En algunos momentos, Dick se parece a Burroughs. Ambos, a la manera norteamericana, en el fondo muy pragmática, están interesados más en la revolución, por el "estado de la revolución", es decir por la resistencia, que por la literatura. Es en este sentido que yo creo que a él no le interesa escribir bien, algo que en un escritor se da por sobreentendido. Dick va camino de ser un clásico y una de las características de un clásico es ir mucho más allá de la buena escritura, que no es otra cosa que una cierta corrección gramatical. "Colocar las palabras adecuadas en el lugar adecuado es la más genuina definición del estilo", dice Jonathan Swift. Pero evidentemente la gran literatura que no es una cuestión de estilo y de gramática, como también sabía Swift. Es una cuestión de iluminación, tal como entiende Rimbaud esta palabra. Es una cuestión de videncia. Es decir, por un lado es una lectura lúcida y exhaustiva del árbol canónico y por otro lado una bomba de relojería. Un testimonio (o una obra, como queramos llamarle)que explota en las manos de los lectores y que se proyecta hacia el futuro. ¿Y qué es lo que Dick proyecta hacia el futuro? ¿En qué consiste el mecanismo de su bomba de relojería? Básicamente en preguntas. Preguntas rarísimas y peregrinas. Y en una sensación de malestar, de alteridad, que muy pocos han logrado plasmar.
El evangelio según Philip Kindred Dick, Roberto Bolaño-Rodrigo Fresán.
domingo, 31 de octubre de 2010
viernes, 29 de octubre de 2010
La conquista del mundo
Pablo De santis
En el siglo X los chinos iniciaron la conquista del mundo. Pero decidieron no hacerlo con grandes ejércitos-tan difíciles de mantener y disciplinar- sino a través de un sutil cambio de costumbres. Durante siglos se infiltraron de a poco en la corte de los reyes, en las cocinas de los palacios, en la jerarquía de la Iglesia. Con magistral astucia cambiaron el gusto de las comidas, las opiniones sobre política, el concepto de arte. De vez en cuando se vieron obligados a hacer enormes manifestaciones, que requirieron millones de actores: la revolución china fue el más espectacular de estos fingimientos. Así, lograron mantener oculta la figura de su emperador, que vive rodeado de diecisiete servidores-nueve de ellos octogenarios-en un palacio secreto. Allí toman las decisiones que alteran el mundo, pero cuyos resultados tardan en verse. Los chinos detestan los apuros.
Pero esa lenta conquista no acabó del todo con occidente. Dejaron una especie de núcleo-que los chinos trabajan duramente por mantener-de manera que los pueblos invadidos, abrumados por este falso occidente, sintieran la nostalgia por el oriente. Ese oriente que creen remoto, y que está en ellos desde hace siglos.
Hay un ideograma que sólo figura en los documentos cifrados de la corte, y que significa, a la vez, China y Mundo.
Rey Secreto. Colihue, 2005
En el siglo X los chinos iniciaron la conquista del mundo. Pero decidieron no hacerlo con grandes ejércitos-tan difíciles de mantener y disciplinar- sino a través de un sutil cambio de costumbres. Durante siglos se infiltraron de a poco en la corte de los reyes, en las cocinas de los palacios, en la jerarquía de la Iglesia. Con magistral astucia cambiaron el gusto de las comidas, las opiniones sobre política, el concepto de arte. De vez en cuando se vieron obligados a hacer enormes manifestaciones, que requirieron millones de actores: la revolución china fue el más espectacular de estos fingimientos. Así, lograron mantener oculta la figura de su emperador, que vive rodeado de diecisiete servidores-nueve de ellos octogenarios-en un palacio secreto. Allí toman las decisiones que alteran el mundo, pero cuyos resultados tardan en verse. Los chinos detestan los apuros.
Pero esa lenta conquista no acabó del todo con occidente. Dejaron una especie de núcleo-que los chinos trabajan duramente por mantener-de manera que los pueblos invadidos, abrumados por este falso occidente, sintieran la nostalgia por el oriente. Ese oriente que creen remoto, y que está en ellos desde hace siglos.
Hay un ideograma que sólo figura en los documentos cifrados de la corte, y que significa, a la vez, China y Mundo.
Rey Secreto. Colihue, 2005
sábado, 23 de octubre de 2010
El buitre
Franz Kafka
Erase un buitre que me picoteaba los pies. Ya había desgarrado las botas y las medias y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos inquietos alrededor y luego proseguía la obra. Pasó un señor, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba yo al buitre.
-Estoy indefenso-le dije-, vino y empezó a picotearme, yo lo quise espantar y hasta pensé torcerle el espuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies: ahora están casi hechos pedazos.
-No se deje atormentar-dijo el señor-,un tiro y el buitre se acabó.
-¿Le parece?-pregunté-, ¿quiere encargarse usted del asunto?
-Encantado-dijo el señor-; no tengo más que ir a casa a buscar el fusil, ¿puede usted esperar media hora más?
-No sé- le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después añadí-: por favor, pruebe de todos modos.
-Bueno- dijo el señor-, voy a apurarme.
El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: voló un poco, retrocedió para lograr el ímpetu necesario y como un atleta que arroja la jabalina encajó el pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre irreparablemente se ahogaba.
Traducción Joge Luis Borges.
Erase un buitre que me picoteaba los pies. Ya había desgarrado las botas y las medias y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos inquietos alrededor y luego proseguía la obra. Pasó un señor, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba yo al buitre.
-Estoy indefenso-le dije-, vino y empezó a picotearme, yo lo quise espantar y hasta pensé torcerle el espuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies: ahora están casi hechos pedazos.
-No se deje atormentar-dijo el señor-,un tiro y el buitre se acabó.
-¿Le parece?-pregunté-, ¿quiere encargarse usted del asunto?
-Encantado-dijo el señor-; no tengo más que ir a casa a buscar el fusil, ¿puede usted esperar media hora más?
-No sé- le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después añadí-: por favor, pruebe de todos modos.
-Bueno- dijo el señor-, voy a apurarme.
El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: voló un poco, retrocedió para lograr el ímpetu necesario y como un atleta que arroja la jabalina encajó el pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre irreparablemente se ahogaba.
Traducción Joge Luis Borges.
viernes, 22 de octubre de 2010
Represión
Documento de la Correpi
Las balas de la patota de la Unión Ferroviaria se descargaron sobre los trabajadores ferroviarios tercerizados, movilizados en reclamo por su reincorporación, mientras la policía liberaba la zona para que la fuerza de choque de la burocracia sindical operara con total seguridad, y con las espaldas bien cubiertas. Varios compañeros resultaron heridos. Mariano Ferreyra, estudiante de 23 años del CBC de Avellaneda y militante del Partido Obrero, recibió un disparo en el abdomen que causó su muerte. Otro proyectil impactó en la nuca de Elsa Rodríguez, de 56 años de edad, también militante del PO. La compañera, en gravísimo estado, lucha por su vida en el Hospital Argerich.
Así como los empresarios usan la tercerización del trabajo para profundizar la explotación, el gobierno terceriza la represión, para hacerla más eficaz y con menos costo político que cuando directamente manda sus policías y gendarmes.
