jueves, 29 de diciembre de 2011
martes, 27 de diciembre de 2011
LIteratura y ciudad (12)
La cosa
Abelardo Castillo
La Cosa está ahí, sentada en mi sillón Voltaire, frente a esta mesa, y entrecerrando soñadoramente sus ojitos joviales y malévolos me dice con la cabeza que sí, que puedo contar esta historia, empezarla por donde debo empezar y escribir cuánto me gustaban esos viejos bares de Buenos Aires, un poco sórdidos, que, como los zaguanes y los patios, inexorablemente han ido desapareciendo hasta los suburbios de la ciudad. Despachos de bebidas, se llamaban antes. Cada día que pasa quedan menos, pero si uno sabe buscarlos todavía puede encontrar alguno en la recova del Once, en los alrededores del puente Pueyrredon o en una cortada de Pompeya. La fórmica ha hecho retroceder a la madera, y el buen olor del vino tinto y del tabaco negro va siendo reemplazado por el de la pizza y el de las hamburguesas; pero todavía quedan algunos.
Abelardo Castillo
La Cosa está ahí, sentada en mi sillón Voltaire, frente a esta mesa, y entrecerrando soñadoramente sus ojitos joviales y malévolos me dice con la cabeza que sí, que puedo contar esta historia, empezarla por donde debo empezar y escribir cuánto me gustaban esos viejos bares de Buenos Aires, un poco sórdidos, que, como los zaguanes y los patios, inexorablemente han ido desapareciendo hasta los suburbios de la ciudad. Despachos de bebidas, se llamaban antes. Cada día que pasa quedan menos, pero si uno sabe buscarlos todavía puede encontrar alguno en la recova del Once, en los alrededores del puente Pueyrredon o en una cortada de Pompeya. La fórmica ha hecho retroceder a la madera, y el buen olor del vino tinto y del tabaco negro va siendo reemplazado por el de la pizza y el de las hamburguesas; pero todavía quedan algunos.
miércoles, 21 de diciembre de 2011
Norah Lange
Los textos de Antes que mueran (1944) dan forma a un dispositivo de lectura que descentra la mirada y revela el lado perturbador e inquietante de las cosas. Extraños, abstractos, inclasificables estos relatos suspenden el sentido y en ocasiones nos regresan a un inmóvil terror infantil.
No, no duermo, porque sus nombres están allí hacinados, sin fronteras, buscando un hueco bajo la almohada o deslizándose para adherirse a los restos de los rostros desencajados que se filtran por la puerta. "Duerme bien"- me dice-, y la puerta se cierra, apretando una mano que no tuvo tiempo. Y no duermo, porque las paredes se angostan, simplemente, sin causar disturbios. Tendría que encontrar el modo de hacerlas regresar. Entonces cierro los ojos y las siento retornar a su sitio, en la oscuridad, mientras yo me alargo, lleno el cuarto con mi solo nombre que se estira y que soy yo, comprimida, con la mano bajo la almohada. Duerme bien. ¡Es tan simple volverse del lado de la pared que se recoge o estremece! Pienso en el gesto triste de volverse hacia una pared que no espera sino que sale al encuentro de su propio sobresalto, mientras no duermo, con los ojos cerrados, dándole tiempo a que cruce el cuarto, que pase sin tropezar entre la mesa y la silla. Duerme bien, duerme bien, mientras me aproximo al espejo, estirándome dentro de mi nombre ahora que la pared ha vuelto a su sitio. Duerme bien, y no duermo, y siento deseos de llorar porque falta tanto para que la pared y los rostros y los ruidos sueltos recobren su verdadera e indiferente entereza. Duerme bien, y no duermo, y prefiero abrir los ojos antes de que mi mano se sumerja para siempre en el espejo.
No, no duermo, porque sus nombres están allí hacinados, sin fronteras, buscando un hueco bajo la almohada o deslizándose para adherirse a los restos de los rostros desencajados que se filtran por la puerta. "Duerme bien"- me dice-, y la puerta se cierra, apretando una mano que no tuvo tiempo. Y no duermo, porque las paredes se angostan, simplemente, sin causar disturbios. Tendría que encontrar el modo de hacerlas regresar. Entonces cierro los ojos y las siento retornar a su sitio, en la oscuridad, mientras yo me alargo, lleno el cuarto con mi solo nombre que se estira y que soy yo, comprimida, con la mano bajo la almohada. Duerme bien. ¡Es tan simple volverse del lado de la pared que se recoge o estremece! Pienso en el gesto triste de volverse hacia una pared que no espera sino que sale al encuentro de su propio sobresalto, mientras no duermo, con los ojos cerrados, dándole tiempo a que cruce el cuarto, que pase sin tropezar entre la mesa y la silla. Duerme bien, duerme bien, mientras me aproximo al espejo, estirándome dentro de mi nombre ahora que la pared ha vuelto a su sitio. Duerme bien, y no duermo, y siento deseos de llorar porque falta tanto para que la pared y los rostros y los ruidos sueltos recobren su verdadera e indiferente entereza. Duerme bien, y no duermo, y prefiero abrir los ojos antes de que mi mano se sumerja para siempre en el espejo.
viernes, 16 de diciembre de 2011
Comienzos
El viento, húmedo, rastrero, viene del fondo: de lo que se conoce como lago muerto. Un pozo grande, de aguas estancadas, donde desagota la depuración. Ese viento, es inevitable, trae un olor pesado. Las cosas se pudren ahí, a un costado de la calle. Pero el olor no llega al pueblo tan fuerte como se respira en esta quinta, entre los árboles del monte, o en las Ruinas de enfrente. El olor se diluye, en el viaje. Se mezcla con otros olores: con la nafta de YPF, con el hinojo de los baldíos que cultivan, con la voluta agria de las hojas quemadas. Y entonces lo que llega al centro (para golpear los peinados de las mujeres que salen del bingo con ganas de revancha; y las caras de los tres o cuatro tipos que ahora deben estar en La Perla, sentados en la vereda y envidiando algún auto estacionado, de culata, en la plaza) es un aroma en forma de humo, arrastrado por el viento, que apenas se parece al caucho quemado.
La descomposición
Hernán Ronsino
La descomposición
Hernán Ronsino
jueves, 8 de diciembre de 2011
Literatura y ciudad (11)
El otro cielo
Julio Cortázar
(...) En todo caso bastaba ingresar en la deriva placentera del ciudadano que se deja llevar por sus preferencias callejeras, y casi siempre mi paseo terminaba en el barrio de las galerías cubiertas, quizá porque los pasajes y las galerías han sido mi patria secreta desde siempre. Aquí, por ejemplo, el Pasaje Guemes, Territorio ambiguo donde ya hace tanto tiempo fui a quitarme la infancia como un traje usado. Hacia el año veintiocho, el Pasaje Güemes era la caverna del tesoro en que deliciosamente se mezclaban la entrevisión del pecado y las pastillas de menta, donde se voceaban las ediciones vestertinas con crímenes a toda página y ardían las luces de la sala del subsuelo donde pasaban inalcanzables películas realistas. Las josiane de aquellos días debían mirarme con un gesto entre maternal y divertido, yo con unos miseables centavos en el bolsillo pero andando como un hombre, el chambergo requintado y las manos en los bolsillos, fumando un Commander precisamente porque mi padastro me había profetizado que acabaría ciego por culpa del tabaco rubio. Recuerdo sobre todo olores y sonidos, algo como una expectativa y una ansiedad, el kiosco donde se podían comprar revistas con mujeres desnudas y anuncios de falsas manicuras, y ya entonces era sensible a ese falso cielo de estucos y claraboyas sucias, a esa noche artificial que ignoraba la estupidez del día y del sol ahí afuera. Me asomaba con falsa indiferencia a las puertas del pasaje donde empezaba el último misterio, los suyos ascensores que llevarían a los consultorios de enfermedades venéreas y tambien a los presuntos paraísos en lo más alto, con mujeres de la vida y amorales, como les llamaban los diarios, con bebidas preferentemente verdes en copas biseladas, con batas de seda y kimonos violeta, y los departamentos tendrían el mismo perfume que salía de las tiendas que yo creía elegantes y que chisporroteaban sobre la penumbra del pasaje un bazar inalcanzable de frascos y cajas de cristal y cisnes rosa y polvos rachel y cepillos de mangos transparentes.
Todavía hoy me cuesta cruzar el pasaje Güemes sin enternecerme irónicamente con el recuerdo de la adolescencia al borde de la caída; la antigua fascinación perdura siempre, y por eso me gustaba echar a andar sin rumbo fijo, sabiendo que en cualquier momento entraría en la zona de las galerias cubiertas, donde cualquier sordida botica polvorienta me atraía más que los escaparates tendidos a la insolencia de las calles abiertas. La Galerie Vivienne, por ejemplo, o el Passage des Panoramas con sus ramificaciones, sus cortadas que rematan en una librería de viejo, o una inexplicable agencia de viajes donde quizá nadie compró nunca un billete de ferrocarril, ese mundo que ha optado por un cielo próximo, de vidrios sucios y estucos con figuas alegóricas que tienden las manos para ofrecer una guirnalda, esa Galerie Vivienne a un paso de la ignomia diurna de la rue Réaumur y de la Bolsa ( yo trabajo en la Bolsa), cuánto de ese barrio ha sido mio desde siempre, desde mucho antes de sospecharlo ya era mio cuando apostado en un rincón del Pasaje Güemes, contando mis pocas monedas de estudiante, debatía el problema de gastarlas en un bar automático o comprar una novela y un surtido de caramelos ácidos en su bolsa de papel transparente, con un cigarrillo que me nublaba los ojos y en el fondo del bolsillo, donde los dedos lo rozaban a veces, el sobrecito del preservativo comprado con falsa desenvoltura en una farmacia atendida solamente por hombres, y que no tendría la menos oportunidad de utilizar con tan poco dinero y tanta infancia en la cara.
Julio Cortázar
(...) En todo caso bastaba ingresar en la deriva placentera del ciudadano que se deja llevar por sus preferencias callejeras, y casi siempre mi paseo terminaba en el barrio de las galerías cubiertas, quizá porque los pasajes y las galerías han sido mi patria secreta desde siempre. Aquí, por ejemplo, el Pasaje Guemes, Territorio ambiguo donde ya hace tanto tiempo fui a quitarme la infancia como un traje usado. Hacia el año veintiocho, el Pasaje Güemes era la caverna del tesoro en que deliciosamente se mezclaban la entrevisión del pecado y las pastillas de menta, donde se voceaban las ediciones vestertinas con crímenes a toda página y ardían las luces de la sala del subsuelo donde pasaban inalcanzables películas realistas. Las josiane de aquellos días debían mirarme con un gesto entre maternal y divertido, yo con unos miseables centavos en el bolsillo pero andando como un hombre, el chambergo requintado y las manos en los bolsillos, fumando un Commander precisamente porque mi padastro me había profetizado que acabaría ciego por culpa del tabaco rubio. Recuerdo sobre todo olores y sonidos, algo como una expectativa y una ansiedad, el kiosco donde se podían comprar revistas con mujeres desnudas y anuncios de falsas manicuras, y ya entonces era sensible a ese falso cielo de estucos y claraboyas sucias, a esa noche artificial que ignoraba la estupidez del día y del sol ahí afuera. Me asomaba con falsa indiferencia a las puertas del pasaje donde empezaba el último misterio, los suyos ascensores que llevarían a los consultorios de enfermedades venéreas y tambien a los presuntos paraísos en lo más alto, con mujeres de la vida y amorales, como les llamaban los diarios, con bebidas preferentemente verdes en copas biseladas, con batas de seda y kimonos violeta, y los departamentos tendrían el mismo perfume que salía de las tiendas que yo creía elegantes y que chisporroteaban sobre la penumbra del pasaje un bazar inalcanzable de frascos y cajas de cristal y cisnes rosa y polvos rachel y cepillos de mangos transparentes.
Todavía hoy me cuesta cruzar el pasaje Güemes sin enternecerme irónicamente con el recuerdo de la adolescencia al borde de la caída; la antigua fascinación perdura siempre, y por eso me gustaba echar a andar sin rumbo fijo, sabiendo que en cualquier momento entraría en la zona de las galerias cubiertas, donde cualquier sordida botica polvorienta me atraía más que los escaparates tendidos a la insolencia de las calles abiertas. La Galerie Vivienne, por ejemplo, o el Passage des Panoramas con sus ramificaciones, sus cortadas que rematan en una librería de viejo, o una inexplicable agencia de viajes donde quizá nadie compró nunca un billete de ferrocarril, ese mundo que ha optado por un cielo próximo, de vidrios sucios y estucos con figuas alegóricas que tienden las manos para ofrecer una guirnalda, esa Galerie Vivienne a un paso de la ignomia diurna de la rue Réaumur y de la Bolsa ( yo trabajo en la Bolsa), cuánto de ese barrio ha sido mio desde siempre, desde mucho antes de sospecharlo ya era mio cuando apostado en un rincón del Pasaje Güemes, contando mis pocas monedas de estudiante, debatía el problema de gastarlas en un bar automático o comprar una novela y un surtido de caramelos ácidos en su bolsa de papel transparente, con un cigarrillo que me nublaba los ojos y en el fondo del bolsillo, donde los dedos lo rozaban a veces, el sobrecito del preservativo comprado con falsa desenvoltura en una farmacia atendida solamente por hombres, y que no tendría la menos oportunidad de utilizar con tan poco dinero y tanta infancia en la cara.
lunes, 5 de diciembre de 2011
Sociedades de control
por Jorge Mosqueira para La nación
Microsoft avanza y, mientras su fundador se dedica a la filanpropía, la empresa propone nuevos programas que no son,precisamente, muy alentadores respecto del mejoramiento de la calidad de vida. Hace pocos días presentó una solicitud de patente de su sistema Kinect que detectará y controlará todas las conductas y emociones de los empleados durante la jornada laboral. Lo que empezó como un videpjuego se convirtió en algo más serio. La justificación que consta en la solicitud de patente se apoya en que "las conductas corporativas pueden ser monitoreadas, analizadas e influenciadas por un sistema multimodal". Implica detectar cuánto tiempo se dedica al correo electrónico, a la navegación por Internet o a las distintas aplicaciones.
Pero no termina aquí su prestación. También es posible registrar los gestos, las conversaciones, la vestimenta y otros detalles físicos que pueden revelar conductas o sentimientos inaceptables. Lo cual alerta al departamento de recursos humanos sobre posibles confictos o desvíos respecto de lo esperado. Otro de los rasgos positivos, según Microsoft, es que se convierte en una posibilidad de mejora para el empleado que desee superarse, lograr sus metas y, por lo tanto, ser más féliz(...)
