reflejan incluso la posibilidad de eliminación física de aquel. Pero debe entenderse que “lo político” no es la lucha misma sino la posibilidad de lucha.
              En la teoría schmittiana, estamos hablando de una lucha que implica la destrucción del enemigo, no de una simple contienda. Se presenta como la eliminación real, y no sólo virtual, del otro. Parece exagerado lo que planteamos, pero para corroborar que no nos alejamos de lo que originalmente plantea el autor, nos resulta importante transcribir el siguiente párrafo: “En efecto, en el “Estado constitucional”… la Constitución es la expresión del orden social, la existencia misma de la sociedad de los ciudadanos del Estado. Por ello, cuando la Constitución es atacada, la lucha se decide fuera de la Constitución y del derecho, y por consiguiente por la fuerza de las armas”.[18]
              La antinomia amigo – enemigo y su resolución por medio de la lucha, incorpora el elemento fuerza pública o fuerza estatal a la idea de determinación de la decisión política fundamental y, por ende, a la determinación de lo que es Estado.

Primeras conclusiones. Algunas consistencias.
              Tanto Weber como Schmitt entienden inescindible la definición de “política” y de “lo político” de la concepción (o “esencia” para Schmitt) que se tenga del Estado. Y puede observarse que, con diferentes matices, para ambos autores el concepto de Estado supone más que sus objetivizaciones en instituciones y está conformado por un fenómeno que precede y supera a lo institucional: “lo social”, lo colectivo, el pueblo y su conciencia, manifestado de forma relacional. Ya sea como decisión fundamental de un pueblo o como monopolio de la fuerza por parte de una comunidad política, siempre estamos en presencia de lo colectivo.
              La relación se presenta, en ambos autores, como relaciones antagónicas: dominante-dominado, amigo-enemigo.
              También observamos en ambos autores que el concepto de “fuerza”, “violencia” o “lucha” son elementos decisivos. Parecerían ser cuestiones que no pueden despegarse de la definición de política y de lo político, son componentes recurrentes y estables, que encuentran su mejor acepción en la idea de fuerza o violencia complementada con el calificativo de estatal.
              ¿Son la lucha y la violencia elementos inherentes, imposibles de ser obviadas en una definición de lo político, o podemos encontrar, en otros autores y en otras épocas, definiciones que no coloquen a ambos conceptos como ejes definidores?