Desde 2003, hemos visto con frecuencia creciente cómo el gobierno peronista de los Kirchner delega la represión en patotas de la burocracia sindical para amedrentar a los trabajadores. Como con los docentes, los estudiantes, los trabajadores del subte, del hospital Francés y del Garrahan, por poner unos pocos ejemplos, esta modalidad represiva permite al gobierno “lavarse las manos”, porque no es el aparato represivo formal el que ataca a los trabajadores, y también sirve para deslegitimar las luchas, con el aporte de los medios que titulan “interna entre gremios”. Así, con la intervención mancomunada de las empresas, la burocracia sindical y el gobierno, siguen queriendo disciplinar a los trabajadores organizados.
Con el asesinato de Mariano, suman siete los muertos por la represión en marchas o manifestaciones durante el gobierno de los Kirchner. Mariano Ferreyra suma su nombre a la lista que se iniciara en Jujuy, durante una movilización contra la tortura, con Luis Cuéllar, en 2003, y que continuó con Carlos Fuentealba (docente, Neuquén, 2007); Juan Carlos Erazo (trabajador del ajo, Mendoza, 2008), Facundo Vargas (Talar de Pacheco, 2010), Nicolás Carrasco y Sergio Cárdenas (Bariloche, 2010), los tres últimos en manifestaciones contra el gatillo fácil policial.
Es el mismo gobierno que encausa y encarcela luchadores, sin olvidar que, con otra variante represiva, la que se descarga de modo preventivo sobre la clase trabajadora no organizada, nos mata un joven por día, a través del gatillo fácil y la tortura.
Las balas de la patota de la Unión Ferroviaria se descargaron sobre los trabajadores ferroviarios tercerizados, movilizados en reclamo por su reincorporación, mientras la policía liberaba la zona para que la fuerza de choque de la burocracia sindical operara con total seguridad, y con las espaldas bien cubiertas. Varios compañeros resultaron heridos. Mariano Ferreyra, estudiante de 23 años del CBC de Avellaneda y militante del Partido Obrero, recibió un disparo en el abdomen que causó su muerte. Otro proyectil impactó en la nuca de Elsa Rodríguez, de 56 años de edad, también militante del PO. La compañera, en gravísimo estado, lucha por su vida en el Hospital Argerich.
Así como los empresarios usan la tercerización del trabajo para profundizar la explotación, el gobierno terceriza la represión, para hacerla más eficaz y con menos costo político que cuando directamente manda sus policías y gendarmes.
Desde 2003, hemos visto con frecuencia creciente cómo el gobierno peronista de los Kirchner delega la represión en patotas de la burocracia sindical para amedrentar a los trabajadores. Como con los docentes, los estudiantes, los trabajadores del subte, del hospital Francés y del Garrahan, por poner unos pocos ejemplos, esta modalidad represiva permite al gobierno “lavarse las manos”, porque no es el aparato represivo formal el que ataca a los trabajadores, y también sirve para deslegitimar las luchas, con el aporte de los medios que titulan “interna entre gremios”. Así, con la intervención mancomunada de las empresas, la burocracia sindical y el gobierno, siguen queriendo disciplinar a los trabajadores organizados.
Con el asesinato de Mariano, suman siete los muertos por la represión en marchas o manifestaciones durante el gobierno de los Kirchner. Mariano Ferreyra suma su nombre a la lista que se iniciara en Jujuy, durante una movilización contra la tortura, con Luis Cuéllar, en 2003, y que continuó con Carlos Fuentealba (docente, Neuquén, 2007); Juan Carlos Erazo (trabajador del ajo, Mendoza, 2008), Facundo Vargas (Talar de Pacheco, 2010), Nicolás Carrasco y Sergio Cárdenas (Bariloche, 2010), los tres últimos en manifestaciones contra el gatillo fácil policial.
Es el mismo gobierno que encausa y encarcela luchadores, sin olvidar que, con otra variante represiva, la que se descarga de modo preventivo sobre la clase trabajadora no organizada, nos mata un joven por día, a través del gatillo fácil y la tortura.
lunes, 18 de octubre de 2010
La poesía del movimiento suspendido
por Michel Houellebecq
En mayo de 1968, yo tenía diez años. Jugaba a las canicas, leía Pif le chien, la buena vida. De los sucesos del 68 sólo guardo un recuerdo, aunque bastante vivo. En aquella época, mi primo Jean-Pierre estaba en primero, en el liceo Raincy. El liceo me parecía entonces (después, la experiencia confirmó esta primera intuición, añadiéndosele una penosa dimensión sexual) un lugar enorme y espantoso donde los chicos mayores se consagraban con todo empeño al estudio de materias difíciles para asegurarse un futuro profesional. Un viernes, no sé por qué, fui con mi tía a esperar a mi primo a la salida de la clase. Ese mismo día, el liceo de Ranincy había comenzado una huelga indefinida. El patio, donde yo esperado encontrar cientos de adolescentes atareados, estaba desierto. Algunos profesores daban vueltas sin rumbo entre las porterías de balonmano. Recuerdo que, mientrás mi tía intentaba conseguir alguna información, yo deambulé unos largos minutos por aquel patio. La paz era completa, el silencio absoluto. Fue un momento maravilloso.
En diciembre de 1986 yo estaba en la estación de Avignon, y había buen tiempo. Después de una serie de complicaciones sentimentales que sería fastidioso narrar aquí, era absolutamente necesario -o eso creía yo- que tomara el TGV a París. No sabía que la red de Ferrocarriles Nacionales acaba de iniciar una huelga general. Se rompió de golpe la sucesión operativa de intercambio sexual, aventura y hastío. Pasé dos horas sentado en un banco frente al desierto paisaje ferroviario. Había vagones de TGV inmóviles en las vías muertas. Parecía que llevaban allí años, o que jamás se habían movido. Los viajeros se pasaban información en voz baja; había un ambiente de resignación, de incertidumbre. Podría haber sido la guerra, o el fin del mundo occidental.
Algunos testigos más directos de los sucesos del 68 me contaron que fue un período maravilloso, que la gente se hablaba en la calle, que todo parecía posible; lo creo. Otros dicen, simplemente, que los trenes dejaron de circular, que no había gasolina; lo admito. Veo un rasgo común en todos estos testimonios: durante unos días, mágicamente, una máquina gigantesca y opresora dejó de funcionar. Hubo una flotación, una incertidumbre; todo quedó en suspenso, y cierta calma se extendió por el país. Por supuesto, poco después la máquina social volvió a girar aún más de prisa, de un modo todavía más implacable ( y mayo del 68 sólo sirvió para romper las pocas reglas morales que hasta entonces entorpecían la voracidad de su funcionamiento). Pero a pesar de todo hubo un momento de interrupción, de vacilación; un instante de incertidumbre metafísica.