Microsoft avanza y, mientras su fundador se dedica a la filanpropía, la empresa propone nuevos programas que no son,precisamente, muy alentadores respecto del mejoramiento de la calidad de vida. Hace pocos días presentó una solicitud de patente de su sistema Kinect que detectará y controlará todas las conductas y emociones de los empleados durante la jornada laboral. Lo que empezó como un videpjuego se convirtió en algo más serio. La justificación que consta en la solicitud de patente se apoya en que "las conductas corporativas pueden ser monitoreadas, analizadas e influenciadas por un sistema multimodal". Implica detectar cuánto tiempo se dedica al correo electrónico, a la navegación por Internet o a las distintas aplicaciones.
Pero no termina aquí su prestación. También es posible registrar los gestos, las conversaciones, la vestimenta y otros detalles físicos que pueden revelar conductas o sentimientos inaceptables. Lo cual alerta al departamento de recursos humanos sobre posibles confictos o desvíos respecto de lo esperado. Otro de los rasgos positivos, según Microsoft, es que se convierte en una posibilidad de mejora para el empleado que desee superarse, lograr sus metas y, por lo tanto, ser más féliz(...)
miércoles, 30 de noviembre de 2011
Comienzos
Con los codos apoyados en la barra de metal, los parroquianos del ghetto miran con mirada boba el único árbol de la plaza, sin imaginar siquiera que el bar donde se encuentran proviene, casualmente, de "barra".
En sus ojos no se refleja un árbol tal como lo pensamos, sino apenas un tronco con ramas y hojas; algo que sólo dice: acá estoy (estoy acá).
Mientras beben, miran. Y mientras miran no saben que esa figura les determina un punto de vista- los va distribuyendo silenciosamente en sus butacas.
El árbol de Saussure.
Héctor Libertella
En sus ojos no se refleja un árbol tal como lo pensamos, sino apenas un tronco con ramas y hojas; algo que sólo dice: acá estoy (estoy acá).
Mientras beben, miran. Y mientras miran no saben que esa figura les determina un punto de vista- los va distribuyendo silenciosamente en sus butacas.
El árbol de Saussure.
Héctor Libertella
lunes, 28 de noviembre de 2011
miércoles, 23 de noviembre de 2011
Literatura y ciudad (10)
Cicatrices
Juan José Saer
Veo el limpiaparabrisas rasar con ritmo regular el parabrisas sobre el que las gotitas de llovizna estallan imperceptibles cayendo de la masa blancuzca que rodea el automóvil adensándose alrededor a medida que se distancia y dejando entrever apenas las fachadas húmedas que chorrean agua y se desvanecen por momentos para reaparecer después entre los desgarramientos de la niebla, y las dos hileras de fachadas separadas por la angosta calle reluciente por la que rueda el automóvil, desplazándose hacia atrás. Los vidrios laterales están empañados; si trato de mirar por ellos, no veo más que los manchones de niebla moviéndose lentamente, las miríadas destellantes de partículas húmedas y los manchones grises o amarillos de las fachadas. En la primera esquina, un gorila solitario, envuelto en un impermeable azul y con sombrero hundido en el cráneo, de modo tal que apenas si se le ve la cara, se encoge para toser. Después paso a su lado y queda atrás.
Doblo por Mendoza, hacia donde debiera estar saliendo el sol, y el coche se desliza lento, pasando por delante de la estación de ómnibus. Hay algunos gorilas en los andenes. Se pasean o están inmóviles, junto a montones de bultos y valijas. Abiertos en el fondo, los andenes se ciegan de niebla detrás, y la sombra de la noche, que todavía no se ha esfumado del todo, contrasta con la niebla y está como deslumbrante. Una sombra lisa, densificada, pulida. Y los gorilas que mueven la cabeza o levantan una mano para pasársela por los ojos o llevarse el cigarrillo a los labios, insertan unas manchas pálidas, que desaparecen enseguida, en la penumbra negra. No hay un solo colectivo en ninguno de los andenes, y las ventanillas cerradas me impiden escuchar nada del exterior. No sé si los altoparlantes que anuncian la llegada y la salida de los colectivos se encuentran funcionando, ni si los pasos o las voces de los gorilas resonando sobre el cemento sucio de lubricante y el techo combo de los andenes, suenan altos o bajos. No escucho más que el ruido monótono del motor que cambia a veces cuando cambio la marcha para doblar en las esquinas o acelerar de golpe y apenas por un momento, ya que por distracción he oprimido un poco más el pedal del acelerador.
Doblo hacia la izquierda y paso frente al Correo que ya esta iluminado. Gorilas se pasean detrás de los ventanales de la planta baja, detrás incluso de los largos mostradores. Al rasgarse la niebla, puedo ver sus bustos desplazándose como si un carril los impulsara sobre la superficie de los mostradores. El empedrado de la avenida del puerto reluce y el coche avanza ahora con una marcha menos regular. Veo a través del parabrisas venir hacia mí las altas palmeras que relucen, envueltas en la niebla, y las columnas del alumbrado que rematan en los globos blancos que emiten una claridad débil, comida ya por la mañana. Las grandes hojas de las palmeras están inmóviles y se extienden por encima de las columnas del alumbrado. Los troncos chorrean agua. La avenida del puerto está completamente desierta. Las palmeras y los globos de alumbrado viene hacia mí y enseguida desaparecen detrás. También el empedrado húmedo avanza hacia las ruedas del automóvil y cuando paso por un hundimiento de la calle en el que se ha formado un charco de agua viene desde debajo de las ruedas un rumor líquido que se mezcla con el sumbido monótono del motor; durante un momento, el parabrisas se llena de unas gruesas salpicaduras que el limpiaparabrisas comienza a arrasar diseminándolas primero sobre el cristal en el lugar que ha golpeado, y arrastrándolas después hacia los bordes del parabrisas, dejándome el espacio suficiente para ver el camino, adelante. El espacio limpio del vidrio va borroneándose hacia los costados, y las gotitas que caen incansablemente sobre él permanecen intactas durante un momento, emitiendo una delgadísima franja de brillos, y después desaparecen.
Juan José Saer
Veo el limpiaparabrisas rasar con ritmo regular el parabrisas sobre el que las gotitas de llovizna estallan imperceptibles cayendo de la masa blancuzca que rodea el automóvil adensándose alrededor a medida que se distancia y dejando entrever apenas las fachadas húmedas que chorrean agua y se desvanecen por momentos para reaparecer después entre los desgarramientos de la niebla, y las dos hileras de fachadas separadas por la angosta calle reluciente por la que rueda el automóvil, desplazándose hacia atrás. Los vidrios laterales están empañados; si trato de mirar por ellos, no veo más que los manchones de niebla moviéndose lentamente, las miríadas destellantes de partículas húmedas y los manchones grises o amarillos de las fachadas. En la primera esquina, un gorila solitario, envuelto en un impermeable azul y con sombrero hundido en el cráneo, de modo tal que apenas si se le ve la cara, se encoge para toser. Después paso a su lado y queda atrás.
Doblo por Mendoza, hacia donde debiera estar saliendo el sol, y el coche se desliza lento, pasando por delante de la estación de ómnibus. Hay algunos gorilas en los andenes. Se pasean o están inmóviles, junto a montones de bultos y valijas. Abiertos en el fondo, los andenes se ciegan de niebla detrás, y la sombra de la noche, que todavía no se ha esfumado del todo, contrasta con la niebla y está como deslumbrante. Una sombra lisa, densificada, pulida. Y los gorilas que mueven la cabeza o levantan una mano para pasársela por los ojos o llevarse el cigarrillo a los labios, insertan unas manchas pálidas, que desaparecen enseguida, en la penumbra negra. No hay un solo colectivo en ninguno de los andenes, y las ventanillas cerradas me impiden escuchar nada del exterior. No sé si los altoparlantes que anuncian la llegada y la salida de los colectivos se encuentran funcionando, ni si los pasos o las voces de los gorilas resonando sobre el cemento sucio de lubricante y el techo combo de los andenes, suenan altos o bajos. No escucho más que el ruido monótono del motor que cambia a veces cuando cambio la marcha para doblar en las esquinas o acelerar de golpe y apenas por un momento, ya que por distracción he oprimido un poco más el pedal del acelerador.
Doblo hacia la izquierda y paso frente al Correo que ya esta iluminado. Gorilas se pasean detrás de los ventanales de la planta baja, detrás incluso de los largos mostradores. Al rasgarse la niebla, puedo ver sus bustos desplazándose como si un carril los impulsara sobre la superficie de los mostradores. El empedrado de la avenida del puerto reluce y el coche avanza ahora con una marcha menos regular. Veo a través del parabrisas venir hacia mí las altas palmeras que relucen, envueltas en la niebla, y las columnas del alumbrado que rematan en los globos blancos que emiten una claridad débil, comida ya por la mañana. Las grandes hojas de las palmeras están inmóviles y se extienden por encima de las columnas del alumbrado. Los troncos chorrean agua. La avenida del puerto está completamente desierta. Las palmeras y los globos de alumbrado viene hacia mí y enseguida desaparecen detrás. También el empedrado húmedo avanza hacia las ruedas del automóvil y cuando paso por un hundimiento de la calle en el que se ha formado un charco de agua viene desde debajo de las ruedas un rumor líquido que se mezcla con el sumbido monótono del motor; durante un momento, el parabrisas se llena de unas gruesas salpicaduras que el limpiaparabrisas comienza a arrasar diseminándolas primero sobre el cristal en el lugar que ha golpeado, y arrastrándolas después hacia los bordes del parabrisas, dejándome el espacio suficiente para ver el camino, adelante. El espacio limpio del vidrio va borroneándose hacia los costados, y las gotitas que caen incansablemente sobre él permanecen intactas durante un momento, emitiendo una delgadísima franja de brillos, y después desaparecen.
lunes, 21 de noviembre de 2011
Mirada
-Leí en un artículo que, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el ochenta por ciento de los cafés habían desaparecido de Francia-comentó Franz,lanzando una ojeada circular sobre el local. No lejos de ellos, cuatro jubilados empujaban silenciosamente unas cartas sobre una mesa de fórmica , según reglas incomprensibles que parecían pertenecer a la prehistoria de los juegos de cartas (¿la bisca,?¿El juego de los cientos?). Más allá una mujer gorda con cuperosis bebió su pastís de un trago-. La gente ha empezado ha comer en media hora, y también a beber cada vez menos alcohol; y luego el golpe de gracia ha sido la prohibición de fumar.
- Creo que todo eso va a volver, de formas distintas. Ha habido una larga fase histórica de aumento de la productividad que se está terminando, al menos en occidente.
- La verdad, tiene usted una manera extraña de ver las cosas...dijo Franz después de haberlo reflexionado largo tiempo-. Me había interesado su obra sobre los mapas Michelin, me había interesado vivamente; sin embargo, no le habría admitido en mi galeria. Yo diría que estaba demasiado seguro de usted mismo; no me parecía totalmente normal para alguien tan joven. Y luego, cuando leí en Internet que había decidico dejar la serie de mapas me decidí a venir a verle. Para proponerle que sea uno de los artistas que represento.
- Pero si no tengo ni idea de los que voy a hacer...No sé siquiera si voy a continuar en el arte.
-No lo comprende- dijo Franz, pacientemente-. No es una forma de arte particular, una manera que me interese, es una personalidad, una mirada posada sobre el gesto artístico, sobre su situación en la socidad. Si usted viniera mañana con una simple hoja de papel, arrancada de un cuaderno de espirales, en la que hubiese escrito: "No sé siquiera si voy a continuar en el arte", yo expondría esa hoja sin dudar. Y sin embargo no soy un intelectual, pero usted me interesa.
El mapa y el territorio
Michel Houllebecq
- Creo que todo eso va a volver, de formas distintas. Ha habido una larga fase histórica de aumento de la productividad que se está terminando, al menos en occidente.
- La verdad, tiene usted una manera extraña de ver las cosas...dijo Franz después de haberlo reflexionado largo tiempo-. Me había interesado su obra sobre los mapas Michelin, me había interesado vivamente; sin embargo, no le habría admitido en mi galeria. Yo diría que estaba demasiado seguro de usted mismo; no me parecía totalmente normal para alguien tan joven. Y luego, cuando leí en Internet que había decidico dejar la serie de mapas me decidí a venir a verle. Para proponerle que sea uno de los artistas que represento.
- Pero si no tengo ni idea de los que voy a hacer...No sé siquiera si voy a continuar en el arte.
-No lo comprende- dijo Franz, pacientemente-. No es una forma de arte particular, una manera que me interese, es una personalidad, una mirada posada sobre el gesto artístico, sobre su situación en la socidad. Si usted viniera mañana con una simple hoja de papel, arrancada de un cuaderno de espirales, en la que hubiese escrito: "No sé siquiera si voy a continuar en el arte", yo expondría esa hoja sin dudar. Y sin embargo no soy un intelectual, pero usted me interesa.
El mapa y el territorio
Michel Houllebecq
martes, 15 de noviembre de 2011
domingo, 13 de noviembre de 2011
Percepción
4. -Los muros de la cárcel en planicies de libertad:
Esta cárcel en donde escribo, estas hojas de papel, solamente son cárcel y hojas para una determinada graduación sensorial ( la del hombre). Si cambio esta graduación, esto será un caos en donde todo, según ciertas reglas, podrá imaginarse, o crearse.
Aclaración:
Vemos a la distancio un determinado rectángulo, y creemos ver ( y sabemos que es) una torre cilíndrica. Williams James afirma que el mundo se nos presenta como un indeterminado flujo, una especie de corriente compacta, una vasta inundación donde no hay personas ni objetos, sino confusamente, olores, colores, sonidos, contactos, dolores, temperaturas... La esencia de la actividad mental consiste en cortar y separar aquello que es un todo continuo, y agruparlo, utilitariamente en objetos, personas, animales, vegetales... Como literales sujetos de James, mis pacientes se enfrentarán con esa renovada mole, y en ella tendrán que remodelar el mundo. Volverán a dar significado al conjunto de símbolos, presidirán esa busca de objetos perdidos, de los objetos que ellos mismos inventarán en el caos.
5.- Si los pacientes, después de transformados, enfrentaran libremente el mundo, la interpretación que darían a cada objeto escaparía a mi previsión.
(...) Mientras pensaba en esto, comenté: sería un sarcasmo devolverles la libertad en sus propias celdas. Muy pronto me convencí de que había dado con la solución a mis dificultades. Las celdas son cámaras desnudas y para los transformados pueden ser jardines de la más ilimitada libertad.