[1] Sobre el viraje ideológico que parecía vislumbrarse en la obra de Max Weber, y que no se llegó a cristalizar por su muerte prematura ocurrida a los 56 años el 20 de junio de 1920, se ha señalado que, al momento de contribuir a la redacción de la Constitución de Weimar, “abogó por el establecimiento de una democracia plebiscitaria, en reemplazo de la clásica democracia parlamentaria de los políticos de profesión; en su concepción, la democracia plebiscitaria era una versión de la dominación carismática que derivaba su legitimidad del consenso de los gobernados electoralmente expresada y en la que el líder plebiscitario ejercía el control de la maquinaria gubernamental y del partido. Con esta propuesta Weber ya había abandonado el marco del liberalismo tradicional y su visión del orden democrático. La historia quiso que Alemania conociera un remedo caricaturesco de su democracia plebiscitaria pocos años más tarde, pero el no alcanzaría a verlo…”. (Torre, Juan Carlos, Ensayo introductorio en Weber, Max, Ciencia y Política – La Política como profesión, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1980). Este punto parecería enlazarse con la desaprobación y denostación que Schmitt realiza, unos años después, del parlamentarismo como forma de gobierno y a las ya decadentes instituciones de la República de Weimar. Para Schmitt, la decisión es el principal acontecimiento político y soberano es quien decide sobre el estado de excepción. “Su contribución al andamiaje jurídico del Tercer Reich tuvo como principal objetivo justificar la existencia histórica de un estado político de excepción, en el que el Parlamento sólo desempeñaría las funciones de un garante de la cúpula del partido en el gobierno. Al proporcionarle validez teórica y estructura legal al decisionismo, el derecho concebido por juristas e ideólogos como Schmitt justificó una dictadura que limitaba la actuación de las instancias parlamentarias y terminaba por excluirlas de las resoluciones de Estado”. (Aguilar, Héctor Orestes, Ensayo introductorio “Carl Schmitt, el teólogo y su sombra” en “Carl Schmitt, teólogo de la política”, prologo y selección de textos de Aguilar, Héctor Orestes, México, Fondo de Cultura Económica, 2001). 
[2] Weber, Max, Ciencia y Política – La Política como profesión, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1980, p. 65.
[3] Weber, Max, Ciencia y Política – La Política como profesión, p. 66.
[4] Weber, Max, Ciencia y Política – La Política como profesión, p. 67. En este punto debemos evitar la tentación de una mirada unidimensional sobre los recursos que, para Weber, hacen a la estatidad y a su definición. Si bien asigna un lugar preponderante a la utilización de los recursos violencia legítima y territorio como definidores de la estatidad, bajo ningún concepto les da carácter exclusivo. De esta forma podemos observar que los recursos materiales y su control y la posibilidad de replicar estructuras de dominación, también forman parte de la definición de lo estatal. De esta forma “Toda empresa de dominación, que requiere una continuidad administrativa, exige que la conducta humana esté orientada hacia la obediencia de los jefes que pretenden ser portadores del poder legítimo. Por otra parte, en virtud de esta obediencia, el dominio organizado requiere del control de los bienes materiales que, en un caso dado, son necesarios para el uso de la violencia física. El dominio organizado requiere así del control personal ejecutivo y de los elementos materiales de gestión”. Ob. Cit., p. 69.
[5] Weber, Max, Ciencia y Política – La Política como profesión, p. 66.
[6] Schmitt, Carl, “El concepto de lo político”, en “Carl Schmitt, teólogo de la política”, prologo y selección de textos de Aguilar, Héctor Orestes, México, Fondo de Cultura Económica, p. 171.
[7] “El Estado es una situación, definida de una manera particular, de un pueblo, más precisamente la situación que sirve de criterio en el caso decisivo, y constituye por ello el status exclusivo frente a muchos posibles status individuales y colectivos”. Schmitt, Carl, “El concepto de lo político”, en “Carl Schmitt, teólogo de la política”, prologo y selección de textos de Aguilar, Héctor Orestes, México, Fondo de Cultura Económica, p. 171.
[8] Schmitt, Carl, Teoría de la Constitución, Madrid, Alianza, 2003, p. 35.
[9] Schmitt, Carl, Teoría de la Constitución, Madrid, Alianza, 2003, p. 104.
[10] Schmitt, Carl, Teoría de la Constitución, Madrid, Alianza, 2003, p. 106.
[11] Schmitt, Carl, “El concepto de lo político”, en “Carl Schmitt, teólogo de la política”, prologo y selección de textos de Aguilar, Héctor Orestes, p. 174.
[12] Schmitt, Carl, “El concepto de lo político”, en “Carl Schmitt, teólogo de la política”, prologo y selección de textos de Aguilar, Héctor Orestes, p. 177.
[13]Schmitt, Carl, “El concepto de lo político”, en “Carl Schmitt, teólogo de la política”, prologo y selección de textos de Aguilar, Héctor Orestes, p. 185. Tan fuerte resulta esta relación antinómica que “Todo enfrentamiento religioso, moral, económico, étnico o de otro tipo se transforma en un enfrentamiento político si es lo bastante fuerte como para reagrupar efectivamente a los hombres en amigos y enemigos”, p. 186.
[14] Schmitt, Carl, “El concepto de lo político”, en “Carl Schmitt, teólogo de la política”, prologo y selección de textos de Aguilar, Héctor Orestes, p. 177.
[15] Schmitt, Carl, “El concepto de lo político”, en “Carl Schmitt, teólogo de la política”, prologo y selección de textos de Aguilar, Héctor Orestes, p. 178.
[16] “Enemigo no es el competidor o el adversario en general. Enemigo no es sólo un conjunto de hombre que combate, al menos virtualmente, o sea sobre una posibilidad real, y que se contrapone a otro agrupamiento humano del mismo género. Enemigo es sólo enemigo público, puesto que todo lo que se refiere a semejante agrupamiento, y en particular a un pueblo íntegro, deviene por ello mismo público”. Schmitt, Carl, “El concepto de lo político”, en “Carl Schmitt, teólogo de la política”, prologo y selección de textos de Aguilar, Héctor Orestes, p. 179.
[17] “Al Estado, en cuanto unidad sustancialmente política, le compete el jus belli, o sea la posibilidad real de determinar al enemigo y combatirlo en casos concretos y por la fuerza de una decisión propia”. Schmitt, Carl, “El concepto de lo político”, en “Carl Schmitt, teólogo de la política”, prologo y selección de textos de Aguilar, Héctor Orestes, p. 193.
[18] Schmitt, Carl, Teoría de la Constitución, Madrid, Alianza, 2003.