No cabe duda de que, por esas mismas razones, la reacción del público frente a una súbita interrupción de las redes de transmisión de la información, una vez superado el primer momento de contrariedad, está lejos de ser completamente negativa. Se puede observar el fenómeno cada vez que un sistema de almacenamiento informativo se avería (es bastante corriente): una vez admitido el inconveniente, y sobre todo en cuanto los empleados se deciden a utilizar el teléfono, lo que sienten los usuarios es, más bien, una secreta alegría; como si el destino les brindara la oportunidad de tomarse una revancha solapada contra la tecnología. Igualmente, para darse cuenta de lo que el público piensa en el fondo de la arquitectura en la que le obligan a vivir, basta observar su reacción cuando alguien se decide a volar una de esas torres con agujeros construidas en el extraradio en la década de los sesenta: un momento de alegría pura y violenta, parecida a la embriaguez de una inesperada liberación. El espíritu que habita lugares así es el malvado, inhumano, hostil; es el espíritu de un engranaje agotador, cruel, en constante aceleración; todo el mundo lo sabe, en el fondo, y anhela su destrucción.
La literatura puede con todo, se adapta a todo, escarba en la basura, lame las heridas de la infelicidad. Por eso fue posible que una poesía paradójica, de la angustia y de la opresión, naciera en medio de los hipermercados y de los edificios de oficinas. No es una poesía alegre; no puede serlo. La poesía moderna ya no aspira a construir una hipotética casa del ser, del mismo modo que la arquitectura moderna no aspira a construir lugares habitables; sería una tarea muy diferente de la que consiste en multiplicar las infraestructuras de circulación y de tratamiento de la información. La información producto residual de la no permanencia, se opone al significado como el plasma al cristal; una sociedad que alcanza un grado de sobrecalentamiento no siempre implosiona, pero se muestra incapaz de generar un significado, ya que toda su energía está monopolizada por la descripción informativa de sus variaciones aleatorias. Sin embargo, cada individuo es capaz de producir en sí mismo una especie de revolución fría, situándose por un instante fuera del flujo informativo-publicitario. Es muy fácil de hacer; de hecho, nunca ha sido tan fácil como ahora situarse en una posición estética con relación al mundo: basta con dar un paso a un lado.Y, en última instancia, incluso esa paso es inútil. Basta con hacer un pausa; apagar la radio, desenchufar el televisor; no comprar nada, no desear comprar. Basta con dejar de participar, dejar de saber; suspender temporalmente cualquier actividad mental. Basta, literalmente, con quedarse inmóvil unos segundos.
El mundo como supermercado, Anagrama, 2000.
En mayo de 1968, yo tenía diez años. Jugaba a las canicas, leía Pif le chien, la buena vida. De los sucesos del 68 sólo guardo un recuerdo, aunque bastante vivo. En aquella época, mi primo Jean-Pierre estaba en primero, en el liceo Raincy. El liceo me parecía entonces (después, la experiencia confirmó esta primera intuición, añadiéndosele una penosa dimensión sexual) un lugar enorme y espantoso donde los chicos mayores se consagraban con todo empeño al estudio de materias difíciles para asegurarse un futuro profesional. Un viernes, no sé por qué, fui con mi tía a esperar a mi primo a la salida de la clase. Ese mismo día, el liceo de Ranincy había comenzado una huelga indefinida. El patio, donde yo esperado encontrar cientos de adolescentes atareados, estaba desierto. Algunos profesores daban vueltas sin rumbo entre las porterías de balonmano. Recuerdo que, mientrás mi tía intentaba conseguir alguna información, yo deambulé unos largos minutos por aquel patio. La paz era completa, el silencio absoluto. Fue un momento maravilloso.
En diciembre de 1986 yo estaba en la estación de Avignon, y había buen tiempo. Después de una serie de complicaciones sentimentales que sería fastidioso narrar aquí, era absolutamente necesario -o eso creía yo- que tomara el TGV a París. No sabía que la red de Ferrocarriles Nacionales acaba de iniciar una huelga general. Se rompió de golpe la sucesión operativa de intercambio sexual, aventura y hastío. Pasé dos horas sentado en un banco frente al desierto paisaje ferroviario. Había vagones de TGV inmóviles en las vías muertas. Parecía que llevaban allí años, o que jamás se habían movido. Los viajeros se pasaban información en voz baja; había un ambiente de resignación, de incertidumbre. Podría haber sido la guerra, o el fin del mundo occidental.
Algunos testigos más directos de los sucesos del 68 me contaron que fue un período maravilloso, que la gente se hablaba en la calle, que todo parecía posible; lo creo. Otros dicen, simplemente, que los trenes dejaron de circular, que no había gasolina; lo admito. Veo un rasgo común en todos estos testimonios: durante unos días, mágicamente, una máquina gigantesca y opresora dejó de funcionar. Hubo una flotación, una incertidumbre; todo quedó en suspenso, y cierta calma se extendió por el país. Por supuesto, poco después la máquina social volvió a girar aún más de prisa, de un modo todavía más implacable ( y mayo del 68 sólo sirvió para romper las pocas reglas morales que hasta entonces entorpecían la voracidad de su funcionamiento). Pero a pesar de todo hubo un momento de interrupción, de vacilación; un instante de incertidumbre metafísica.
No cabe duda de que, por esas mismas razones, la reacción del público frente a una súbita interrupción de las redes de transmisión de la información, una vez superado el primer momento de contrariedad, está lejos de ser completamente negativa. Se puede observar el fenómeno cada vez que un sistema de almacenamiento informativo se avería (es bastante corriente): una vez admitido el inconveniente, y sobre todo en cuanto los empleados se deciden a utilizar el teléfono, lo que sienten los usuarios es, más bien, una secreta alegría; como si el destino les brindara la oportunidad de tomarse una revancha solapada contra la tecnología. Igualmente, para darse cuenta de lo que el público piensa en el fondo de la arquitectura en la que le obligan a vivir, basta observar su reacción cuando alguien se decide a volar una de esas torres con agujeros construidas en el extraradio en la década de los sesenta: un momento de alegría pura y violenta, parecida a la embriaguez de una inesperada liberación. El espíritu que habita lugares así es el malvado, inhumano, hostil; es el espíritu de un engranaje agotador, cruel, en constante aceleración; todo el mundo lo sabe, en el fondo, y anhela su destrucción.
La literatura puede con todo, se adapta a todo, escarba en la basura, lame las heridas de la infelicidad. Por eso fue posible que una poesía paradójica, de la angustia y de la opresión, naciera en medio de los hipermercados y de los edificios de oficinas. No es una poesía alegre; no puede serlo. La poesía moderna ya no aspira a construir una hipotética casa del ser, del mismo modo que la arquitectura moderna no aspira a construir lugares habitables; sería una tarea muy diferente de la que consiste en multiplicar las infraestructuras de circulación y de tratamiento de la información. La información producto residual de la no permanencia, se opone al significado como el plasma al cristal; una sociedad que alcanza un grado de sobrecalentamiento no siempre implosiona, pero se muestra incapaz de generar un significado, ya que toda su energía está monopolizada por la descripción informativa de sus variaciones aleatorias. Sin embargo, cada individuo es capaz de producir en sí mismo una especie de revolución fría, situándose por un instante fuera del flujo informativo-publicitario. Es muy fácil de hacer; de hecho, nunca ha sido tan fácil como ahora situarse en una posición estética con relación al mundo: basta con dar un paso a un lado.Y, en última instancia, incluso esa paso es inútil. Basta con hacer un pausa; apagar la radio, desenchufar el televisor; no comprar nada, no desear comprar. Basta con dejar de participar, dejar de saber; suspender temporalmente cualquier actividad mental. Basta, literalmente, con quedarse inmóvil unos segundos.