Plan de Evasión
Adolfo Bioy Casares
Esta cárcel en donde escribo, estas hojas de papel, solamente son cárcel y hojas para una determinada graduación sensorial ( la del hombre). Si cambio esta graduación, esto será un caos en donde todo, según ciertas reglas, podrá imaginarse, o crearse.
Aclaración:
Vemos a la distancio un determinado rectángulo, y creemos ver ( y sabemos que es) una torre cilíndrica. Williams James afirma que el mundo se nos presenta como un indeterminado flujo, una especie de corriente compacta, una vasta inundación donde no hay personas ni objetos, sino confusamente, olores, colores, sonidos, contactos, dolores, temperaturas... La esencia de la actividad mental consiste en cortar y separar aquello que es un todo continuo, y agruparlo, utilitariamente en objetos, personas, animales, vegetales... Como literales sujetos de James, mis pacientes se enfrentarán con esa renovada mole, y en ella tendrán que remodelar el mundo. Volverán a dar significado al conjunto de símbolos, presidirán esa busca de objetos perdidos, de los objetos que ellos mismos inventarán en el caos.
5.- Si los pacientes, después de transformados, enfrentaran libremente el mundo, la interpretación que darían a cada objeto escaparía a mi previsión.
(...) Mientras pensaba en esto, comenté: sería un sarcasmo devolverles la libertad en sus propias celdas. Muy pronto me convencí de que había dado con la solución a mis dificultades. Las celdas son cámaras desnudas y para los transformados pueden ser jardines de la más ilimitada libertad.
Plan de Evasión
Adolfo Bioy Casares
miércoles, 9 de noviembre de 2011
Comienzos
Eran cerca de las once de la mañana, a mediados de octubre. El sol brillaba y en la claridad de las faldas de las colinas se apreciaba un aspecto lluvioso. Vestía mi traje azul oscuro, corbata y vistoso pañuelo fuera del bolsillo, zapatos negros y calcetines de lana del mismo color adornados con ribetes azul oscuro. Estaba aseado, limpio, afeitado y sereno, y no me importaba que se notase. Era todo lo que un detective privado debe ser. Iba a visitar cuatro millones de dólares.
El sueño eterno
Raymond Chandler
El sueño eterno
Raymond Chandler
lunes, 7 de noviembre de 2011
Literaturay ciudad (9)
Insomnio
Marcelo Cohen
Sin despegarse del banco, las solapas del tabardo levantadas, se incorporó lo suficiente para otear la perspectiva desolada de la plaza. Aunque hiciera años que no lo veía, aunque la ciudad lo tuviera vedado, el mar estaba cerca y a esa hora exhalaba un olor a sebo y a crustáceos: tenzado en el viento, llegaba para impregnar las panzas de los cables telegráficos. ¿Para qué quiero ese olor? ¿A qué viene esta vista? Ezequiel saludó con un movimiento de cabeza al gestor que ocupaba todo el tercer piso de su edificio. Siempre se olvidaba de que era miope. Hizo lo posible por no volver a dormirse. No supo si no se durmió. Sobre el verde angosto de los parches de gramilla, entre oficinistas con sobretodo y pinches de hotel, diez o doce soldados norteamericanos jugaban al fútbol con una lata de cerveza Heinecken. Estaban de licencia, o podía que su misión consistiera en estar de licencia en la ciudad. Había tan poca luz que cuando la lata salía despedida a la explanada de concreto, al borde de la Alcaldía, los pozos de la noche se la tragaban y los jugadores parecían acariciar el aire como bailarinas indisciplinadas. Del otro lado, medio ocultos por el bronce del monumento a Krámer, varios muchachos y una chica enfundados en cuero de los talones al cuello compartían cigarrillos king-size. Y en la vereda opuesta, bajo la marquesina tuerta del hotel, empezaba la hilera de vendedores ambulantes, un cónclave abierto y silencioso que se extendía ante la fachada de Nuestra Señora del Golfo como esperando que el campanario en forma de satélite empezara a escupir una horda de clientes. Salvo el guarda destacado para custodiarlos desde una cabina traslúcida y el dueño del restaurante El Ñandu, que probablemente les tenía miedo, nadie les llevaba el apunte. A la izquierda del restaurante había habido un baldío sembrado de cardos y pilares; algunos todavía esperaban verlo convertido en un centro cultural,pero seguía siendo otra cosa: nada más que el potrero donde un grupo de comerciantes portugueses, hijos de colonos expulsados de Africa, había reunido impotencias para levantar un parque de diversiones con un látigo, una vuelta al mundo, un gabinete de espejos, dos barracas de tiro al blanco, una ruleta y un tren fantasma. La casamata de los autómatas la habían barrido para construir una pista de autitos chocadores. Ahí, borracho de luz violeta y música de sintetizador, estaría pasando el rato Ramiro, el secretario de Ezequiel, ese cabeza de chorlito.
Marcelo Cohen
Sin despegarse del banco, las solapas del tabardo levantadas, se incorporó lo suficiente para otear la perspectiva desolada de la plaza. Aunque hiciera años que no lo veía, aunque la ciudad lo tuviera vedado, el mar estaba cerca y a esa hora exhalaba un olor a sebo y a crustáceos: tenzado en el viento, llegaba para impregnar las panzas de los cables telegráficos. ¿Para qué quiero ese olor? ¿A qué viene esta vista? Ezequiel saludó con un movimiento de cabeza al gestor que ocupaba todo el tercer piso de su edificio. Siempre se olvidaba de que era miope. Hizo lo posible por no volver a dormirse. No supo si no se durmió. Sobre el verde angosto de los parches de gramilla, entre oficinistas con sobretodo y pinches de hotel, diez o doce soldados norteamericanos jugaban al fútbol con una lata de cerveza Heinecken. Estaban de licencia, o podía que su misión consistiera en estar de licencia en la ciudad. Había tan poca luz que cuando la lata salía despedida a la explanada de concreto, al borde de la Alcaldía, los pozos de la noche se la tragaban y los jugadores parecían acariciar el aire como bailarinas indisciplinadas. Del otro lado, medio ocultos por el bronce del monumento a Krámer, varios muchachos y una chica enfundados en cuero de los talones al cuello compartían cigarrillos king-size. Y en la vereda opuesta, bajo la marquesina tuerta del hotel, empezaba la hilera de vendedores ambulantes, un cónclave abierto y silencioso que se extendía ante la fachada de Nuestra Señora del Golfo como esperando que el campanario en forma de satélite empezara a escupir una horda de clientes. Salvo el guarda destacado para custodiarlos desde una cabina traslúcida y el dueño del restaurante El Ñandu, que probablemente les tenía miedo, nadie les llevaba el apunte. A la izquierda del restaurante había habido un baldío sembrado de cardos y pilares; algunos todavía esperaban verlo convertido en un centro cultural,pero seguía siendo otra cosa: nada más que el potrero donde un grupo de comerciantes portugueses, hijos de colonos expulsados de Africa, había reunido impotencias para levantar un parque de diversiones con un látigo, una vuelta al mundo, un gabinete de espejos, dos barracas de tiro al blanco, una ruleta y un tren fantasma. La casamata de los autómatas la habían barrido para construir una pista de autitos chocadores. Ahí, borracho de luz violeta y música de sintetizador, estaría pasando el rato Ramiro, el secretario de Ezequiel, ese cabeza de chorlito.
miércoles, 2 de noviembre de 2011
Comienzos
Porque hace calor, porque las máquinas de la oficina escriben, suman, restan y multiplican sin cesar, porque ha pasado en ómnibus durante tres años seguidos delante de esa casa horrible de la avenida Arequipa,durante tres años cuatro veces al día, es decir, tres mil seiscientas veces descontando los días feriados y las vacaciones, porque vio en la calle a ese viejo con la nariz tumefacta como una coliflor roja y a ese otro que en una esquina le metió el muñón en la cara pidiéndole un sol para comer, porque es 31 de diciembre en fin, y está aburrido y con sed, por todo eso es que Ludo interrumpe el recurso de embargo que está redactando y lanza un gemido poderoso, como el que dan seguramente los ahorcados,los descuartizados. Un centenar de cráneos en su mayoría calvos vuelven hacia él la mirada y, poco acostumbrados a lo insólito como están, regresan la atención a sus pupitres. Ludo desgarra el recurso y en su lugar escribe su carta de renuncia. Su jefe trata de disuadirlo con untuosos argumentos,pero al atardecer Ludo abandona para siempre la Gran Firma,donde ha sudado y bostezado tres años sucesivos en plena juventud.
Los geniecillos dominicales
Julio Ramón Ribeyro
Los geniecillos dominicales
Julio Ramón Ribeyro
viernes, 28 de octubre de 2011
miércoles, 26 de octubre de 2011
Literatura y ciudad (8)
Los calígrafos
Pablo De Santis
Los calígrafos tienen, sobre una mesa redonda, en una sala lateral que está casi siempre a oscuras, un mapa de la ciudad. Fue dibujado muchos años atrás. Ellos deben corregirlo a medida que la ciudad cambia: la continúa extensión de los límites, la caída de un puente, la clausura de las vías del tren. Con pintura blanca borran las cosas que desaparecen para agregar con tinta china las nuevas: cambios de nombres en las calles, monumentos, parques arrasados, torres de cristal.
La correspondencia entre el plano y la ciudad es tan extrema que si alguien, por descuido, deja caer una gota de pintura blanca en un pequeño sector del mapa, los calígrafos se apuran a cruzar la ciudad para ver la zona que acaba de quedar en ruinas.
Pablo De Santis
Los calígrafos tienen, sobre una mesa redonda, en una sala lateral que está casi siempre a oscuras, un mapa de la ciudad. Fue dibujado muchos años atrás. Ellos deben corregirlo a medida que la ciudad cambia: la continúa extensión de los límites, la caída de un puente, la clausura de las vías del tren. Con pintura blanca borran las cosas que desaparecen para agregar con tinta china las nuevas: cambios de nombres en las calles, monumentos, parques arrasados, torres de cristal.
La correspondencia entre el plano y la ciudad es tan extrema que si alguien, por descuido, deja caer una gota de pintura blanca en un pequeño sector del mapa, los calígrafos se apuran a cruzar la ciudad para ver la zona que acaba de quedar en ruinas.
lunes, 24 de octubre de 2011
viernes, 21 de octubre de 2011
Comienzos
Lejos de los caminos frecuentados por viajeros, duerme la provincia de Jujuy, en el corazón del continente. Es la más apartada de nuestras provincias, y está separada de los países del Pacífico por la gigantesca cordillera de los Andes; es una región montañosa y poblada de bosques, de tórridos calores y fuertes tormentas; las únicas vías de comunicación que tiene este enorme territorio con el mundo exterior son unas cuantas carreteras apenas más grande que caminos de herradura.
Los habitantes de esta región tienen pocas necesidades; no ambicionan progresar, y nunca han variado su manera de vivir. Los españoles tardaron largo tiempo en conquistarlos; y hoy día, después de tres siglos de dominación cristiana, todavía hablan el quichua, y se alimentan en gran parte con patay, una especie de pasta dulce confeccionada con el fruto del algarrobo; emplean, asimismo, como bestia de carga, la llama, regalo de sus antiguos señores, los incas.
Lo dicho hasta aquí es de común conocimiento, pero nada saben los de afuera del carácter peculiar del país, o de la laya de cosas que acontecen dentro de sus confines, siendo Jujuy para ellos sólo una región muy lejana, contigua a los Andes, a la cual el progreso del mundo no afecta. Ha querido la Providencia darme un conocimiento más íntimo del país, y éste ha sido para mí, desde hace muchos años, una gran aficción y penosa carga. Pero al tomar la pluma, no lo hago con el objeto de quejarme de que todos los años de mi vida se consumen en una región donde todavía se le permite al gran enemigo de la humanidad poner en tela de juicio la supremacía de Nuestro Señor, y que pelea en lucha igual con sus descípulos; mi único objeto es precaver-y quizá también consolar-a los que me sucedan aquí en mi ministerio y vengan a esta iglesia de Yaví, ignorando las medidas que se tomarán para matar sus almas. Y si yo asentara en esta relación cualquier cosa que pudiera perjudicar a nuestra santa Religión, debido a nuestro pobre entendimiento y nuestra poca fe, ruego que el pecado que cometo en ignorancia se me perdone, y que este manuscrito perezca milagrosamente sin que nadie lo haya leído.
Marta Riquelme
Guillermo Enrique Hudson
Los habitantes de esta región tienen pocas necesidades; no ambicionan progresar, y nunca han variado su manera de vivir. Los españoles tardaron largo tiempo en conquistarlos; y hoy día, después de tres siglos de dominación cristiana, todavía hablan el quichua, y se alimentan en gran parte con patay, una especie de pasta dulce confeccionada con el fruto del algarrobo; emplean, asimismo, como bestia de carga, la llama, regalo de sus antiguos señores, los incas.
Lo dicho hasta aquí es de común conocimiento, pero nada saben los de afuera del carácter peculiar del país, o de la laya de cosas que acontecen dentro de sus confines, siendo Jujuy para ellos sólo una región muy lejana, contigua a los Andes, a la cual el progreso del mundo no afecta. Ha querido la Providencia darme un conocimiento más íntimo del país, y éste ha sido para mí, desde hace muchos años, una gran aficción y penosa carga. Pero al tomar la pluma, no lo hago con el objeto de quejarme de que todos los años de mi vida se consumen en una región donde todavía se le permite al gran enemigo de la humanidad poner en tela de juicio la supremacía de Nuestro Señor, y que pelea en lucha igual con sus descípulos; mi único objeto es precaver-y quizá también consolar-a los que me sucedan aquí en mi ministerio y vengan a esta iglesia de Yaví, ignorando las medidas que se tomarán para matar sus almas. Y si yo asentara en esta relación cualquier cosa que pudiera perjudicar a nuestra santa Religión, debido a nuestro pobre entendimiento y nuestra poca fe, ruego que el pecado que cometo en ignorancia se me perdone, y que este manuscrito perezca milagrosamente sin que nadie lo haya leído.
Marta Riquelme
Guillermo Enrique Hudson
domingo, 16 de octubre de 2011
El niño mecánico
J. Rodolfo Wilcock
Hace algunos años un niño esquizofrénico de nueve años tuvo que ser internado en una clínica norteamericana. El niño sufría de una enfermedad poco común: creía ser una máquina y funcionar gracias a otras máquinas creadas por su fantasía. Como muchos otros muchachos se había refugiado en un mundo imaginario inventado por él mismo, pero del cual no se lo podía hacer volver.