jueves, 15 de julio de 2010

Wilcock

Los relatos de El estereoscopio de los solitarios ( J.R. Wilcock, 1972) naturalizan lo fantástico: lo extraño no está escindido de lo cotidiano; y, en ocasiones, lo atroz tiene origen en una realidad hostil e indiferente.
En efecto, los personajes que habitan el libro son seres solitarios, únicos, extraviados que sobreviven en un mundo que los rechaza, los ahoga y descree de ellos como seres capaces de inquietar.
Si en Cortázar lo fantástico todavía perturba y modifica para siempre la vida cotidiana de los personajes, en Wilcock, en cambio, asistimos al espectáculo de la sociedad moderna desarmando esa potencia subversiva y profanadora. Lo fantástico ya no es un límite cultural, esta subsumido en la trama macabra de la “realidad”. Sólo queda el abandono o la exposición trivial.
En este sentido, Wilcock practica una literatura posfantástica.
G.Z.

La sirena
Otras sirenas habitan en grandiosas grutas submarinas, en donde las anémonas naranja, las estrellas rojas y los erizos marrones vuelven todavía más claras y azules las aguas, y los peces multicolores ostentan colas de pájaros tropicales, célebres costados de finos metales. Ella en cambio es la única sirena de este río cenagoso, ancho, turbio y lento, y se aloja debajo de los restos negruzcos de un barco hundido, un montón de madera podrida encastrada en el barro, entre cajas oxidadas, botellas, zapatos viscosos y peces planos con los ojos en la espalda, repugnantes. Ni siquiera consigue mantener limpios sus cabellos; tiene solamente un viejo peine, roto, de plástico negro, que siempre se le enreda con alguna porquería, pedacitos de papel, cáscaras de naranja, cordones que el río arrastra en su imparable indiferencia. Y así la sirena está siempre sucia, desgreñada, y cada vez que se atreve a salir a la costa a peinarse y a sacarse de las escamas las costras de barro pegajoso, los niños del lugar le tiran basura, los hombres le proponen porquerías, y un domingo fue un cura con tres mujeres vestidas de negro a exorcizarla, agitando una cruz. Por eso decidió no hacerse ver más dando vueltas por ahí; pero el problema más serio es la planta química recientemente inaugurada aguas arriba, que cada tanto arroja en el río desechos irritantes. Ahora la sirena tiene tos, y sobre todo le pica la parte humana de su cuerpo; debería mudarse al valle, más cerca de la desembocadura, pero allí el agua sabe a mar y ella no puede tolerar la salobridad. Más arriba, en cambio, la corriente es demasiado fuerte, hay que nadar todo el día para permanecer en el mismo lugar, no se descansa ni siquiera de noche. Nadie se ocupa de la sirena solitaria, salvo un empleado de la municipalidad que de tanto en tanto se presenta a reclamar el depósito de ciertos impuestos que ella de ninguna manera puede pagar. Entre la fábrica de abono y el hombre de los impuestos, la última sirena del río está muy deprimida y ya van dos veces que ha intentado suicidarse, con esos tubitos de barbitúricos que en primavera arrastra la crecida.

El estereoscopio de los solitarios, J. Rodolfo Wilcock.

jueves, 8 de julio de 2010

Una luz en la ventana

Truman Capote



En una oportunidad fui invitado a una boda. La novia me pidió que viajará en auto desde Nueva York con otros dos invitados, un matrimonio de apellido Roberts, a quienes no conocía. Era un día frío de abril, y en el viaje a Connecticut esta pareja, de unos cuarenta años, me resultó agradable. No eran personas con quienes querría pasar un fin de la semana, pero era simpáticos.

Sin embargo, en la recepción se consumió una enorme cantidad de alcohol; yo diría que mis compañeros conductores del auto consumieron un tercio del toral. Fueron los últimos en irse, como a las once de la noche, y yo me sentía preocupado al acompañarlos, pues sabía que estaban borrachos. Lo que no sabía era cuán borrachos. Habríamos hecho unos treinta kilómetros. El auto avanzaba tortuosamente mientras Mr. y Mrs. Roberts se insultaban de la manera más extraordinaria, en un diálogo digno de ¿Quién le teme a Virginia Woof? Comprensiblemente, en un momento dado Mr. Roberts se equivocó en una curva y fuimos a parar a un oscuro camino de campaña. Empecé a pedirles, a rogarles, que detuvieran el auto y me dejaran bajar, pero estaban tan absortos en sus vituperios que me ignoraron. Finalmente el auto se detuvo (temporariamente) al rozar un árbol. Aproveché la oportunidad para abrir la portezuela y desaparecer en un bosque. Después de un rato el maldito vehículo reanudó su marcha, dejándome solo en medio de la helada oscuridad. Estoy seguro de que mis amigos no me echaron de menos, y Dios sabe que yo tampoco.