El mundo como supermercado, Anagrama, 2000.
viernes, 15 de octubre de 2010
La trama Celeste
El género fantástico cruza la literatura argentina del siglo veinte. Como un destino literario Bioy Casares lo practicó hasta el final de sus días. A él le debemos algunos de nuestros mejores textos. Puede que alguna vez terminemos por aceptar que La invención de Morel es la mejor novela argentina. Y hoy, que nuestra narrativa abunda en la desmesura, el solipsismo y la digresión de manual. Y que algunos libros vienen acompañados de un andamiaje teórico que los sostiene; el clasicismo, la rigurosidad formal y la coherencia interna de los cuentos de La trama celeste es algo que el lector felizmente agradece.
Publicada en 1948, reeditada por Sur en 1967 y por Losada en 1990, esta colección de cuentos contiene las marcas personales y estilísticas de su autor. Todo el universo narrativo de Bioy Casares está en La trama celeste: los juegos con el tiempo, la repeticiones análogas y la existencia de planos paralelos, el humor como un estiletazo repentino y demoledor, la circularidad de los hechos y la antinomia oralidad/escritura como suceso divergente. Jaime Rest en su libro Mundos de la imaginación señala a la escritura como un elemento central y constitutivo en la narrativa de Bioy. Cartas, apuntes, manuscritos y diarios son muchas veces el elemento central en el entramado de los textos, cuando no, el origen de su desciframiento. Los narradores prestan testimonio. La memoria en Bioy Casares es siempre memoria escrita.
Hay en La trama celeste dos clásicos de la literatura argentina y una modesta y subterránea obra maestra. En memoria de Paulina, El perjurio de la nieve y El otro laberinto. También, paradójicamente, el gérmen de una impostura: Borges al prologar La invención de Morel destaca la perfección de su trama, Bioy recoge la caricia del guante y años después escribe El ídolo. De ahí en más su prosa se “suelta” y buena parte de su obra posterior abandona la precaución, alarga las frases y se reviste de un coloquialismo que en manos de Bioy suena canchero y algo increíble.
Diego Zappa
Diego Zappa
Los gurúes de los Kirchner
Beatriz Sarlo para La Nación (27-09-10)
La sofisticación de la teoría de Ernesto Laclau sobre el populismo no es materia de esta nota. Quien la escribe ha leído atentamente La razón populista (2005), pero ahora seguirá el ejemplo de lo que hace Laclau cuando lo reportean: usar instrumentos menos abstrusos y, a veces, singularmente toscos. En Internet, el lector podrá leer esas intervenciones periodísticas a veces provocadoras. Los reportajes a Laclau enhebran sentencias apodícticas, enunciados cortantes, frases sin fisuras, mandamientos, irreverencias, aforismos irónicos y predicciones. Se siente autorizado por su obra y por su renombre, que cuida especialmente cuando adivina una amenaza a su estrellato, por ejemplo Slavoj Zizek (a quien Chantal Mouffe define como un revolucionario retórico y vociferante, eximiendo a su marido de la ingrata tarea de echar tierra sobre un competidor de la izquierda académica).
Visiblemente halagados, en una entrevista reciente, Laclau y Chantal Mouffe rememoran anécdotas locales que no son comunes en Europa, donde viven. Parece que los asistentes al Congreso de Ciencia Política que hace poco tuvo lugar en San Juan les hacían firmar ejemplares y los convirtieron en temporarias celebrities intelectuales. Pese a esta cordial resonancia entre los cientistas políticos del Congreso, la lectura de La razón populista es una tarea para entrenados. En cambio, En torno a lo político (2007), de Chantal Mouffe, la muestra como una pensadora disciplinada y poco extravagante.
En sus libros Laclau tiene un estilo trabajoso; en sus reportajes es simple y va al grano. No es necesario que un político haya leído a Laclau para entender lo que dice en las entrevistas. La difusión de las ideas se produce en círculos concéntricos y esto lo saben bien quienes hacen historia de la cultura. De modo que, salvo para los especialistas, Laclau puede circular tranquilamente en su simplificada versión mediática. Vale como ejemplo de esa difusión la actual reivindicación de la palabra "enemigo" en vez de "adversario" que emiten muchos de los voceros del Gobierno, puesta en valor que probablemente se haya originado en académicos que hoy militan en el Poder Ejecutivo, como Juan Manuel Abal Medina. Digamos, de paso, que Chantal Mouffe no podría reivindicar este uso desafiante de la palabra enemigo por razones que se verán más adelante y que prueban mayor sutileza intelectual y sensatez política.
De todos modos, antes de tocar la carne palpitante de actualidad que pone Laclau en sus entrevistas, vale la pena mencionar algunas de las ideas de La razón populista , aunque se corra el riesgo de herir su oscuridad y simplificar sus arabescos.
Ernesto Laclau considera que, cuando un sistema político atraviesa una crisis que afecta las viejas formas y estructuras, cuando aparece disperso o desmembrado como la Argentina a comienzos de este siglo, sólo el populismo es capaz de construir nuevamente una unidad, articulando las demandas diferentes que estallan por todas partes y volviéndolas equivalentes, es decir, aptas para sumarse en un mismo campo. Por eso, el populismo no tiene un contenido definido de antemano, sino que depende de las reivindicaciones que se articulen en esa nueva unidad. Al hacerlo se traza una frontera que divide a la sociedad en dos partes; una de ellas, el pueblo, es un "componente parcial que aspira a ser concebido como la única totalidad legítima". Suena históricamente conocido.
Cuanto más demandas diferentes sean integradas, más amplio será el campo enemigo, hasta tal punto que el discurso populista gira en torno de un "significante vacío". Pero no se trata de un vacío abstracto sino de un vacío que permite producir sentidos políticos, como -el ejemplo es de Laclau- la consigna "pan, tierra y libertad" o, con mayor actualidad, "capas medias versus morochos".
Podría decirse que estas definiciones de Laclau se aplican a todo nuevo régimen político. También podría decirse que el trazado de una línea interna que separe las demandas de quienes las rechazan es la política misma, no sólo la forma populista de la política. La intervención política ordena demandas y define conflictos. Para Laclau, la forma política apropiada (por lo menos para América latina, pero no sólo para América latina) es el populismo, que puede ser de izquierda o de derecha, pero Dios quiso que, en este momento del continente, con Chávez a la cabeza, fuera de izquierda.
Hasta aquí la discusión podría desarrollarse en el empíreo de las ideas sin mayores consecuencias. Pero Laclau es incomparablemente más simple cuando saca la mirada del "significante vacío" y la pone en la política real. Allí se vuelve esquemático y sus ejemplos parecen un poco elementales y alejados de las múltiples determinaciones concretas. Sin muchas mediaciones, aborda los hechos como si encontrara en ellos la directa versión empírica de sus categorías ideales.