Estaba convencido de ser completamente automático e incluso conseguía convencer de ello a los demás. Antes de comer se ataba con cables imaginarios a la mesa, se aislaba envolviéndose en servilletas de papel y establecía el contacto eléctrico. Solamente así podía comenzar a comer. Las personas que estaban cerca de él debían tener cuidado de no pisar los cables que alimentaban sus "fuentes de energía". Cuando el mecanismo no funcionaba el niño permanecía inmóvil y silencioso durante largos períodos; otras veces se ponía en movimiento, cada vez más velozmente, hasta que explotaba emitiendo los ruidos pertinentes y arrojando las válvulas y otros objetos mecánicos que siempre llevaba consigo. Después entraba en mutismo absoluto.
Sólo dormía si estaba rodeado de aparatos eléctricos, armados por él mismo con cables, cartones, cinta aisladora, etcétera; respiraba a través de tubos de escape y también para beber hacía uso de complicadas tuberías. Durante semanas enteras, cuando se le preguntaba algo, respondía solamente "¡Bam!", ya que debía neutralizar lo que se le decía o de lo contrario ocurría una explosión. En la bañadera se bamboleba rítmicamente dentro del agua, casi como si fuera impelido por un motor. Ciertos colores amenazaban con interrumpirle la corriente, y por eso los evitaba.
A veces pedía que le cambiaran el cerebro porque no funcionaba bien, y acusaba a las partes (piezas) de su cuerpo cuando éstas eran culpables de movimientos equivocados. Su comportamiento se volvía más insólito cuando tenía que ir al baño: se desnudaba totalmente y apoyaba una mano en la pared: temía ser absorbido por el inodoro.
Al parecer, su madre, aun habiéndose ocupado normalmente de él, siempre lo había tratado con un poco de indiferencia; a lo mejor había sido justamente esta indiferencia lo que había dado origen a las fijaciones del niño; no quería ser humano para no sufrir, y también porque lo habían criado como una máquina.
Sin embargo, gracias al tratamiento psquiátrico al que fue sometido, bajo la dirección de Bruno Bettelheim, el muchaco finalmente consiguió, a los doce años de edad, liberarse de esos complejos y "funcionar" sin ayuda de máquina alguna.
En Hechos inquietantes
Hace algunos años un niño esquizofrénico de nueve años tuvo que ser internado en una clínica norteamericana. El niño sufría de una enfermedad poco común: creía ser una máquina y funcionar gracias a otras máquinas creadas por su fantasía. Como muchos otros muchachos se había refugiado en un mundo imaginario inventado por él mismo, pero del cual no se lo podía hacer volver.
Estaba convencido de ser completamente automático e incluso conseguía convencer de ello a los demás. Antes de comer se ataba con cables imaginarios a la mesa, se aislaba envolviéndose en servilletas de papel y establecía el contacto eléctrico. Solamente así podía comenzar a comer. Las personas que estaban cerca de él debían tener cuidado de no pisar los cables que alimentaban sus "fuentes de energía". Cuando el mecanismo no funcionaba el niño permanecía inmóvil y silencioso durante largos períodos; otras veces se ponía en movimiento, cada vez más velozmente, hasta que explotaba emitiendo los ruidos pertinentes y arrojando las válvulas y otros objetos mecánicos que siempre llevaba consigo. Después entraba en mutismo absoluto.
Sólo dormía si estaba rodeado de aparatos eléctricos, armados por él mismo con cables, cartones, cinta aisladora, etcétera; respiraba a través de tubos de escape y también para beber hacía uso de complicadas tuberías. Durante semanas enteras, cuando se le preguntaba algo, respondía solamente "¡Bam!", ya que debía neutralizar lo que se le decía o de lo contrario ocurría una explosión. En la bañadera se bamboleba rítmicamente dentro del agua, casi como si fuera impelido por un motor. Ciertos colores amenazaban con interrumpirle la corriente, y por eso los evitaba.
A veces pedía que le cambiaran el cerebro porque no funcionaba bien, y acusaba a las partes (piezas) de su cuerpo cuando éstas eran culpables de movimientos equivocados. Su comportamiento se volvía más insólito cuando tenía que ir al baño: se desnudaba totalmente y apoyaba una mano en la pared: temía ser absorbido por el inodoro.
Al parecer, su madre, aun habiéndose ocupado normalmente de él, siempre lo había tratado con un poco de indiferencia; a lo mejor había sido justamente esta indiferencia lo que había dado origen a las fijaciones del niño; no quería ser humano para no sufrir, y también porque lo habían criado como una máquina.
Sin embargo, gracias al tratamiento psquiátrico al que fue sometido, bajo la dirección de Bruno Bettelheim, el muchaco finalmente consiguió, a los doce años de edad, liberarse de esos complejos y "funcionar" sin ayuda de máquina alguna.
En Hechos inquietantes
miércoles, 12 de octubre de 2011
Literatura y ciudad (7)
Chronic City
Jonathan Lethem
Ava también parecía la clave de uno de los motivos nuevos de Perkus, una disquisición en desarrollo sobre la naturaleza construida de toda conciencia. Trabaja constantemente para perfeccionar la idea en voz alta, creyendo por lo visto de que vivíamos en una realidad virtual y necesitábamos tomárnoslo mejor. Según su nueva epifanía, también podíamos vivir en un entorno inventado puesto que, de entrada, nuestra conciencia era una especie de construcción virtual. No existía ninguna realidad de fondo por la que preocuparse. "Todos los recuerdos son recambios, Chase. Lo he leído, es el último gran avance neurológico". Yo ignoraba por qué un escéptico hermético debería dar crédito a los informes científicos más recientes, pero me daba igual. Le di el gusto de pedirle que me lo explicara. "Cada recuerdo es sólo una fotocopia de algo previo, no se refiere a ningún original almacenado. Tiramos el original, como una compañia teatral que siempre rompe el texto y basa la interpretación en una transcripción de la noche anterior, con todos sus errores e interpretaciones, y luego destruye también el texto y así repetidamente. No tenemos Edén al que regresar, Chase! Cuando miramos atrás el jardín ya no está. es mejor no mirar e imaginar que notás su peso en la espalda. Solo tenemos el borrador de trabajo, no más definitivo que el anterior, y también será descartado. La memoria es un ensayo de un espectáculo que nunca se estrena!".
Muy bien, pero ¿eso que tenía que ver con la perra? "Ava atrapa el mapa de la realidad con el olfato a diario y no le importa nada más allá de él. Es consciente de que el mundo debe ser reemsamblado cada vez que lo cruza. Piensa en lo que es Manhattan para un perro! Si Ava puede vivir en nuestro ensueño, nosotros deberíamos ser capaces de tolerar vivir en el de otro!". Ahora que Perkus hipaba sin disimulo delante de mí, se permitía con alivio evidente que los intervalos en la respiración airearan el discurso, hiciera audible la elipsis. La música asíncrona de su discurso lleno de baches unía las Purezas Friendrech con sus opuestos, aquellas esclusas de explicación paranoica que se abrían periódicamente. "Ha pasado algo, Chase, en esta ciudad ha tenido lugar una ruptura. Desde entonces el tiempo se ha fragmentado. Puede que esté relacionado con la niebla gris o con cualquier otro desastre. Cualquiera que sea la causa, desde entonces hemos estado viviendo en un lugar que es una réplica que sí mismo, un frágil simulacro, plagado de huecos y problemas técnicos. Un parque temático, en realidad! Pensado para detener la intrusión del tiempo. Por supuesto algo así está siempre destinado a fracasar, el tiempo siempre factura. De modo que estas disyunciones aparecen, y tenemos que explicarlas, considerándolas tigres o escultura épica. Si Noteless no existiera, la ciudad tendría que habérselo inventado, Chase!". Cuanto más desarrollaba Perkus su teoría, más empezaban a aparecer los agujeros de su discurso una especie de recambio necesario de las lagunas temporales en las que él creía que había caído la ciudad, así como de los pozos sin fondo de Laird Noteless y sus estructuras ausentes.
Perkus parecía necesitar que Manhattan fuera una falsedad y estuviera en ruinas ("This town is wearing tatters!") para hacer buenas sus intuiciones. Pero Manhattan no estaba destruida en el sentido que Mick Jagger había apuntado en 1978, de la manera en que Perkus necesitaba que estuviera. Estudios recientes indicaban que la ciudad estaba en paz, rebosante de dinero, hasta puede que algo aburrida. Eso claro, en el caso de que confiaras en el testimonio satisfecho de los millones que consultaban la página de seguimiento del tigre por la mañana antes de ponerse las botas de nieve en abril e ir al trabajo en metro como de costumbre, para luego por la noche llenar los bares y restaurantes o quedarse en casa a ver Los sopranos o a los Yankees y marcar rellamada para que los repartidores de comida china salieran disparados en sus bicicletas. Lo que Perkus decía, demostrado: los millones de personas adormiladas que nunca agujereaban el velo del sueño, ni siquiera lo empujaban un poquito. Yo era uno de ellos, un imbécil de nacimiento, pero al menos ahí estaba, escuchando los hechos espantosos que él me iba exponiendo. ¿Era Perkus un teórico de la conspiración? Escupía como un crítico de rock. La única conspiración era una conspiración de la distracción. Los conspiradores éramos nosotros. Si yo no entendía esta ley de la complicidad debería volver al principio y empezar de cero. Cuando me lo dijo, pensé en el depacho de Susan Eldred, en la primera vez que había visto su ojo antitético.
Jonathan Lethem
Ava también parecía la clave de uno de los motivos nuevos de Perkus, una disquisición en desarrollo sobre la naturaleza construida de toda conciencia. Trabaja constantemente para perfeccionar la idea en voz alta, creyendo por lo visto de que vivíamos en una realidad virtual y necesitábamos tomárnoslo mejor. Según su nueva epifanía, también podíamos vivir en un entorno inventado puesto que, de entrada, nuestra conciencia era una especie de construcción virtual. No existía ninguna realidad de fondo por la que preocuparse. "Todos los recuerdos son recambios, Chase. Lo he leído, es el último gran avance neurológico". Yo ignoraba por qué un escéptico hermético debería dar crédito a los informes científicos más recientes, pero me daba igual. Le di el gusto de pedirle que me lo explicara. "Cada recuerdo es sólo una fotocopia de algo previo, no se refiere a ningún original almacenado. Tiramos el original, como una compañia teatral que siempre rompe el texto y basa la interpretación en una transcripción de la noche anterior, con todos sus errores e interpretaciones, y luego destruye también el texto y así repetidamente. No tenemos Edén al que regresar, Chase! Cuando miramos atrás el jardín ya no está. es mejor no mirar e imaginar que notás su peso en la espalda. Solo tenemos el borrador de trabajo, no más definitivo que el anterior, y también será descartado. La memoria es un ensayo de un espectáculo que nunca se estrena!".
Muy bien, pero ¿eso que tenía que ver con la perra? "Ava atrapa el mapa de la realidad con el olfato a diario y no le importa nada más allá de él. Es consciente de que el mundo debe ser reemsamblado cada vez que lo cruza. Piensa en lo que es Manhattan para un perro! Si Ava puede vivir en nuestro ensueño, nosotros deberíamos ser capaces de tolerar vivir en el de otro!". Ahora que Perkus hipaba sin disimulo delante de mí, se permitía con alivio evidente que los intervalos en la respiración airearan el discurso, hiciera audible la elipsis. La música asíncrona de su discurso lleno de baches unía las Purezas Friendrech con sus opuestos, aquellas esclusas de explicación paranoica que se abrían periódicamente. "Ha pasado algo, Chase, en esta ciudad ha tenido lugar una ruptura. Desde entonces el tiempo se ha fragmentado. Puede que esté relacionado con la niebla gris o con cualquier otro desastre. Cualquiera que sea la causa, desde entonces hemos estado viviendo en un lugar que es una réplica que sí mismo, un frágil simulacro, plagado de huecos y problemas técnicos. Un parque temático, en realidad! Pensado para detener la intrusión del tiempo. Por supuesto algo así está siempre destinado a fracasar, el tiempo siempre factura. De modo que estas disyunciones aparecen, y tenemos que explicarlas, considerándolas tigres o escultura épica. Si Noteless no existiera, la ciudad tendría que habérselo inventado, Chase!". Cuanto más desarrollaba Perkus su teoría, más empezaban a aparecer los agujeros de su discurso una especie de recambio necesario de las lagunas temporales en las que él creía que había caído la ciudad, así como de los pozos sin fondo de Laird Noteless y sus estructuras ausentes.
Perkus parecía necesitar que Manhattan fuera una falsedad y estuviera en ruinas ("This town is wearing tatters!") para hacer buenas sus intuiciones. Pero Manhattan no estaba destruida en el sentido que Mick Jagger había apuntado en 1978, de la manera en que Perkus necesitaba que estuviera. Estudios recientes indicaban que la ciudad estaba en paz, rebosante de dinero, hasta puede que algo aburrida. Eso claro, en el caso de que confiaras en el testimonio satisfecho de los millones que consultaban la página de seguimiento del tigre por la mañana antes de ponerse las botas de nieve en abril e ir al trabajo en metro como de costumbre, para luego por la noche llenar los bares y restaurantes o quedarse en casa a ver Los sopranos o a los Yankees y marcar rellamada para que los repartidores de comida china salieran disparados en sus bicicletas. Lo que Perkus decía, demostrado: los millones de personas adormiladas que nunca agujereaban el velo del sueño, ni siquiera lo empujaban un poquito. Yo era uno de ellos, un imbécil de nacimiento, pero al menos ahí estaba, escuchando los hechos espantosos que él me iba exponiendo. ¿Era Perkus un teórico de la conspiración? Escupía como un crítico de rock. La única conspiración era una conspiración de la distracción. Los conspiradores éramos nosotros. Si yo no entendía esta ley de la complicidad debería volver al principio y empezar de cero. Cuando me lo dijo, pensé en el depacho de Susan Eldred, en la primera vez que había visto su ojo antitético.
lunes, 10 de octubre de 2011
jueves, 6 de octubre de 2011
Comienzos
Desde la dos, aproximadamente, hasta la puesta del sol, permanecieron sentados, aquella sofocante y pesada tarde de septiembre, en lo que la señorita Coldfield seguía llamando "el despacho" por haberlo así llamado su padre: una habitación cálida, oscura, sin ventilación, cuyas ventanas y celosías continuaban cerradas desde hacía cuarenta y tres veranos, porque, allá en su niñez, alguien opinaba que el aire en movimiento y la luz producen calor, mientras que la penumbra resulta más fresca. A medida que el sol daba más de lleno sobre ese costado de la casa, la habitación se iluminaba de rayos horizontales y amarillentos que dejaban ver innumerables partículas de polvo. Quintín pensó que serían, sin duda, escamas de la viejísima pintura descolorida, desprendidas de la madera resquebrajada y empujadas hacia el interior por una fuerza semejante a la del viento. Una guía de glicinas florecía por segunda vez en aquel estío, y trepaba por un enrejado que se divisaba frente a la ventana; los gorriones llegaban y partían en bandadas, sin orden y concierto, produciendo un rumor seco y polvoriento al levantar el vuelo. Frente a Quintín se hallaba la señorita Coldfield, con su sempiterno traje de luto, que llevaba desde hacía cuarenta y tres años, aunque nadie sabía si era por su padre, hermana o no-marido; erecta y rígida, ocupaba una silla de duro asiento, tan alta para ella que sus piernas, sin llegar al suelo, pendían rectas y verticales como si los huesos de sus tobillos y pantorillas estuviesen fundidos en hierro, lo que les daba el aire de rabia impotente que tienen los pies infantiles. Hablaba con voz áspera, huraña, asombrada, y al final toda atención cesaba, el poder auditivo se confundía así mismo y el objeto de su impotente pero indomable fracaso-aunque había muerto años atrás- aparecía como evocado por esa indignada requisitoria, sereno, distraído e inofensivo, brotando del polvo paciente, soñador y victorioso.