Sin embargo, no me hacía muy feliz quedarme desamparado en ese lugar en una fría y ventosa noche. Eché a andar con la esperanza de llegar a una carretera. Después de media hora, no había visto ni signos de vida. De repente, junto al camino, vi una casita de madera con un porche y una ventana iluminada por la luz de una lámpara. Me dirigí de puntillas, subí al porche y miré por la ventana. Había una mujer vieja, de suave pelo canoso y rostro redondo y agradable, sentada junto a un hogar encendido, leyendo un libro. Había un gato acurrucado sobre su falda, y varios otros dormitando a sus pies.

Llamé a la puerta, y cuando me abrió le dije (me castañeaban los dientes):

-Lamento molestarla, pero he tenido una especie de accidente y querría usar su teléfono para llamar a un taxi.

- Que lástima –dijo sonriendo-, pero no tengo teléfono. Soy demasiado pobre. Pero entre, por favor.-Al pasar a la tibia habitación, me dijo:- Dios mío, muchacho, esta helado. ¿Puedo darle un café? ¿Una taza de té? Tengo un poco de whisky que dejó mi esposo…murió hace seis años.

Le dije que un poco de whisky me vendría muy bien.

Mientras lo servía me calenté las manos en el fuego y examiné la habitación. Era un recinto, ocupado por seis o siete gatos comunes, de pelajes de variados tonos. Miré el título del libro que leía Mrs. Kelly (ése era su nombre, como me enteré luego). Era Emma, de Jane Austen, una de mis autoras favoritas.

Cuando regresó, con un vaso con hielo y una polvorienta botella de bourbon, me dijo:

-Siéntese, siéntese. No tengo visitas muy a menudo. Claro, tengo mis gatos. De todos modos, ¿quiere quedarse a dormir? Tengo un hermoso cuarto de huéspedes que hace años nadie ocupa. Mañana puede caminar hacia la carretera y alguien lo llevará a la ciudad, donde encontrará un mecánico que le arregle el auto. Está a unos ocho kilómetros.

Le pregunté cómo podía vivir tan aislada, sin auto ni teléfono. Me dijo que su buen amigo, el cartero, se encargaba de sus compras.

-Albert. Un amigo tan querido, tan fiel. Pero se jubilará el año el año que viene. Entonces no sé qué haré. Pero ya surgirá algo. Tal vez un nuevo cartero que sea amable. Dígame, ¿qué clase de accidente tuvo?

Cuando le explique lo que había sucedido realmente, dijo indignada:

-Hizo muy bien. Yo no subiría a un auto manejado por alguien que haya olido siquiera un poco de jerez. Así perdí a mi marido. Estuvimos casados cuarenta años, cuarenta felices años, y lo perdí porque lo atropelló un auto conducido por un borracho. De no ser por mis gatos…- Acarició un gato atigrado, color anaranjado, que ronroneaba en su falda.

Conversamos junto al fuego hasta que se me empezaron a cerrar los ojos. Hablamos de Jane Austen (“Ah, Jane. Mi tragedia es que he leído todos sus libros tanta veces que los sé de memoria”) y de otros autores admirados: Thoreau, Willa Cather, Dickens, Lewis Carroll, Agatha Christie, Raymond Chandler, Hawthorne, Chejov, De Maupassant. Tenía la mente clara y conversación variada. La inteligencia iluminaba sus ojos avellana igual que la lámpara que derramaba su luz sobre la mesita, a su lado. Hablamos de los duros inviernos en Connecticut, de los políticos, de lugares distantes (“Nunca he estado en el extranjero, pero si tuviera oportunidad iría a África. Muchas veces he soñado con las verdes colinas, el calor, las hermosas jirafas, los elefantes por todas partes”), de la religión (“Por supuesto que fui católica de niña, pero ahora, casi me apena decir que tengo una mentalidad amplia. Debe ser por tantas lecturas”), la jardinería (“Cultivo todas las verduras que consumo, y también las envaso, por necesidad”). Finalmente:

-Discúlpeme por charlar tanto. No sabe el placer que me causa. Pero ya es tarde. Por lo menos, para mí.