En una entrevista reciente, traduce vertiginosamente las tesis de su libro: "Si existe una demanda concreta de un grupo local sobre un tema como transporte y la municipalidad la niega, hay una demanda frustrada. Pero si la gente empieza a ver que hay otras demandas en otros sectores y que también son negadas, entonces empieza a crearse entre todas esas demandas una cierta unidad y empiezan a formar la base de una oposición al poder. En cierto momento es necesario cristalizar esa cadena de equivalencias entre demandas insatisfechas en un significante que las significa a ellas como totalidad: es el momento de la ruptura populista, cuando la relación líder-masa empieza a cristalizar. Pero hay todo un renglón intermedio que es el momento parlamentario. Ese momento muchas veces opera sobre bases clientelísticas y puede tratar de interrumpir la relación populista entre masa y líder. Cuando ocurre, entonces tenemos a un poder parlamentario, antipersonalista, que se opone a la movilización de bases".
El servicial ejemplo de un grupo que pide una mejora en el transporte transcurriría antes del advenimiento del líder populista; con ese grupo, también en ese momento anterior, coexistiría otro que pide un sistema de salas de primeros auxilios y un tercero que reclama mejoras en las escuelas elementales. Todos tienen objetivos diferentes, pero el líder populista puede convertir esas demandas en una cadena de equivalencias que se enfrenten, por ejemplo, con los responsables de una injusta distribución del gasto público. En ese momento se traza una línea de separación y se funda un sujeto popular. Perón viene a la mente como el líder histórico que realizó esta paradigmática construcción de hegemonía, encontrando el nombre que desde entonces designa al enemigo del pueblo: la oligarquía, los vendepatria, etcétera.
Por eso, Perón, Chávez o cualquier líder populista están autorizados por el carácter de la operación hegemónica a limitar la república parlamentaria que distorsiona la política, ya que difiere o impide el trazado de una línea nítida y la definición del conflicto. Una "frontera interna", que divida claramente al pueblo de sus enemigos, requiere una "invocación política". Invocar quiere decir llamar y dar nombre: socialismo bolivariano frente al imperio, kirchnerismo frente a las corporaciones.
Sin embargo, a diferencia de lo que muchos pensamos y eventualmente tememos, Laclau sostiene que la conflictividad kirchnerista es incompleta. Por un lado no ha profundizado la frontera con los enemigos de todas las reivindicaciones populares; por el otro, no le ha dado un discurso a esa identidad que, de todos modos, ha contribuido a fundar.
Si alguien se imagina a Kirchner relamiéndose de gusto, alentado por esta explicación, y preparando nuevos tendidos de líneas divisorias, no se equivocará, aunque, para ser justos, también debería reconocerse que Kirchner no la necesita para hacer lo que hace y lo que hizo. Laclau agrega otros buenos argumentos para la persistencia en el poder de los líderes populistas (en general son los mismos argumentos por los cuales podría permanecer una dictadura): "Soy partidario hoy en América latina de la reelección presidencial indefinida. No de que un presidente sea reelegido de por vida, sino de que pueda presentarse. Por ejemplo, por el presente período histórico, sin Chávez el proceso de reforma en Venezuela sería impensable; si hoy se va, empezaría un período de restauración del viejo sistema a través del Parlamento y otras instituciones. Sin Evo Morales, el cambio en Bolivia es impensable. En Argentina no hemos llegado a una situación en la que Kirchner sea indispensable, pero si todo lo que significó el kirchnerismo como configuración política desaparece, muchas posibilidades de cambio van a desaparecer".
Laclau ha ido depositando refinadas capas de teoría sobre su populismo de origen, aquel adoptado como hipótesis histórica en su primera patria intelectual: el partido y las ideas de Jorge Abelardo Ramos. Esto no es una revelación inquietante, ya que para Laclau, como se ha dicho, el populismo es la forma misma de lo político.
La cuestión debería matizarse cuando se lee a Chantal Mouffe e incluso cuando se registran sus opiniones en (una menor) cantidad de entrevistas. Chantal Mouffe no es una teórica del populismo sino que interviene en el debate sobre el carácter de la democracia. De modo legible y con claridad expone que la democracia no es simplemente un régimen de consensos sino el escenario de disputas que las instituciones encuadran dentro de sus reglas para que no se vuelvan destructivas. No podría estar más de acuerdo. Si Laclau no muestra ningún interés por el aspecto institucional de las democracias y sostiene solamente la legitimidad de origen (es decir que un gobierno haya ganado elecciones), Chantal Mouffe está preocupada por redefinir la democracia no como la institucionalidad que sólo permite la construcción de acuerdos que evadan las contradicciones reales, sino también el despliegue y la eventual resolución de conflictos. El foco de la mirada teórica de Laclau y Mouffe, en el último libro de cada uno de ellos es, por eso, diferente.
La pregunta sería: ¿es el gobierno de los Kirchner un gobierno populista? Si la respuesta es afirmativa, la crítica liberal institucionalista es obtusa por su fijación en los pormenores sin grandeza política de la administración. Pero no sería posible criticarlo por lo que no se propone ser: su legitimidad, como la de Chávez, es una legitimidad de origen, y sus modalidades son las de un liderazgo que ha comprendido que, frente al viraje de Occidente hacia la derecha, las posibilidades pasan por el populismo si se busca superar el estancamiento social y el retraso provocados por el capitalismo.
En ese caso, al gobierno de Kirchner habría que pedirle más populismo (tal como lo hace Laclau) y no menos. Laclau considera al kirchnerismo un populismo todavía "incompleto" si se lo compara con el chavismo. ¿Qué quiere decir más populismo? Que el kirchnerismo profundice el corte político que constituye al pueblo, que profundice la división de la sociedad entre los de abajo y los de arriba (estoy citándolo) y, si es necesario, que rompa los marcos institucionales que se convierten en barreras a la vitalidad y la dinámica de la decisión política; que defina el conflicto y no se confunda: los adversarios son siempre enemigos. Laclau no está interesado en el trámite de las decisiones políticas (que son monopolio del líder); se conforma con la legitimidad electoral de origen como base de una democracia populista.
El reformismo democrático tramitado en las instituciones no sólo tiene como destino el fracaso sino que no merece ser nombrado como política. Para Laclau es sólo administración. La épica de lo político se sostiene en el corte, no en el gradualismo. En eso se funda el olímpico desprecio con que Laclau amontona en la derecha o en la traición al pueblo a Hermes Binner, a Ricardo Alfonsín, a Elisa Carrió y Margarita Stolbizer. Tal como tratan los Kirchner desde hace un tiempo a cualquiera que definan como adversario devenido enemigo. Naturalmente, Martín Sabbatella le parece a Laclau un político inteligente y acertado. A Solanas le aconseja que vuelva a dedicarse al cine.
Con este reparto de premios y castigos la teoría desciende al llano. Laclau puede sentirse satisfecho de este nuevo encuentro del pensamiento nacional de izquierda con un líder populista. Un sueño vuelto realidad gracias a un "significante vacío" llenado por los Kirchner a quienes la teoría también les habilita la reelección indefinida. Sería cosa de modificar la Constitución, ese fetiche.