Absalón, Absalón!
William Faulkner
Absalón, Absalón!
William Faulkner
martes, 4 de octubre de 2011
domingo, 2 de octubre de 2011
Estado de excepción
El Ministerio de Justicia de los Estados Unidos autorizó a través de un memorando secreto el asesinato del líder de Al Qaeda, Anwar Al Awlaki, nacido en territorio norteamericano y consideado uno de los sucesores de Osama bin Laden (...) Awlaki nació en Nuevo México y, como a cualquier estadounidense, la Constitución le aseguraba el derecho a un debido proceso judicial antes de, eventualmente, ser ejecutado. Según el Ministerio de Justicia, sin embargo, en este caso prevaleció el estado de "guerra" de los Estados Unidos contra las organizaciones fundamentalistas islámicas, en especial al Qaeda, consideado responsable de los atentados del 11 de setiembre del 2001.
Además de Al Awlaki, otro estadounidense murió durante el operativo del viernes, llevado a cabo con aviones no tripulados en Yemen. Se trató de Samir Khan, el encargado de la revista Inspire, que Al Qaeda difunde en idioma inglés en la península Arábiga.
Los asesinatos originaron un controvertido debate legal sobre el derecho de las fuerzas de seguridad de matar a ciudadanos sin juicios previos. Sin embargo, la muerte de Al Awlaki fue considerada ayer por los analistas como un importante punto a favor para la popularidad de Obama, cuya aprobación sigue cayendo de cara a las elecciones preseidenciales de 2012.
Perfil, domingo 2 de octubre de 2011.
Además de Al Awlaki, otro estadounidense murió durante el operativo del viernes, llevado a cabo con aviones no tripulados en Yemen. Se trató de Samir Khan, el encargado de la revista Inspire, que Al Qaeda difunde en idioma inglés en la península Arábiga.
Los asesinatos originaron un controvertido debate legal sobre el derecho de las fuerzas de seguridad de matar a ciudadanos sin juicios previos. Sin embargo, la muerte de Al Awlaki fue considerada ayer por los analistas como un importante punto a favor para la popularidad de Obama, cuya aprobación sigue cayendo de cara a las elecciones preseidenciales de 2012.
Perfil, domingo 2 de octubre de 2011.
domingo, 25 de septiembre de 2011
La visión de un mundo
Hace algunas semanas terminé de leer las más de setecientas páginas de Cheever: Una vida la monumental biografía de Blake Bailey sobre John Cheever. ¿Y que se lee cuando leemos una biografía? O mejor, ¿que se dice sobre una biografía? ¿Tiene algún sentido un acercamiento crítico, cuando en realidad de lo que aquí se trata es de espiar por el agujero de una cerradura legalmente violada, la vida de un escritor admirado? ¿Acaso no alcanza la frecuentación regular de su obra? ¿Quita o agrega valor a esa obra conocer detalles más o menos vergonzantes y desesperanzados, más o menos tristes o más o menos veraces, sobre el trabajo, los hechos y lugares, las personas y los libros, los sueños y los tormentos, las virtudes y las miserias que engendraron y delimitaron el territorio literario de sus orígenes? Ninguna de esas preguntas tienen aquí sólida respuesta, como supongo tampoco la tienen –sin dar intervención a cierta rama de le literatura fantástica- algunos placeres privados y voyeristas. Sin embargo una certeza es pertinente: explorando la intimidad atormentada de un Hombre siempre en fuga de sí mismo, Bailey logra –voluntariamente supongo-una completa y brillante panorámica de literatura norteamericana del siglo XX.
Algunos datos.
Ya existía una biografía de John Cheever, la firmó Scott Donaldson, autor también de una biografía de Scott Fitzgerald y de un ensayo biográfico sobre la tormentosa amistad de este con Ernest Hemingway. Su título: Hemingway contra Fitzgerald, auge y decadencia de una amistad literaria. Hay traducción al castellano y fue hermosamente editado por Siglo XXI de España. Que sepa no hay traducción de la biografía de Cheever hecha por Donaldson. Y de acuerdo a lo que he leído y averiguado por distintos canales (no leo inglés, motivo por el cual desconozco el libro de Donaldson) ¿que hace mejor o más completa la biografía de Bailey? Nada más y nada menos que la inestimable colaboración de la familia de Cheever y con eso el permiso y el acceso a papeles privados y a las versiones completas y en crudo de sus diarios. Cuatro mil trescientas páginas escritas a máquina y a un solo espacio. De más está decir que Donaldson no contó con estas ventajas.
En la solapa del libro, se cita a Rodrigo Fresán y se transcribe la frase “se lee como una gran novela” Y es difícil no pensar en esas novelas de aliento dickensiano que trazan el arco de una vida y narran los claroscuros de los universos familiares, o en aquellas otras novelas que trazan el arco de una vida culposa y atormentada por los amores difíciles y furtivos y homosexuales. Cheever: una vida, bien puede funcionar como texto lateral y complementario a novelas como El lenguaje perdido de las gruas de David Leavitt o la propia Falconer de John Cheever. Sin embargo, algo más de fondo acerca el texto de Bailey y a cualquier buena biografía al estado de recepción de una novela, y es el contrato de suspensión de la incredulidad que el lector establece con el material mientras transcurre el acto temporal de la lectura. Más allá que el biógrafo trabaja con material verificable, difícilmente el lector realice un acto de desmascaramiento y acuda a aquellas locaciones, lugares y archivos de universidades que las notas de agradecimientos suelen señalar. Es decir: como en toda novela, el lector se desentiende de la veracidad de lo escrito.
Y que está escrito en Cheever: una vida, exactamente eso, la vida de una gran escritor, probablemente el mejor cuentista norteamericano de la segunda mitad del siglo XX, un retratista feroz y a la vez compasivo del habitante medio norteamericano, que pronto encontró y delimitó en los suburbios su territorio narrativo y ficcional. Conviene aquí una cita textual: “ No nací en una verdadera clase social, y desde muy pronto tomé la desición de infiltrarme en la clase media como un espía para poder atacar desde una posición ventajosa, sólo que a veces me parece que lo he olvidado y tomo mis disfraces demasiado en serio”
Una lectura apasionante.
Todo está aquí y su lectura resulta apasionante. Detallo sin presunción cronológica: su falso pasado aristocrático y su infancia en una familia humilde con la presencia de una madre avasallante y un padre arruinado y alcohólico irrecuperable, su adolescencia y su legendaria expulsión del colegio secundario, suceso que narra en Expulsado, su primer relato publicado en The New Republic apadrinado por Malcom Cowley, la intensa y por momentos traumática relación con la revista The New Yorker y en especial con su editor William Maxwell, la difícil gestación de su primer novela Crónica de los Wapshot, las relaciones familiares: ambiguamente sexual y por largos períodos distante con su hermano mayor, de mutua incomprensión con sus hijos y su descorazonada y finalmente célibe vida matrimonial. Su secreta y atormentada bisexualidad, su difuso affaire con Harold Brodkey, la mutua envidia y admiración con John Updike, Max Zimmer aspirante a escritor y amante oficial y compañía terapéutica en los días finales de Cheever, los paseos etílicos y nocturnos con Raymond Carver, el desdén de la crítica académica, sus viajes a Rusia y su relación con su amada e inspiradora Italia, la escasa confianza en el talento propio y los celos por el éxito de alguno de sus colegas, el desprecio casi patológico a la narrativa posmoderna, en especial a Donald Barthelme, a quien acusaba de hacer mal lo que el propio Cheever venía asciendo con delicada maestría y mejor prosa bastantes años antes, la incomprensión de los críticos y editores ante la estructura algo vanguardista en el uso de las voces narradoras en Bullet Park y sus protagonistas funcionando como reflejos de espejos invertidos, los últimos años y sus clases de literatura en la Universidad de Boston, su recuperación de la adicción al alcohol y el reconocimiento con la publicación de Falconer y sus cuentos reunidos en la consagratoria antología The stories of John Cheever.
Algunas pocas molestias:
Bailey no juzga y nunca es compasivo con Cheever, y está bien, pero por momentos cuesta entender la ligereza con la que despacha algunos de sus mejores cuentos. Sirva como ejemplo lo dicho sobre La geometría del amor: “una sátira de una misoginia atroz” señala también el uso poco eficaz del elemento fantástico en el relato “…pero el surrealismo, -el uso mágico que Mallory hace de la geometría (como resultado de sus esfuerzos, se desvanece la ciudad de Gary, en Indiana)-es difuso y poco convincente”. Tampoco es demasiado justo con El presidente de la Argentina –relato no incluido en The stories of Jonh cheever-ahí sólo ve, una viñeta autobiográfica sobre los efectos del alcohol. Es una mirada, pero es una mirada corta. Es cierto, buena parte del recorrido por Commonwealth Avenue que el narrador describe, es el mismo que Cheever solía realizar en sus paseos por Boston. Es cierto también que su estadía en Boston coincidió con uno de sus períodos más oscuros, pero si algo destaca en El presidente de la Argentina es la diversidad de estilos que el relato propone, y tal como se señalará en la presentación del cuento en un viejo ejemplar del suplemento verano/12, contiene más de un guiño irónico a ciertas ficciones experimentales.
Una visión del mundo.
Entre todo ese torbellino de hechos e información, algo queda claro, buena parte de la obra de Cheever es el reflejo, muchas veces mejorado y otras veces deformado de su tormentosa y atormentada vida. Una permanente tensión entre los pecados de la carne y el ansia de redención cruza su literatura. De ahí que su visión del mundo sea profundamente religiosa.
De sus diarios “ Y los hombres tristes, los solitarios, los malcasados, se arrodillan en garajes, cuartos de baños y moteles, y piden a Dios que les ayude a comprender su necesidad de amor”
Diego Zappa
Diego Zappa
miércoles, 21 de septiembre de 2011
Literatura y ciudad (6)
Bienvenidos a Metro-Centre
J.G. Ballard
Los barrios residenciales de la periferia sueñan la violencia. Dormidos dentro de sus amodorrados chalés, protegidos por benévolos centros comerciales, esperan con paciencia las pesadillas que los despertarán en un mundo más apasionado...
Ilusiones, me dije mientras el aeropuerto de Heathrow se encogía en el espejo retrovisor, y una verdadera estupidez, el arraigado hábito de un publicista , que no saborea el caramelo sino el envoltorio. Pero eran pensamientos difíciles de alejar. Conduje el Jensen al carril lento de la M4 y empecé a leer las señales que daban la bienvenida a la periferia residencial más alejada de Londres. Ashford, Staines, Hillingdon: destinos imposibles que sólo figuraban en los mapas mentales de directores de márketing desespesperados. Más allá de Heathrow se extendían los imperios del consumismo y el misterio que me obsesionó hasta el día que salí de mi agencia por última vez. ¿Cómo despertar un pueblo aletargado que tenía de todo, que había comprado los sueños que el dinero puede comprar y que, sabía, había pagado un precio de ganga?
Se encendió el indicador de giro a la izquierda, una molesta flecha que estaba seguro de no haber activado. Pero cien metros más adelante apareció una vía de salida que, de algún modo, yo ya sabía que estaba esperando. Reduje la velocidad y salí de la aupotista, entrando en un cauce de orillas verdes que se torcía pasando por delante de un letrero que me instaba a visitar un nuevo parque empresarial y centro de congresos. Frené de golpe, con la intención de volver marcha atrás hasta la autopista y entonces me di por vencido. Que siempre decida el camino...
Como muchos londinenses, sentía un vago desasosiego cada vez que salía del centro de la ciudad y me acercaba a las lejanías del estrarradio. Pero de hecho había pasado toda la carrera de publicista cortejando con entusiasmo la periferia. Lejos de la nerviosa y cerebralmente exigente metrópoli, el cinturón de pueblos que dormitaban apoyados en el arcén protector de la M25 eran prácticamente un invento de la industria publicitaria; al menos eso era lo que nos gustaba creer a los ejecutivos de cuentas como yo. Estábamos dispuestos a creer, hasta el último suspiro, que lo que definía a los barrios residenciales eran los productos que les vendíamos, las marcas y los logos que distinguían su vida.
Pero de alguna manera se nos resistían, volviéndose cada vez más elegantes y seguros, el verdadero centro de la nación, guardando con nosotros cierta distancia. Al mirar el plácido océano de techos de ladrillos, los agradables parques y patios de escuela, sentí una punzada de rencor, el mismo dolor que recordaba de aquella vez en la que mi mujer me besó con cariño, me saludó tímidamente con la mano desde la puerta de nuestro apartamento en Chelsea y se marchó para siempre. El afecto podía presentarse en los momentos más crueles.
Pero tenía una razón especial para sentirme inquieto: sólo unas semanas antes esos amables barrios periféricos se habían levantado y gruñido, antes de atacar y matar a mi padre.
J.G. Ballard
Los barrios residenciales de la periferia sueñan la violencia. Dormidos dentro de sus amodorrados chalés, protegidos por benévolos centros comerciales, esperan con paciencia las pesadillas que los despertarán en un mundo más apasionado...
