sábado, 9 de noviembre de 2019

Una vida contemplativa


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César Aira: Pinceladas musicales.

Promediando la lectura de Pinceladas musicales, uno de sus personajes, un linyera con modales Bartlebyanos, le dice a su protagonista que para que a un pintor lo tomen en serio, debería al menos pintar cien cuadros. Hay en ese enunciado no sólo una valorización cuantitativa de la obra, sino que invita a pensar la figura del artista sin obra. Parte de la novela transita esa idea.
El protagonista de Pinceladas musicales es “un artista pintor”, un vecino de Pringles retirado del comercio al que le ofrecen pintar un mural en las paredes del salón de actos del Palacio Municipal, el  ofrecimiento se debe a su “reputación”,  al “prestigio ambiguo que se ganan en un pueblo los que practican actividades improductivas” y “porque hay un pintor (…) al que no se le encontraba función”, y es ahí donde se pone en juego la valorización que en distintos ámbitos se hace de la actividad artística y del éxito en términos productivos que esta tiene, en otras palabras: que hacemos con el vago del pueblo. Es de destacar que Aira convenientemente rodea a su artista de una obra inexistente. Pero otro es el motivo que el narrador  señala: romper con la uniformidad del paisaje urbano que hacía de esos pueblos lugares idénticos unos de otros y la necesidad de subsanar la falta de representación simbólica de la que adolecía Príngles, un hecho algo extraño si se tiene en cuenta que la novela transcurre en los años del primer peronismo.
La trama es mínima y se va desgranando entre personajes excéntricos y reflexiones inteligentes que representan lo más jugoso y sustancial del texto, en él Aira va entramando entre los capítulos del libro, todo un pequeño aparato crítico sobre la pintura y el arte, a la vez que invita a leer esta novela y acaso buena parte de su obra en relación a textos ensayísticos como Sobre el arte contemporáneo, donde analiza las vanguardias en el arte y se posiciona ahí, en ese espacio donde la obra es indisociable del contexto donde se genera y se desarrolla. 
Una cosa resulta evidente, a esta altura Pringles forma parte de esos territorios míticos tales como el condado de Yoknapatawpa de Faulkner o el pueblo Ile-Combray en la obra de Marcel Proust, y hay en Pinceladas musicales un guiño a esos lugares donde circulan y se trafican los relatos[1], ese espacio de concentración en Pringles es el hotel donde en los relatos quedaban “cosas sin decir, episodios enteros omitidos” que el narrador completaba con “reflejos de lecturas y con la desenvoltura de la naciente vocación literaria”. Por supuesto que tratándose de una novela de Aira, las desviaciones en la trama, las digresiones y los “disparates” están presentes como una marca indeleble, hay una mujer que tiene un encuentro revelador con un árbol, un fugitivo enano que después de haber matado a un hombre logra esa condición para que la culpa no tardara tanto en ocupar la totalidad de su cuerpo, el pintor en su retiro a una vida de contemplación es visitado por el fantasma de su mujer y termina compartiendo territorio a orillas del arroyo Pillahuinco con un grupo de linyeras. Y acaso los planos de esa “casita” de estructura ensamblada  junto al arroyo que le construyó un carpintero de acuerdo a las indicaciones de ese modelo, sean la única prueba de su arte. Finalmente la prosa de Aira, un tono lírico que como una ola incontenible arrastra a todo el texto y que es fruto de la poesía y de lecturas que se fueron contaminando y que no excluyeron la fábula y el cuento infantil, puede que de ahí surja ese efecto de encantamiento al que alguna vez se refirió  Juan José Becerra. Ese efecto y la invención disparatada me recuerdan al malogrado Richard Brautigan. Dudo que Aira lo haya leído y puede que la comparación sea digna de uno de esos disparates.


[1] La cita es de Silvia Molloy


Diego Zappa
Cultura Perfil
Domingo 22 de septiembre 2019