Chantal Mouffe se interesa por cuestiones diferentes y, por eso, es esperanzador que se diga que la Presidenta la estima, aunque todavía no haya dado muestras concretas de esa simpatía intelectual. Plantea no la partición conflictiva de lo político (que por supuesto da por descontado), sino las formas en que la política puede tramitar los conflictos. Para Laclau, al trazar una frontera que define al pueblo, la política ha cumplido su función fundadora y se trata, de allí en más, de las victorias que obtiene ese pueblo (o su dirigente) en una larga guerra de posiciones. Para Chantal Mouffe, en cambio, si bien es imposible abolir los antagonismos, la política puede transformarlos en "una forma de oposición nosotros/ellos que sea compatible con la democracia pluralista", "transformar el antagonismo en agonismo" y desplegar democráticamente un "modelo adversarial".
La diferencia entre Laclau y Chantal Mouffe es evidente. Desde la perspectiva de Laclau las instituciones liberal-democráticas son solamente formas objetivadas ("alienadas", se habría dicho hace tiempo) que ocultan relaciones de poder económico y social. Chantal Mouffe, que no rechazaría de plano esta definición, tiene, sin embargo, mejores perspectivas para evaluar sus consecuencias prácticas en la escena política, entre ellas que una hipótesis de conflicto se agite continuamente como estandarte en cada una de los escenarios cotidianos. Y esta agitación belicosa parece ser lo que está sucediendo.
La sofisticación de la teoría de Ernesto Laclau sobre el populismo no es materia de esta nota. Quien la escribe ha leído atentamente La razón populista (2005), pero ahora seguirá el ejemplo de lo que hace Laclau cuando lo reportean: usar instrumentos menos abstrusos y, a veces, singularmente toscos. En Internet, el lector podrá leer esas intervenciones periodísticas a veces provocadoras. Los reportajes a Laclau enhebran sentencias apodícticas, enunciados cortantes, frases sin fisuras, mandamientos, irreverencias, aforismos irónicos y predicciones. Se siente autorizado por su obra y por su renombre, que cuida especialmente cuando adivina una amenaza a su estrellato, por ejemplo Slavoj Zizek (a quien Chantal Mouffe define como un revolucionario retórico y vociferante, eximiendo a su marido de la ingrata tarea de echar tierra sobre un competidor de la izquierda académica).
Visiblemente halagados, en una entrevista reciente, Laclau y Chantal Mouffe rememoran anécdotas locales que no son comunes en Europa, donde viven. Parece que los asistentes al Congreso de Ciencia Política que hace poco tuvo lugar en San Juan les hacían firmar ejemplares y los convirtieron en temporarias celebrities intelectuales. Pese a esta cordial resonancia entre los cientistas políticos del Congreso, la lectura de La razón populista es una tarea para entrenados. En cambio, En torno a lo político (2007), de Chantal Mouffe, la muestra como una pensadora disciplinada y poco extravagante.
En sus libros Laclau tiene un estilo trabajoso; en sus reportajes es simple y va al grano. No es necesario que un político haya leído a Laclau para entender lo que dice en las entrevistas. La difusión de las ideas se produce en círculos concéntricos y esto lo saben bien quienes hacen historia de la cultura. De modo que, salvo para los especialistas, Laclau puede circular tranquilamente en su simplificada versión mediática. Vale como ejemplo de esa difusión la actual reivindicación de la palabra "enemigo" en vez de "adversario" que emiten muchos de los voceros del Gobierno, puesta en valor que probablemente se haya originado en académicos que hoy militan en el Poder Ejecutivo, como Juan Manuel Abal Medina. Digamos, de paso, que Chantal Mouffe no podría reivindicar este uso desafiante de la palabra enemigo por razones que se verán más adelante y que prueban mayor sutileza intelectual y sensatez política.
De todos modos, antes de tocar la carne palpitante de actualidad que pone Laclau en sus entrevistas, vale la pena mencionar algunas de las ideas de La razón populista , aunque se corra el riesgo de herir su oscuridad y simplificar sus arabescos.
Ernesto Laclau considera que, cuando un sistema político atraviesa una crisis que afecta las viejas formas y estructuras, cuando aparece disperso o desmembrado como la Argentina a comienzos de este siglo, sólo el populismo es capaz de construir nuevamente una unidad, articulando las demandas diferentes que estallan por todas partes y volviéndolas equivalentes, es decir, aptas para sumarse en un mismo campo. Por eso, el populismo no tiene un contenido definido de antemano, sino que depende de las reivindicaciones que se articulen en esa nueva unidad. Al hacerlo se traza una frontera que divide a la sociedad en dos partes; una de ellas, el pueblo, es un "componente parcial que aspira a ser concebido como la única totalidad legítima". Suena históricamente conocido.
Cuanto más demandas diferentes sean integradas, más amplio será el campo enemigo, hasta tal punto que el discurso populista gira en torno de un "significante vacío". Pero no se trata de un vacío abstracto sino de un vacío que permite producir sentidos políticos, como -el ejemplo es de Laclau- la consigna "pan, tierra y libertad" o, con mayor actualidad, "capas medias versus morochos".
Podría decirse que estas definiciones de Laclau se aplican a todo nuevo régimen político. También podría decirse que el trazado de una línea interna que separe las demandas de quienes las rechazan es la política misma, no sólo la forma populista de la política. La intervención política ordena demandas y define conflictos. Para Laclau, la forma política apropiada (por lo menos para América latina, pero no sólo para América latina) es el populismo, que puede ser de izquierda o de derecha, pero Dios quiso que, en este momento del continente, con Chávez a la cabeza, fuera de izquierda.
Hasta aquí la discusión podría desarrollarse en el empíreo de las ideas sin mayores consecuencias. Pero Laclau es incomparablemente más simple cuando saca la mirada del "significante vacío" y la pone en la política real. Allí se vuelve esquemático y sus ejemplos parecen un poco elementales y alejados de las múltiples determinaciones concretas. Sin muchas mediaciones, aborda los hechos como si encontrara en ellos la directa versión empírica de sus categorías ideales.
En una entrevista reciente, traduce vertiginosamente las tesis de su libro: "Si existe una demanda concreta de un grupo local sobre un tema como transporte y la municipalidad la niega, hay una demanda frustrada. Pero si la gente empieza a ver que hay otras demandas en otros sectores y que también son negadas, entonces empieza a crearse entre todas esas demandas una cierta unidad y empiezan a formar la base de una oposición al poder. En cierto momento es necesario cristalizar esa cadena de equivalencias entre demandas insatisfechas en un significante que las significa a ellas como totalidad: es el momento de la ruptura populista, cuando la relación líder-masa empieza a cristalizar. Pero hay todo un renglón intermedio que es el momento parlamentario. Ese momento muchas veces opera sobre bases clientelísticas y puede tratar de interrumpir la relación populista entre masa y líder. Cuando ocurre, entonces tenemos a un poder parlamentario, antipersonalista, que se opone a la movilización de bases".