Ilusiones, me dije mientras el aeropuerto de Heathrow se encogía en el espejo retrovisor, y una verdadera estupidez, el arraigado hábito de un publicista , que no saborea el caramelo sino el envoltorio. Pero eran pensamientos difíciles de alejar. Conduje el Jensen al carril lento de la M4 y empecé a leer las señales que daban la bienvenida a la periferia residencial más alejada de Londres. Ashford, Staines, Hillingdon: destinos imposibles que sólo figuraban en los mapas mentales de directores de márketing desespesperados. Más allá de Heathrow se extendían los imperios del consumismo y el misterio que me obsesionó hasta el día que salí de mi agencia por última vez. ¿Cómo despertar un pueblo aletargado que tenía de todo, que había comprado los sueños que el dinero puede comprar y que, sabía, había pagado un precio de ganga?
Se encendió el indicador de giro a la izquierda, una molesta flecha que estaba seguro de no haber activado. Pero cien metros más adelante apareció una vía de salida que, de algún modo, yo ya sabía que estaba esperando. Reduje la velocidad y salí de la aupotista, entrando en un cauce de orillas verdes que se torcía pasando por delante de un letrero que me instaba a visitar un nuevo parque empresarial y centro de congresos. Frené de golpe, con la intención de volver marcha atrás hasta la autopista y entonces me di por vencido. Que siempre decida el camino...
Como muchos londinenses, sentía un vago desasosiego cada vez que salía del centro de la ciudad y me acercaba a las lejanías del estrarradio. Pero de hecho había pasado toda la carrera de publicista cortejando con entusiasmo la periferia. Lejos de la nerviosa y cerebralmente exigente metrópoli, el cinturón de pueblos que dormitaban apoyados en el arcén protector de la M25 eran prácticamente un invento de la industria publicitaria; al menos eso era lo que nos gustaba creer a los ejecutivos de cuentas como yo. Estábamos dispuestos a creer, hasta el último suspiro, que lo que definía a los barrios residenciales eran los productos que les vendíamos, las marcas y los logos que distinguían su vida.
Pero de alguna manera se nos resistían, volviéndose cada vez más elegantes y seguros, el verdadero centro de la nación, guardando con nosotros cierta distancia. Al mirar el plácido océano de techos de ladrillos, los agradables parques y patios de escuela, sentí una punzada de rencor, el mismo dolor que recordaba de aquella vez en la que mi mujer me besó con cariño, me saludó tímidamente con la mano desde la puerta de nuestro apartamento en Chelsea y se marchó para siempre. El afecto podía presentarse en los momentos más crueles.
Pero tenía una razón especial para sentirme inquieto: sólo unas semanas antes esos amables barrios periféricos se habían levantado y gruñido, antes de atacar y matar a mi padre.
sábado, 17 de septiembre de 2011
jueves, 15 de septiembre de 2011
Comienzos
Hoy, en está isla, ha ocurrido un milagro: el verano se adelantó. Puse la cama cerca de la pileta de natación y estuve bañándome, hasta muy tarde. Era imposible dormir. Dos o tres minutos afuera bastaban para convertir en sudor el agua que debía protegerme de la espantosa calma. A la madrugada me despertó el fonógrafo. No pude volver al museo, a buscar las cosas. Hui por las barrancas. Estoy en los bajos del sur, entre plantas acuáticas, indignado por los mosquitos, con el mar o sucios arroyos hasta la cintura, viendo que anticipé absurdamente mi huida. Creo que está gente no vino a buscarme; tal vez no me hayan visto. Pero sigo mi destino; estoy desprovisto de todo, confinado al lugar más escaso, menos habitable de la isla; a pantanos que el mar suprime una vez por semana.
La invención de Morel.
Adolfo Bioy Casares
La invención de Morel.
Adolfo Bioy Casares
lunes, 12 de septiembre de 2011
Pobreza
Robert Walser
Uno es pobre cuando va a la escuela con un saco harapiento. ¿Quién podría desmentirlo? En nuestra clase tenemos a varios niños pobres. Llevan ropas deshechas, tienen frío en las manos, caras poco bonitas, sucias, y costumbres poco limpias. El maestro los trata con más rudeza que a nosotros y tiene razón. Un maestro sabe lo que hace. Yo no quiero ser pobre, me moriría de vergüenza. ¿Por qué la pobreza es una deshonra semejante? No lo sé. Mis padres son pudientes. Papá tiene coche y caballos. Si fuera pobre no podría tenerlos. Veo a menudo en la calle mujeres pobres y andrajosas, y me dan pena. Los hombres pobres, por el contrario, me despiertan una cierta indignación. Pobreza y suciedad le quedan mal a los hombres, y no siento ninguna compasión por un hombre pobre. Por las mujeres pobres tengo una especie de preferencia. Pueden pedir con tanta belleza una limosna. Los hombres que mendigan son feos y bochornosos, y por ende excecrables. No hay nada más espantoso que mendigar. Todo modo de mendicidad evidencia un carácter poco consistente, falto de orgulllo, e inclusive de poca confianza. Preferiría morir al instante a abrir la boca para un ruego indecoroso. Hay un ruego que es por sobre todo bello y altivo: disculparse con alguien al que se ama y se ha ofendido. Por ejemplo: la madre. Responsabilizarse de su error y enmendarlo con una actitud humilde no es despreciable ni mucho menos, sino necesario. Mendigar pan o ayuda está mal. ¿Por qué tiene que existir gente pobre, que no tiene nada que comer? Me parece indigno de una persona pedirle a su prójimo alimento o vestimenta. Tener que sufrir miseria es a la par horroroso y despreciable. El maestro se sonríe de mis composiciones y cuando lea ésta se sonreirá el doble. Qué cosa! ¿Ser pobre? ¿Quiere decir no tener ningún bien? Sí, y los bienes son necesarios para la vida, como respirar para saltar. Quien queda sin aliento cae en la calle y hay que socorrerlo! Ojalá nunca tengan que socorrerme! He leído en los libros que la pobreza tiene un bien, hace caritativa la mente de los ricos. Pero yo digo, pues tengo también mi propia voz: sólo la hace dura y cruel. Pues la conciencia, en el corazón de los ricos, de ver sufrir a otras personas y saber que tiene el poder de mejorar su situación, los hace arrogantes. Mi padre es dulce y de buen corazón, justo y alegre, pero con la gente pobre es duro y áspero, y todo menos caritativo. Les grita, y se nota que lo enojan y fastidian. Habla de ellos con asco y con una mezcla de odio. No, la pobreza no trae consigo nada bueno. La pobreza hace a la mayoría de las personas sombría y descortés. Por esa razón no quiero a los muchachos pobres de nuestra clase, porque siento que miran con envidia mi linda ropa y con regocijada malicia mis fracasos en el aula. Nunca podrán llegar a ser mis amigos. No siento nada por ellos, porque me dan lástima. No los aprecio, porque me miran con hostilidad sin causa alguna. Y si tiene una causa...lamentablemente ya terminíó la clase.
Las composiciones de Fritz Kocher
Uno es pobre cuando va a la escuela con un saco harapiento. ¿Quién podría desmentirlo? En nuestra clase tenemos a varios niños pobres. Llevan ropas deshechas, tienen frío en las manos, caras poco bonitas, sucias, y costumbres poco limpias. El maestro los trata con más rudeza que a nosotros y tiene razón. Un maestro sabe lo que hace. Yo no quiero ser pobre, me moriría de vergüenza. ¿Por qué la pobreza es una deshonra semejante? No lo sé. Mis padres son pudientes. Papá tiene coche y caballos. Si fuera pobre no podría tenerlos. Veo a menudo en la calle mujeres pobres y andrajosas, y me dan pena. Los hombres pobres, por el contrario, me despiertan una cierta indignación. Pobreza y suciedad le quedan mal a los hombres, y no siento ninguna compasión por un hombre pobre. Por las mujeres pobres tengo una especie de preferencia. Pueden pedir con tanta belleza una limosna. Los hombres que mendigan son feos y bochornosos, y por ende excecrables. No hay nada más espantoso que mendigar. Todo modo de mendicidad evidencia un carácter poco consistente, falto de orgulllo, e inclusive de poca confianza. Preferiría morir al instante a abrir la boca para un ruego indecoroso. Hay un ruego que es por sobre todo bello y altivo: disculparse con alguien al que se ama y se ha ofendido. Por ejemplo: la madre. Responsabilizarse de su error y enmendarlo con una actitud humilde no es despreciable ni mucho menos, sino necesario. Mendigar pan o ayuda está mal. ¿Por qué tiene que existir gente pobre, que no tiene nada que comer? Me parece indigno de una persona pedirle a su prójimo alimento o vestimenta. Tener que sufrir miseria es a la par horroroso y despreciable. El maestro se sonríe de mis composiciones y cuando lea ésta se sonreirá el doble. Qué cosa! ¿Ser pobre? ¿Quiere decir no tener ningún bien? Sí, y los bienes son necesarios para la vida, como respirar para saltar. Quien queda sin aliento cae en la calle y hay que socorrerlo! Ojalá nunca tengan que socorrerme! He leído en los libros que la pobreza tiene un bien, hace caritativa la mente de los ricos. Pero yo digo, pues tengo también mi propia voz: sólo la hace dura y cruel. Pues la conciencia, en el corazón de los ricos, de ver sufrir a otras personas y saber que tiene el poder de mejorar su situación, los hace arrogantes. Mi padre es dulce y de buen corazón, justo y alegre, pero con la gente pobre es duro y áspero, y todo menos caritativo. Les grita, y se nota que lo enojan y fastidian. Habla de ellos con asco y con una mezcla de odio. No, la pobreza no trae consigo nada bueno. La pobreza hace a la mayoría de las personas sombría y descortés. Por esa razón no quiero a los muchachos pobres de nuestra clase, porque siento que miran con envidia mi linda ropa y con regocijada malicia mis fracasos en el aula. Nunca podrán llegar a ser mis amigos. No siento nada por ellos, porque me dan lástima. No los aprecio, porque me miran con hostilidad sin causa alguna. Y si tiene una causa...lamentablemente ya terminíó la clase.
Las composiciones de Fritz Kocher
sábado, 10 de septiembre de 2011
Literatura y ciudad (5)
La muerte y la brújula
Jorge Luis Borges
El tercer crimen ocurrió la noche del tres de febrero. Poco antes de la una, el teléfono resonó en la oficina del comisario Treviranus. Con ávido sigilo, habló un hombre de voz gutural; dijo que se llamaba Ginzberg (o Ginsburg) y que estaba dispuesto a comunicar, por una remuneración razonable, los hechos de los dos sacrificios de Azevedo y Yarmolinsky. Una discordia de silbidos y de cornetas ahogó la voz del delator. Después, la comunicación se cortó. Sin rechazar aún la posibilidad de una broma (al fin, estaban en carnaval) Trevinarus indagó que le habían hablado desde Liverpool House, taberna de la Rue de Toulon- esa calle salobre en la que conviven el cosmorama y la lechería, el burdel y los vendedores de biblias.
(...) Al sur de la ciudad de mi cuento fluye un ciego riachuelo de aguas borrosas, infamado de curtiembre y de basuras. Del otro lado hay un suburbio fabril donde, al amparo de un caudillo barcelonés, medran los pistoleros.
Jorge Luis Borges
El tercer crimen ocurrió la noche del tres de febrero. Poco antes de la una, el teléfono resonó en la oficina del comisario Treviranus. Con ávido sigilo, habló un hombre de voz gutural; dijo que se llamaba Ginzberg (o Ginsburg) y que estaba dispuesto a comunicar, por una remuneración razonable, los hechos de los dos sacrificios de Azevedo y Yarmolinsky. Una discordia de silbidos y de cornetas ahogó la voz del delator. Después, la comunicación se cortó. Sin rechazar aún la posibilidad de una broma (al fin, estaban en carnaval) Trevinarus indagó que le habían hablado desde Liverpool House, taberna de la Rue de Toulon- esa calle salobre en la que conviven el cosmorama y la lechería, el burdel y los vendedores de biblias.
(...) Al sur de la ciudad de mi cuento fluye un ciego riachuelo de aguas borrosas, infamado de curtiembre y de basuras. Del otro lado hay un suburbio fabril donde, al amparo de un caudillo barcelonés, medran los pistoleros.
miércoles, 7 de septiembre de 2011
A desalambrar...
¿Qué me perdí? ¿El gobierno realizó la reforma agraria? ¿El campo que el lunes escuchaba embelesado a la presidenta es el mismo que en julio de 2008 dirigía una conspiración "destituyente"? ¿La oligarquía de entonces mutó en inocentes chacareros de la arcadia peronista?
martes, 6 de septiembre de 2011
Comienzos
Era una de esas noches calientes y pegajosas en las que Manhattan muestra su edad. Había algo siniestro y estancado en aquel calor dulzón que rehusaba moverse. Era todo menos una noche para trabajar, y Vanning se puso de pie y se apartó de la inclinada mesa de dibujo. Rozó una gran caja de metal con acuarelas, y oyó el ruido cuando la caja cayó al suelo. Esto arreglaba las cosas. Esto terminaba con cualquier tentación que hubiera podido tener de terminar esa noche la tarea.
El calor entró al cuarto y agobió a Vanning. Este encendió un cigarrillo. Se dijo que ya era hora de tomar otro trago. Fue hacia la ventana para alejar la idea del alcohol, se dijo. El calor era más fuerte que el alcohol.
Permaneció allí en la ventana, mirando Greenwich Village, viendo las luces, oyendo el ruido de las calles. Deseaba ser parte del ruido. Quería recibir algunas de sus luces, quería meterse en esa actividad, fuera lo que fuere. Quería hablar con alguien. Quería salir.
Tenía miedo de salir.
Y lo comprendió. Y la comprensión trajo más miedo. Se frotó los ojos con las manos y se preguntó por qué esta noche era algo tan difícil. Y bruscamente se dijo a sí mismo que algo iba a suceder esta noche.
Era más que una premonición. Había considerables motivos para intuir la cosa. No tenía nada que ver con la noche. Era un proceso de volver hacia atrás, y con los ojos cerrados pudo ver una sucesión de escenas que lo hicieron estremecer sin moverse, tragar duro, sin tragar nada.
Al caer la noche.
Davis Goodis
El calor entró al cuarto y agobió a Vanning. Este encendió un cigarrillo. Se dijo que ya era hora de tomar otro trago. Fue hacia la ventana para alejar la idea del alcohol, se dijo. El calor era más fuerte que el alcohol.
Permaneció allí en la ventana, mirando Greenwich Village, viendo las luces, oyendo el ruido de las calles. Deseaba ser parte del ruido. Quería recibir algunas de sus luces, quería meterse en esa actividad, fuera lo que fuere. Quería hablar con alguien. Quería salir.
Tenía miedo de salir.