Me llevó arriba, y me acosté cómodamente en una cama matrimonial, bajo una buena cantidad de edredones hechos de retazos. Entonces ella volvió, para darme las buenas noches y desearme buenos sueños. Me quedé despierto, pensando. Qué experiencia excepcional ser una mujer anciana y vivir sola en el medio de la nada. De repente, un desconocido llama a su puerta en la noche, y no sólo le abre, sino que lo hace pasar, le da la bienvenida y le proporciona alojamiento. De haber estado yo en su lugar y ella en el mío, dudo que yo hubiera tenido el valor, y mucho menos la generosidad, de hacerlo.

A la mañana siguiente me dio el desayuno en la cocina. Café y bizcochos calientes y crema en lata, pero tenía hambre y me pareció delicioso. La cocina era más vieja que el resto de la casa. La heladera hacía ruido y todo parecía a punto de fenecer, excepto un aparato bastante moderno, metido en un rincón: una congeladora.

Ella no dejaba de conversar:

-Me encantan los pájaros. Me siento tan culpable de no tirarles migajas en el invierno, pero no puedo permitir que se acerquen a la casa. Por los gatos. ¿Le gustan los gatos?

- Si. Tuve una siamesa llamada Toma. Vivió hasta los doce años, y viajamos juntos a todas partes. Por el mundo. Cuando murió no quise tener otro.

-Entonces tal vez entienda esto-dijo, llevándome hasta la congeladora y abriéndola. Adentro no había nada más que gatos: pilas de gatos congelados, conservados perfectamente. Docenas de gatos. Sentí algo extraño.-Todos mis viejos amigos. Que se han ido. No puedo perderlos. Del todo. Río, y dijo:-Supongo que pensará que estoy un poco chiflada.

Un poco chiflada. Sí, un poco chiflada, pensé mientras caminaba bajo el cielo gris en dirección a la carretera, tal como me había indicado. Pero radiante: una luz en la ventana.

Extraído del libro "Música para camaleones".

martes, 6 de julio de 2010

Música para camaleones

  Lo mejor de la obra de Truman Capote descansa a la sombra de A sangre fría. Su gestación fue tan tortuosa para el escritor, como demencial y desmedido su éxito posterior. Después de ese libro, Capote no hizo más que prometer una novela de la que solo escribió algunos capítulos. Plegarias atendidas sería un gran fresco social a la altura de En busca del tiempo perdido, declaraba Capote donde pudiera. Los capítulos publicados póstumamente fueron lo único que había. Nada se encontró después de su muerte.
 
  Antes y después de A sangre fría hubo la obra de un estilista. Capote fue uno de esos escritores que se apropian del lenguaje y encuentran su voz de manera temprana. A lo largo de su trayectoria no hizo más que comprimir y perfeccionar esa entonación. Del trayecto y del arco histórico de un estilo, de sus inicios como alumno aventajado del gótico sureño –no sé por qué, no me tomé el trabajo de releerlos, puede que sea el recuerdo de una atmósfera compartida, pero nada me cuesta sentir un eco lejano y asordinado de la poderosa voz de William Faulkner en cuentos como Niños en sus cumpleaños- a la textura aérea y liviana de la prosa de sus últimos trabajos, da cuenta, entre otras cosas,  el prefacio que Capote escribió como entrada a Música para camaleones.

   Libro de estructura híbrida y espacios autónomos, Música para camaleones es lo último y lo mejor que entregó el autor de Desayuno en Tiffany´s. Una especie de suma estilística. En él Capote trabaja con todos los géneros que abordó en su carrera: una colección de cuentos inquietantes, una novela corta de perfecta concisión y atmósfera aterradora escrita con la técnica de no fiction de A sangre fría, una serie de relatos y pérfiles periodísticos y un autorretrato despiadado y conmovedor que de alguna manera encuentra su sentido último en las palabras que Capote utilizó en el prefacio antes mencionado: “Cuando Dios nos ofrece un don, al mismo tiempo nos entrega un látigo, y este sólo tiene por finalidad la autoflagelación”.

  Música para camaleones muestra las marcas lacerantes que el látigo de Dios dejó en el alma atormentada de Truman Capote.

Diego Zappa

jueves, 1 de julio de 2010

La literatura según Saer

Durante los cinco días de suspensión, en los que no salí de casa, leí "La montaña mágica", que me gustó muchísimo; "Luz de agosto", fabuloso; un libro verde que se llamaba "Lolita", una verdadera mierda; "El largo adiós", obra francamente genial, y dos novelas del tarado de Ian Fleming.

Cicatrices, de Juan José Saer.