El servicial ejemplo de un grupo que pide una mejora en el transporte transcurriría antes del advenimiento del líder populista; con ese grupo, también en ese momento anterior, coexistiría otro que pide un sistema de salas de primeros auxilios y un tercero que reclama mejoras en las escuelas elementales. Todos tienen objetivos diferentes, pero el líder populista puede convertir esas demandas en una cadena de equivalencias que se enfrenten, por ejemplo, con los responsables de una injusta distribución del gasto público. En ese momento se traza una línea de separación y se funda un sujeto popular. Perón viene a la mente como el líder histórico que realizó esta paradigmática construcción de hegemonía, encontrando el nombre que desde entonces designa al enemigo del pueblo: la oligarquía, los vendepatria, etcétera.
Por eso, Perón, Chávez o cualquier líder populista están autorizados por el carácter de la operación hegemónica a limitar la república parlamentaria que distorsiona la política, ya que difiere o impide el trazado de una línea nítida y la definición del conflicto. Una "frontera interna", que divida claramente al pueblo de sus enemigos, requiere una "invocación política". Invocar quiere decir llamar y dar nombre: socialismo bolivariano frente al imperio, kirchnerismo frente a las corporaciones.
Sin embargo, a diferencia de lo que muchos pensamos y eventualmente tememos, Laclau sostiene que la conflictividad kirchnerista es incompleta. Por un lado no ha profundizado la frontera con los enemigos de todas las reivindicaciones populares; por el otro, no le ha dado un discurso a esa identidad que, de todos modos, ha contribuido a fundar.
Si alguien se imagina a Kirchner relamiéndose de gusto, alentado por esta explicación, y preparando nuevos tendidos de líneas divisorias, no se equivocará, aunque, para ser justos, también debería reconocerse que Kirchner no la necesita para hacer lo que hace y lo que hizo. Laclau agrega otros buenos argumentos para la persistencia en el poder de los líderes populistas (en general son los mismos argumentos por los cuales podría permanecer una dictadura): "Soy partidario hoy en América latina de la reelección presidencial indefinida. No de que un presidente sea reelegido de por vida, sino de que pueda presentarse. Por ejemplo, por el presente período histórico, sin Chávez el proceso de reforma en Venezuela sería impensable; si hoy se va, empezaría un período de restauración del viejo sistema a través del Parlamento y otras instituciones. Sin Evo Morales, el cambio en Bolivia es impensable. En Argentina no hemos llegado a una situación en la que Kirchner sea indispensable, pero si todo lo que significó el kirchnerismo como configuración política desaparece, muchas posibilidades de cambio van a desaparecer".
Laclau ha ido depositando refinadas capas de teoría sobre su populismo de origen, aquel adoptado como hipótesis histórica en su primera patria intelectual: el partido y las ideas de Jorge Abelardo Ramos. Esto no es una revelación inquietante, ya que para Laclau, como se ha dicho, el populismo es la forma misma de lo político.
La cuestión debería matizarse cuando se lee a Chantal Mouffe e incluso cuando se registran sus opiniones en (una menor) cantidad de entrevistas. Chantal Mouffe no es una teórica del populismo sino que interviene en el debate sobre el carácter de la democracia. De modo legible y con claridad expone que la democracia no es simplemente un régimen de consensos sino el escenario de disputas que las instituciones encuadran dentro de sus reglas para que no se vuelvan destructivas. No podría estar más de acuerdo. Si Laclau no muestra ningún interés por el aspecto institucional de las democracias y sostiene solamente la legitimidad de origen (es decir que un gobierno haya ganado elecciones), Chantal Mouffe está preocupada por redefinir la democracia no como la institucionalidad que sólo permite la construcción de acuerdos que evadan las contradicciones reales, sino también el despliegue y la eventual resolución de conflictos. El foco de la mirada teórica de Laclau y Mouffe, en el último libro de cada uno de ellos es, por eso, diferente.
La pregunta sería: ¿es el gobierno de los Kirchner un gobierno populista? Si la respuesta es afirmativa, la crítica liberal institucionalista es obtusa por su fijación en los pormenores sin grandeza política de la administración. Pero no sería posible criticarlo por lo que no se propone ser: su legitimidad, como la de Chávez, es una legitimidad de origen, y sus modalidades son las de un liderazgo que ha comprendido que, frente al viraje de Occidente hacia la derecha, las posibilidades pasan por el populismo si se busca superar el estancamiento social y el retraso provocados por el capitalismo.
En ese caso, al gobierno de Kirchner habría que pedirle más populismo (tal como lo hace Laclau) y no menos. Laclau considera al kirchnerismo un populismo todavía "incompleto" si se lo compara con el chavismo. ¿Qué quiere decir más populismo? Que el kirchnerismo profundice el corte político que constituye al pueblo, que profundice la división de la sociedad entre los de abajo y los de arriba (estoy citándolo) y, si es necesario, que rompa los marcos institucionales que se convierten en barreras a la vitalidad y la dinámica de la decisión política; que defina el conflicto y no se confunda: los adversarios son siempre enemigos. Laclau no está interesado en el trámite de las decisiones políticas (que son monopolio del líder); se conforma con la legitimidad electoral de origen como base de una democracia populista.
El reformismo democrático tramitado en las instituciones no sólo tiene como destino el fracaso sino que no merece ser nombrado como política. Para Laclau es sólo administración. La épica de lo político se sostiene en el corte, no en el gradualismo. En eso se funda el olímpico desprecio con que Laclau amontona en la derecha o en la traición al pueblo a Hermes Binner, a Ricardo Alfonsín, a Elisa Carrió y Margarita Stolbizer. Tal como tratan los Kirchner desde hace un tiempo a cualquiera que definan como adversario devenido enemigo. Naturalmente, Martín Sabbatella le parece a Laclau un político inteligente y acertado. A Solanas le aconseja que vuelva a dedicarse al cine.
Con este reparto de premios y castigos la teoría desciende al llano. Laclau puede sentirse satisfecho de este nuevo encuentro del pensamiento nacional de izquierda con un líder populista. Un sueño vuelto realidad gracias a un "significante vacío" llenado por los Kirchner a quienes la teoría también les habilita la reelección indefinida. Sería cosa de modificar la Constitución, ese fetiche.
Chantal Mouffe se interesa por cuestiones diferentes y, por eso, es esperanzador que se diga que la Presidenta la estima, aunque todavía no haya dado muestras concretas de esa simpatía intelectual. Plantea no la partición conflictiva de lo político (que por supuesto da por descontado), sino las formas en que la política puede tramitar los conflictos. Para Laclau, al trazar una frontera que define al pueblo, la política ha cumplido su función fundadora y se trata, de allí en más, de las victorias que obtiene ese pueblo (o su dirigente) en una larga guerra de posiciones. Para Chantal Mouffe, en cambio, si bien es imposible abolir los antagonismos, la política puede transformarlos en "una forma de oposición nosotros/ellos que sea compatible con la democracia pluralista", "transformar el antagonismo en agonismo" y desplegar democráticamente un "modelo adversarial".