Y lo comprendió. Y la comprensión trajo más miedo. Se frotó los ojos con las manos y se preguntó por qué esta noche era algo tan difícil. Y bruscamente se dijo a sí mismo que algo iba a suceder esta noche.
Era más que una premonición. Había considerables motivos para intuir la cosa. No tenía nada que ver con la noche. Era un proceso de volver hacia atrás, y con los ojos cerrados pudo ver una sucesión de escenas que lo hicieron estremecer sin moverse, tragar duro, sin tragar nada.
Al caer la noche.
Davis Goodis
sábado, 3 de septiembre de 2011
jueves, 1 de septiembre de 2011
Literatura y ciudad (4)
La ciudad ausente
Ricado Piglia
Estaban en la cortada Carabelas, atrás del enorme edificio de hormigón del Mercado del Plata. Durante la guerra lo habían usado de cuartel y las fotos de Perón se descascaraban en las paredes. Un mundo de refugiados y de vagabundos proliferaba por las galerías. Los gendarmes no se arriesgaban hasta ahí, pero el lugar estada infestado de agentes del gobierno. Tenía la sensación de estar extraviada, de haber perdido el sentido de la realidad.
-Usted ha perdido el sentido de la realidad- le dijo Arana, como si le leyera el pensamiento. Quizás estaba pensando en voz alta.
-Este es un sitio libre de recuerdos-dijo ella-. Todos fingen y son otros. Los espías están adiestrados para negar su identidad y usar una memoria ajena.
Pensó en Grete, que se había convertido en una inglesa refugiada que vendía fotos en un local del segundo subsuelo. Había sido infiltrada y sepultó su pasado y adoptó una historia ficticia. Nunca más pudo volver a recordar quién había sido. A veces amaba en sueños a un hombre que no conocía. Su identidad verdadera se había convertido en un material inconsciente, episodios en la vida de una mujer olvidada. Era la mejor fotógrafa del Museo; miraba erl mundo con ojos que no eran de ella y está lejanía salía en las fotos. Tenían que encontrarla, ella podía llevarlos a Reyes. El Tano quiso saber quién era Reyes.
-Es un ex profesor de literatura inglesa que trafica con metadona-le explicó Elena-. Dirige los sanatorios clandestinos y los refugios de desintoxicación.
Grete creía haber sido su mujer en otros tiempos, una chica inglesa de Lomas de Zamora que se había enamorado del joven profesor que dictaba un curso sobre E. M. Forster y Virginia Woolf. Esta historia justificaba su coartada, era una mujer desilusionada que amaba en secreto a un hombre del que quería vengarse. Tenían que encontrarla. El subsuelo del Mercado del Plata se comunicaba con las calles que cruzaban por abajo de la 9 de Julio y con los pasillos del subte de la estación Carlos Pellegrini, donde confluían todas las líneas de la ciudad. Ese era un punto de fuga, ahí se nucleaban los refugiados y los rebeldes, los hippies, los gauchos, los espías, todos los ex, los contrabandistas, los anarcos. Para llegar al edificio tenían que atravesar una playa de estacionamiento abandonada, una tierra de nadie entre los refugios y la ciudad.
Ricado Piglia
Estaban en la cortada Carabelas, atrás del enorme edificio de hormigón del Mercado del Plata. Durante la guerra lo habían usado de cuartel y las fotos de Perón se descascaraban en las paredes. Un mundo de refugiados y de vagabundos proliferaba por las galerías. Los gendarmes no se arriesgaban hasta ahí, pero el lugar estada infestado de agentes del gobierno. Tenía la sensación de estar extraviada, de haber perdido el sentido de la realidad.
-Usted ha perdido el sentido de la realidad- le dijo Arana, como si le leyera el pensamiento. Quizás estaba pensando en voz alta.
-Este es un sitio libre de recuerdos-dijo ella-. Todos fingen y son otros. Los espías están adiestrados para negar su identidad y usar una memoria ajena.
Pensó en Grete, que se había convertido en una inglesa refugiada que vendía fotos en un local del segundo subsuelo. Había sido infiltrada y sepultó su pasado y adoptó una historia ficticia. Nunca más pudo volver a recordar quién había sido. A veces amaba en sueños a un hombre que no conocía. Su identidad verdadera se había convertido en un material inconsciente, episodios en la vida de una mujer olvidada. Era la mejor fotógrafa del Museo; miraba erl mundo con ojos que no eran de ella y está lejanía salía en las fotos. Tenían que encontrarla, ella podía llevarlos a Reyes. El Tano quiso saber quién era Reyes.
-Es un ex profesor de literatura inglesa que trafica con metadona-le explicó Elena-. Dirige los sanatorios clandestinos y los refugios de desintoxicación.
Grete creía haber sido su mujer en otros tiempos, una chica inglesa de Lomas de Zamora que se había enamorado del joven profesor que dictaba un curso sobre E. M. Forster y Virginia Woolf. Esta historia justificaba su coartada, era una mujer desilusionada que amaba en secreto a un hombre del que quería vengarse. Tenían que encontrarla. El subsuelo del Mercado del Plata se comunicaba con las calles que cruzaban por abajo de la 9 de Julio y con los pasillos del subte de la estación Carlos Pellegrini, donde confluían todas las líneas de la ciudad. Ese era un punto de fuga, ahí se nucleaban los refugiados y los rebeldes, los hippies, los gauchos, los espías, todos los ex, los contrabandistas, los anarcos. Para llegar al edificio tenían que atravesar una playa de estacionamiento abandonada, una tierra de nadie entre los refugios y la ciudad.
domingo, 28 de agosto de 2011
Comienzos
Este cuento de Hawthorne pertenece a la segunda serie de Twice-Told Tales, publicada en Boston en 1842. Fuera de un parsimonioso elogio de Poe y de alguna ocasional interpretación de índole biográfica- Wakefield sería un símbolo de Wawthorne-, la crítica parece haber ignorado esta composición admirable. Hawthorne, en otras páginas, se apoya en un pasado romántico; en éstas, la materia es contemporánea y el interés procede de la singular psicología del protagonista. Wakefield, como fantasía de la conducta, como estudio patético de las posibilidades humanas, anticipa el Bartleby (1856) de Herman Melville y las invenciones de Kafka.
Jorge Luis Borges.
El alguna revista o diario viejo recuerdo haber leído la presunta historia de un hombre-llamémosle Wakefield-que se ausentó durante mucho tiempo de su hogar. Presentado de una manera abstracta, este acto no es extraordinario, y a menos que hagamos una conveniente distinción de circunstancias, tampoco merece condenarse por perverso o insensato. Sin embargo, es el ejemplo más raro que conozco en los anales de la delincuencia conyugal y por añadidura el capricho más notable que pueda hallarse en toda de la escala de las extravagancias humanas. La pareja vivía en Londres. El marido, con el pretexto de hacer un viaje, alquiló unos cuartos a la vuelta de su casa y allí, ignorado por su mujer y sus amigos, sin que nada motivara su voluntario destierro, habitó por más de veinte años. Durante ese período observó diariamente su casa y, a menudo, a la desvalida Mrs. Wakefield. Y después de abrir tan larga brecha en su felicidad conyugal, cuando su muerte se daba por cierta, su sucesión estaba terminada, su nombre borrado de todo recuerdo y cuando su mujer se había resignado desde hacía mucho, mucho tiempo a la viudez, una tarde entró apaciblemente en su casa, como después de un día de ausencia, y volvió a ser un tierno esposo hasta la muerte.
Wakefield.
Nathaniel Hawthorne.
Sur, abril 1949
Jorge Luis Borges.
El alguna revista o diario viejo recuerdo haber leído la presunta historia de un hombre-llamémosle Wakefield-que se ausentó durante mucho tiempo de su hogar. Presentado de una manera abstracta, este acto no es extraordinario, y a menos que hagamos una conveniente distinción de circunstancias, tampoco merece condenarse por perverso o insensato. Sin embargo, es el ejemplo más raro que conozco en los anales de la delincuencia conyugal y por añadidura el capricho más notable que pueda hallarse en toda de la escala de las extravagancias humanas. La pareja vivía en Londres. El marido, con el pretexto de hacer un viaje, alquiló unos cuartos a la vuelta de su casa y allí, ignorado por su mujer y sus amigos, sin que nada motivara su voluntario destierro, habitó por más de veinte años. Durante ese período observó diariamente su casa y, a menudo, a la desvalida Mrs. Wakefield. Y después de abrir tan larga brecha en su felicidad conyugal, cuando su muerte se daba por cierta, su sucesión estaba terminada, su nombre borrado de todo recuerdo y cuando su mujer se había resignado desde hacía mucho, mucho tiempo a la viudez, una tarde entró apaciblemente en su casa, como después de un día de ausencia, y volvió a ser un tierno esposo hasta la muerte.
Wakefield.
Nathaniel Hawthorne.
Sur, abril 1949
jueves, 25 de agosto de 2011
Literatura y ciudad (3)
Las Islas.
Carlos Gamerro.
(...) Como una ciudad de cuento oriental , una nueva Buenos Aires, torneada y minuciosa como esas esculturas chinas en un colmillo de elefante, se erigía en un halo de luz en la otra punta de la enorme habitación. En la maqueta, las construcciones de la nueva ciudad irradiaban desde las torres de Tamerlán hacia los cuatro puntos cardinales una capa de jardines pulcros como canchas de golf, de las cuales emergían aquí y allá, como corteses obstáculos del juego, los diversos grupos de edificios: hacia los restos de la vieja city la nueva zona financiera y empresaria, de construcciones diáfanas y etéreas cobijando cascadas, estanquecitos y arboledas tropicales bajo las cúpulas de vidrio, continuándose hacia el norte en centros de convenciones, exclusivas barracas artificiales sobre el río para las embajadas y finalmente barrios privados de calles sinuosas con barreras y casetas de vigilancia (hasta podían distinguirse adentro, para la tranquilidad subliminal de potenciales compradores, los fieros doberman y los guardias con escopeta). El sur contenía lo que podría llamarse el área pública: cuatro shoppings de jardines colgantes concectados entre sí por rampas áereas, desafiando a las familias a agotarlos en un solo fin de semana; cines, museos, anfiteatros y paseos públicos, un mundo marino y un parque de diversiones para reemplazar al recientemente desaparecido Italpark. La marina, por último, ocupando el espacio entre la cadena de diques y la costa, incluía una cancha de polo y una de golf, muelles erizados de veleros blancos a los que se accedía directamente desde las oficinas , lagos artificiales y playas de arenas blancas. No había que mirar demasiado para darse cuenta adónde iría a parar la reserva ecológica, sus pantanos llenos de víboras y sapos convertidos en jardines principescos por el beso del señor de la comarca. Cuyo reflejó me encontré, hierático como un emperador bizantino, en el mosaico de espejos de las dos torres, que refulgían clavadas en el centro de la maqueta como los estandartes de un conquistador recién arribado a estas costas a fundar otra vez la ciudad.
- Usted no tiene idea de lo que está sucediendo-aseguró, alzando los brazos para parecer más alto-. Las topadoras lo están preparando. La tercera fundación de Buenos Aires. La Ciudad del Tercer Milenio(...)
Carlos Gamerro.
(...) Como una ciudad de cuento oriental , una nueva Buenos Aires, torneada y minuciosa como esas esculturas chinas en un colmillo de elefante, se erigía en un halo de luz en la otra punta de la enorme habitación. En la maqueta, las construcciones de la nueva ciudad irradiaban desde las torres de Tamerlán hacia los cuatro puntos cardinales una capa de jardines pulcros como canchas de golf, de las cuales emergían aquí y allá, como corteses obstáculos del juego, los diversos grupos de edificios: hacia los restos de la vieja city la nueva zona financiera y empresaria, de construcciones diáfanas y etéreas cobijando cascadas, estanquecitos y arboledas tropicales bajo las cúpulas de vidrio, continuándose hacia el norte en centros de convenciones, exclusivas barracas artificiales sobre el río para las embajadas y finalmente barrios privados de calles sinuosas con barreras y casetas de vigilancia (hasta podían distinguirse adentro, para la tranquilidad subliminal de potenciales compradores, los fieros doberman y los guardias con escopeta). El sur contenía lo que podría llamarse el área pública: cuatro shoppings de jardines colgantes concectados entre sí por rampas áereas, desafiando a las familias a agotarlos en un solo fin de semana; cines, museos, anfiteatros y paseos públicos, un mundo marino y un parque de diversiones para reemplazar al recientemente desaparecido Italpark. La marina, por último, ocupando el espacio entre la cadena de diques y la costa, incluía una cancha de polo y una de golf, muelles erizados de veleros blancos a los que se accedía directamente desde las oficinas , lagos artificiales y playas de arenas blancas. No había que mirar demasiado para darse cuenta adónde iría a parar la reserva ecológica, sus pantanos llenos de víboras y sapos convertidos en jardines principescos por el beso del señor de la comarca. Cuyo reflejó me encontré, hierático como un emperador bizantino, en el mosaico de espejos de las dos torres, que refulgían clavadas en el centro de la maqueta como los estandartes de un conquistador recién arribado a estas costas a fundar otra vez la ciudad.
- Usted no tiene idea de lo que está sucediendo-aseguró, alzando los brazos para parecer más alto-. Las topadoras lo están preparando. La tercera fundación de Buenos Aires. La Ciudad del Tercer Milenio(...)
lunes, 22 de agosto de 2011
Capitalismo, identidad y sociedad
Entrevista a Giacomo Marramao
Por Fabián Bosoer para Clarín
Este prestigioso filósofo italiano recuerda sus charlas con Juan Carlos Portantiero sobre peronismo y populismo -”un oxímoron, decía, o centauro con cuerpo de izquierda y cabeza de derecha”- y se lamenta tanto por la ausencia de su amigo, el fallecido sociólogo argentino, como por las derivas de los populismos actuales, a los que define como “una deconstrucción despolitizante del concepto de pueblo, transformado en audiencia espectadora”, en la que la política aparece como mero espectáculo. Y allí coloca, claro, a Berlusconi como ejemplo. Cree que vivimos un tiempo de “pasiones tristes” y una profunda crisis de identidad que golpea sobre todo a las sociedades occidentales europeas. Pero no es nostálgico ni pesimista; apuesta por formas cosmopolitas y transnacionales de democracia y explica por qué, de pronto, Freud puede darnos más herramientas que Marx, Adam Smith o Samuel Huntington para entender lo que está ocurriendo.
Giacomo Marramao es profesor de filosofía política de la Universidad de Roma, director de la Fondazione Lelio Basso y miembro del Colegio Internacional de Filosofía de París. Entre sus libros figuran Pasaje a Occidente. Filosofía y globalización (Katz), Kairós. Apología del tiempo oportuno (Gedisa) y la más reciente, La pasión del presente, de la misma editorial, que presentó en Buenos Aires. Participó del X Congreso Nacional de Ciencia Política realizado en Córdoba, invitado por la ONG Democracia Global.