La diferencia entre Laclau y Chantal Mouffe es evidente. Desde la perspectiva de Laclau las instituciones liberal-democráticas son solamente formas objetivadas ("alienadas", se habría dicho hace tiempo) que ocultan relaciones de poder económico y social. Chantal Mouffe, que no rechazaría de plano esta definición, tiene, sin embargo, mejores perspectivas para evaluar sus consecuencias prácticas en la escena política, entre ellas que una hipótesis de conflicto se agite continuamente como estandarte en cada una de los escenarios cotidianos. Y esta agitación belicosa parece ser lo que está sucediendo.
sábado, 9 de octubre de 2010
La última mujer
Eduardo Berti
Ella sentía tanto pudor que evitaba desvertirse en su presencia. Un pudor desmedido, observo él. Un pudor que ocultaba, se diría, algún misterio. Por fin le dio la espalda, se quitó la blusa y volteó enseñandole unos senos puntiagudos, aunque cruzando los brazos a la altura del abdomen. "¿Ves?", le dijo sin mirarlo. "Ningún hombre vio antes esto", y le mostró en consecuencia su asombroso cuerpo sin ombligo.
"Cuando nací -contó-, no hizo falta cortar el cordón umbilical. Tiraron de él y mi ombligo se arrancó, limpio y entero, del vientre. Mi padre me puso Eva, como la primera mujer que, al nacer de la costilla de Adán, también, carecía de un ombligo. Mi madre se sobresaltó y, en un arranque de superstición, exclamó que si la primera mujer había nacido sin ombligo, ahora yo podía ser muy bien la última. Los médicos rieron de buena gana; aun así, hasta que en el ala contraria no nació la siguiente niña, una incertidumbre (no sé si exagerada) reinó en aquel hospital".
El escuchó en silencio su relato y se rió de la misma forma que los médicos parteros. Luego recorrió con la lengua el vientre liso. Y la amó como si en efecto fuera la última mujer en la Tierra.
de La vida imposible, Emece, 2002.
Ella sentía tanto pudor que evitaba desvertirse en su presencia. Un pudor desmedido, observo él. Un pudor que ocultaba, se diría, algún misterio. Por fin le dio la espalda, se quitó la blusa y volteó enseñandole unos senos puntiagudos, aunque cruzando los brazos a la altura del abdomen. "¿Ves?", le dijo sin mirarlo. "Ningún hombre vio antes esto", y le mostró en consecuencia su asombroso cuerpo sin ombligo.
"Cuando nací -contó-, no hizo falta cortar el cordón umbilical. Tiraron de él y mi ombligo se arrancó, limpio y entero, del vientre. Mi padre me puso Eva, como la primera mujer que, al nacer de la costilla de Adán, también, carecía de un ombligo. Mi madre se sobresaltó y, en un arranque de superstición, exclamó que si la primera mujer había nacido sin ombligo, ahora yo podía ser muy bien la última. Los médicos rieron de buena gana; aun así, hasta que en el ala contraria no nació la siguiente niña, una incertidumbre (no sé si exagerada) reinó en aquel hospital".
El escuchó en silencio su relato y se rió de la misma forma que los médicos parteros. Luego recorrió con la lengua el vientre liso. Y la amó como si en efecto fuera la última mujer en la Tierra.
de La vida imposible, Emece, 2002.
sábado, 2 de octubre de 2010
Seguridad
La noticia se publicó en The New York Times. El gobierno del presidente Barack Obama prepara una nueva normativa que le facilite a las fuerzas policiales y de inteligencia de Estados Unidos poder espiar por internet y enterarse de los mensajes por medios electrónicos, como en redes sociales y teléfonos multifuncionales como el BlackBerry.
La Casa Blanca planea presentar una iniciativa de ley el año próximo que exigiría a todos los servicios de internet que permitan que sus sistemas de comunicación estén equipados técnicamente con funciones que le permitan cumplir con una orden de espionaje si así se los pide el gobierno.
``Estamos hablando de interceptar con autorización de la ley'', dijo la abogada del FBI Valerie E. Caproni. ``No estamos hablando de una expansión de la autoridad. Estamos hablando de preservar nuestra capacidad para ejecutar nuestra autoridad existente, con el fin de proteger la seguridad pública y la seguridad nacional'', añadió.
Michel Foucault en la clase del 24 de enero de 1979 del curso Nacimiento de la biopolítica: "El liberalismo tal como yo lo entiendo, este liberalismo que puede caracterizarse como el nuevo arte del gobierno que se forma en el siglo XVIII, implica una intrínseca relación de producción/destrucción respecto de la libertad (...)Con una mano hay que producir la libertad, pero esto mismo gesto implica que, con la otra, se establezcan limitaciones, controles, constricciones, obligaciones basadas en amenazas."
En el altar del paradigma seguridad se sacrifica la libertad. Ya Hannah Arendt se preguntaba ¿Por qué al hacer referencia preferencial a la vida se constriñe a la libertad en el cepo de la necesidad?. Y responde en Freedom and politics: a lecture: "Mientras al comienzo de la Edad Moderna el gobierno se identificaba con todo el complejo político, ahora se convertía en el protector designado, no tanto de la libertad cuanto del proceso vital, los intereses de la sociedad y los miembros de ésta. La seguridad sigue siendo el criterio decisivo: pero ya no es la seguridad del individuo contra una muerte violenta, como consideraba Hobbes, sino una seguridad que permita que el proceso vital de la sociedad en su conjunto se desenvuelva sin tropiezos."
La Casa Blanca planea presentar una iniciativa de ley el año próximo que exigiría a todos los servicios de internet que permitan que sus sistemas de comunicación estén equipados técnicamente con funciones que le permitan cumplir con una orden de espionaje si así se los pide el gobierno.
``Estamos hablando de interceptar con autorización de la ley'', dijo la abogada del FBI Valerie E. Caproni. ``No estamos hablando de una expansión de la autoridad. Estamos hablando de preservar nuestra capacidad para ejecutar nuestra autoridad existente, con el fin de proteger la seguridad pública y la seguridad nacional'', añadió.
Michel Foucault en la clase del 24 de enero de 1979 del curso Nacimiento de la biopolítica: "El liberalismo tal como yo lo entiendo, este liberalismo que puede caracterizarse como el nuevo arte del gobierno que se forma en el siglo XVIII, implica una intrínseca relación de producción/destrucción respecto de la libertad (...)Con una mano hay que producir la libertad, pero esto mismo gesto implica que, con la otra, se establezcan limitaciones, controles, constricciones, obligaciones basadas en amenazas."
En el altar del paradigma seguridad se sacrifica la libertad. Ya Hannah Arendt se preguntaba ¿Por qué al hacer referencia preferencial a la vida se constriñe a la libertad en el cepo de la necesidad?. Y responde en Freedom and politics: a lecture: "Mientras al comienzo de la Edad Moderna el gobierno se identificaba con todo el complejo político, ahora se convertía en el protector designado, no tanto de la libertad cuanto del proceso vital, los intereses de la sociedad y los miembros de ésta. La seguridad sigue siendo el criterio decisivo: pero ya no es la seguridad del individuo contra una muerte violenta, como consideraba Hobbes, sino una seguridad que permita que el proceso vital de la sociedad en su conjunto se desenvuelva sin tropiezos."
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