La reciente matanza de Oslo fue uno de los hechos más disruptivos y difíciles de entender de los últimos tiempos: le pido una reflexión como filósofo.
Creo que debemos buscar sus raíces en la peor pandemia que sufrimos actualmente, que es el conflicto identitario; es decir, las reacciones identitarias a los efectos de la globalización. No me refiero solamente a los efectos económicos y sociales, sino a los efectos culturales. La compresión del espacio y del tiempo que está produciendo la globalización provoca una reacción de las identidades, que se entienden como amenazadas por este proceso, que tienen miedo de lo que viven como “contaminación” o invasión.
¿Puede explicar esto la conducta del fanático neonazi que perpetró esa masacre? La nueva derecha racista europea no es otra cosa que la manifestación más patológica de esta reacción identitaria. Si podemos utilizar un equivalente conceptual tomado de las ciencias biológicas podríamos decir que cada fenómeno de sinergia determina una reacción alérgica. Este joven racista de Noruega tuvo una reacción alérgica a la sinergia global de las culturas. Siempre los cambios históricos más relevantes son determinados por fenómenos migratorios. En el pensamiento racista hay una remoción -en el sentido psicoanalítico-, que se basa fundamentalmente en una represión de este acontecimiento.
¿”Remoción” se entiende aquí como negación de esa realidad? Para Freud, la remoción actúa como una obliteración, un ocultamiento, un vacío simbólico. Es el creer que el Otro, los otros, representan una amenaza para mi identidad, personal o colectiva: los finlandeses “verdaderos” o “los verdaderos noruegos”, o “los verdaderos alemanes”, o “los verdaderos italianos del Norte”, etc., etc. No es una reacción “irracional”, que pueda discutirse racionalmente: se trata, en realidad, de una operación psicótica. Los argumentos del joven autor de esta masacre en Noruega no eran irracionales sino palabras encerradas en una lógica autorreferencial. Una lógica perfecta, pero una lógica como la de los nazis. La autorreferencia, la pura, incontaminada relación consigo misma es un planteamiento que dice: “los otros son incompatibles conmigo”. Esa diferenciación radical entre Nosotros y los otros.
¿Estaríamos entonces frente a una patología social antes que frente a un problema político-cultural? La obsesión identitaria puede llegar a enloquecer a nuestras sociedades, que oscilan actualmente entre la neurosis y la psicosis. La situación de las metrópolis occidentales es una en la que debemos contemplar la posibilidad de gobernar un coeficiente social de neurosis que sea tolerable. No es posible una liberación total de la neurosis porque ésta es el fenómeno concomitante, que está siempre junto a un cambio histórico y cultural. Es inevitable que mi espacio de vida -vecindario, lugar de trabajo, ciudad, país- sea un espacio desestabilizado por los otros, y que esto produzca un efecto de neurosis generalizada. Esto no es necesariamente algo malo. Es malo sólo cuando no hay un gobierno, en el sentido social y político, conciente de esta realidad de transformaciones.
¿Podemos relacionar, en este mismo registro, lo ocurrido en Oslo con esta especie de Bin Laden noruego con el atentado del 11-S de hace 10 años contra las Torres Gemelas? También entonces había un “Nosotros vs. los Otros”.
Es interesante. En el atentado a las Twin Towers era la primera vez que el corazón de Occidente era atacado por el Otro; el Otro islámico, en el sentido clásico geopolítico del “clash of civilizations”, el choque de las culturas. Pero tardamos en reconocer que ese Otro estaba en realidad en el interior de nosotros mismos, en el interior de nuestras sociedades. La presencia del Otro es un acontecimiento que está en la propia constitución del sujeto occidental. No solamente desde la globalización sino a partir de la modernidad misma. La confrontación con el Otro es constitutiva de lo moderno.
Es difícil entender que nos enfrentamos a un enemigo que nosotros mismos hemos creado ...
La interpretación norteamericana de la modernidad global fue una interpretación geopolítica identitaria. Tuvo una debacle, un derrumbe con el atentado contra las Twin Towers. Ahora entendemos más claramente que tenemos a ese Otro que nos amenaza en el interior de lo que ha sido lo que entendimos como “civilización occidental” y eso es lo que aparece en Oslo a través de una reacción como la que estamos analizando: nadie puede negar que eso salió del propio seno de la sociedad noruega. Lo que quiero decir es que la globalización produce un efecto de ocultamiento de la identidad. Esa identidad removida (reprimida) en el sentido de Freud, retorna como identidad reificada. Es la paradoja del Orientalismo que planteó Edward Said, el gran escritor palestino. Si los occidentales niegan que haya un problema de identidad como identidad diferente, autónoma y no subalterna, de los otros, los otros producen una reacción en el sentido de una retorsión de su propia identidad, pero no como identidad problemática y plural sino como identidad fetichizada y deificada: “Nosotros somos orientales” o “nosotros somos islámicos y reivindicamos nuestra alteridad”.
¿Es esta misma crisis de identidad la que agita el descontento que se expresa en las calles de las ciudades europeas? Lo que vemos tiene una misma raíz; y es que la globalización del capital global, contrariamente a lo que pensaban en una paradójica convergencia los liberales y los marxistas del siglo XX, no produce sociedad. El capital global ganó, pero a un precio terrible. Y tiene la necesidad de ser compatible con formas y contextos socioculturales diferenciados. El capital global tiene una victoria como forma -el mercado global-, pero la sociedad capital comunista de Estado china no es la misma que la sociedad capitalista competitiva e individualista norteamericana. O la sociedad capitalista de la India, de Europa, de Brasil o Argentina. Es decir, las sociedades son diferentes y no son variables dependientes del dominio o la hegemonía del capital global. Porque, insisto, el mercado capitalista global no produce sociedad, no tiene una potencia simbólica. Contrariamente a lo que pensaba Marx, las relaciones de producción no determinan de manera automática las relaciones sociales: éstas son mediadas por las formas simbólicas de las culturas.
¿Los Estados nacionales han dejado de contener esas formas simbólicas a las que alude? Esa es la cuestión. Vivimos tiempos pos-hobbesianos, más allá de la perspectiva del Leviatán, del Estado nacional. Lo que lleva a que las soluciones deban ser planteadas en el sentido de una política pos, o supra, o transnacional.
Suena algo utópico ...
Al contrario, es una perspectiva realista, radicada en la dinámica histórica profunda: la forma auténticamente democrática del gobierno del conflicto es la que en el espacio del gran Mediterráneo latino hemos desarrollado con la idea de civitas (ciudad); un espacio del derecho y de la política que tiene la potencialidad de implicar en sí mismo una pluralidad de diferencias, naciones, gentes, confesiones religiosas. Pero para lograrlo es preciso atenerse a un doble imperativo: reencantar la política y desmitificar la identidad.
Por Fabián Bosoer para Clarín
Este prestigioso filósofo italiano recuerda sus charlas con Juan Carlos Portantiero sobre peronismo y populismo -”un oxímoron, decía, o centauro con cuerpo de izquierda y cabeza de derecha”- y se lamenta tanto por la ausencia de su amigo, el fallecido sociólogo argentino, como por las derivas de los populismos actuales, a los que define como “una deconstrucción despolitizante del concepto de pueblo, transformado en audiencia espectadora”, en la que la política aparece como mero espectáculo. Y allí coloca, claro, a Berlusconi como ejemplo. Cree que vivimos un tiempo de “pasiones tristes” y una profunda crisis de identidad que golpea sobre todo a las sociedades occidentales europeas. Pero no es nostálgico ni pesimista; apuesta por formas cosmopolitas y transnacionales de democracia y explica por qué, de pronto, Freud puede darnos más herramientas que Marx, Adam Smith o Samuel Huntington para entender lo que está ocurriendo.
Giacomo Marramao es profesor de filosofía política de la Universidad de Roma, director de la Fondazione Lelio Basso y miembro del Colegio Internacional de Filosofía de París. Entre sus libros figuran Pasaje a Occidente. Filosofía y globalización (Katz), Kairós. Apología del tiempo oportuno (Gedisa) y la más reciente, La pasión del presente, de la misma editorial, que presentó en Buenos Aires. Participó del X Congreso Nacional de Ciencia Política realizado en Córdoba, invitado por la ONG Democracia Global.
La reciente matanza de Oslo fue uno de los hechos más disruptivos y difíciles de entender de los últimos tiempos: le pido una reflexión como filósofo.
Creo que debemos buscar sus raíces en la peor pandemia que sufrimos actualmente, que es el conflicto identitario; es decir, las reacciones identitarias a los efectos de la globalización. No me refiero solamente a los efectos económicos y sociales, sino a los efectos culturales. La compresión del espacio y del tiempo que está produciendo la globalización provoca una reacción de las identidades, que se entienden como amenazadas por este proceso, que tienen miedo de lo que viven como “contaminación” o invasión.
¿Puede explicar esto la conducta del fanático neonazi que perpetró esa masacre? La nueva derecha racista europea no es otra cosa que la manifestación más patológica de esta reacción identitaria. Si podemos utilizar un equivalente conceptual tomado de las ciencias biológicas podríamos decir que cada fenómeno de sinergia determina una reacción alérgica. Este joven racista de Noruega tuvo una reacción alérgica a la sinergia global de las culturas. Siempre los cambios históricos más relevantes son determinados por fenómenos migratorios. En el pensamiento racista hay una remoción -en el sentido psicoanalítico-, que se basa fundamentalmente en una represión de este acontecimiento.
¿”Remoción” se entiende aquí como negación de esa realidad? Para Freud, la remoción actúa como una obliteración, un ocultamiento, un vacío simbólico. Es el creer que el Otro, los otros, representan una amenaza para mi identidad, personal o colectiva: los finlandeses “verdaderos” o “los verdaderos noruegos”, o “los verdaderos alemanes”, o “los verdaderos italianos del Norte”, etc., etc. No es una reacción “irracional”, que pueda discutirse racionalmente: se trata, en realidad, de una operación psicótica. Los argumentos del joven autor de esta masacre en Noruega no eran irracionales sino palabras encerradas en una lógica autorreferencial. Una lógica perfecta, pero una lógica como la de los nazis. La autorreferencia, la pura, incontaminada relación consigo misma es un planteamiento que dice: “los otros son incompatibles conmigo”. Esa diferenciación radical entre Nosotros y los otros.
¿Estaríamos entonces frente a una patología social antes que frente a un problema político-cultural? La obsesión identitaria puede llegar a enloquecer a nuestras sociedades, que oscilan actualmente entre la neurosis y la psicosis. La situación de las metrópolis occidentales es una en la que debemos contemplar la posibilidad de gobernar un coeficiente social de neurosis que sea tolerable. No es posible una liberación total de la neurosis porque ésta es el fenómeno concomitante, que está siempre junto a un cambio histórico y cultural. Es inevitable que mi espacio de vida -vecindario, lugar de trabajo, ciudad, país- sea un espacio desestabilizado por los otros, y que esto produzca un efecto de neurosis generalizada. Esto no es necesariamente algo malo. Es malo sólo cuando no hay un gobierno, en el sentido social y político, conciente de esta realidad de transformaciones.
¿Podemos relacionar, en este mismo registro, lo ocurrido en Oslo con esta especie de Bin Laden noruego con el atentado del 11-S de hace 10 años contra las Torres Gemelas? También entonces había un “Nosotros vs. los Otros”.
Es interesante. En el atentado a las Twin Towers era la primera vez que el corazón de Occidente era atacado por el Otro; el Otro islámico, en el sentido clásico geopolítico del “clash of civilizations”, el choque de las culturas. Pero tardamos en reconocer que ese Otro estaba en realidad en el interior de nosotros mismos, en el interior de nuestras sociedades. La presencia del Otro es un acontecimiento que está en la propia constitución del sujeto occidental. No solamente desde la globalización sino a partir de la modernidad misma. La confrontación con el Otro es constitutiva de lo moderno.
Es difícil entender que nos enfrentamos a un enemigo que nosotros mismos hemos creado ...
La interpretación norteamericana de la modernidad global fue una interpretación geopolítica identitaria. Tuvo una debacle, un derrumbe con el atentado contra las Twin Towers. Ahora entendemos más claramente que tenemos a ese Otro que nos amenaza en el interior de lo que ha sido lo que entendimos como “civilización occidental” y eso es lo que aparece en Oslo a través de una reacción como la que estamos analizando: nadie puede negar que eso salió del propio seno de la sociedad noruega. Lo que quiero decir es que la globalización produce un efecto de ocultamiento de la identidad. Esa identidad removida (reprimida) en el sentido de Freud, retorna como identidad reificada. Es la paradoja del Orientalismo que planteó Edward Said, el gran escritor palestino. Si los occidentales niegan que haya un problema de identidad como identidad diferente, autónoma y no subalterna, de los otros, los otros producen una reacción en el sentido de una retorsión de su propia identidad, pero no como identidad problemática y plural sino como identidad fetichizada y deificada: “Nosotros somos orientales” o “nosotros somos islámicos y reivindicamos nuestra alteridad”.
¿Es esta misma crisis de identidad la que agita el descontento que se expresa en las calles de las ciudades europeas? Lo que vemos tiene una misma raíz; y es que la globalización del capital global, contrariamente a lo que pensaban en una paradójica convergencia los liberales y los marxistas del siglo XX, no produce sociedad. El capital global ganó, pero a un precio terrible. Y tiene la necesidad de ser compatible con formas y contextos socioculturales diferenciados. El capital global tiene una victoria como forma -el mercado global-, pero la sociedad capital comunista de Estado china no es la misma que la sociedad capitalista competitiva e individualista norteamericana. O la sociedad capitalista de la India, de Europa, de Brasil o Argentina. Es decir, las sociedades son diferentes y no son variables dependientes del dominio o la hegemonía del capital global. Porque, insisto, el mercado capitalista global no produce sociedad, no tiene una potencia simbólica. Contrariamente a lo que pensaba Marx, las relaciones de producción no determinan de manera automática las relaciones sociales: éstas son mediadas por las formas simbólicas de las culturas.
¿Los Estados nacionales han dejado de contener esas formas simbólicas a las que alude? Esa es la cuestión. Vivimos tiempos pos-hobbesianos, más allá de la perspectiva del Leviatán, del Estado nacional. Lo que lleva a que las soluciones deban ser planteadas en el sentido de una política pos, o supra, o transnacional.
Suena algo utópico ...
Al contrario, es una perspectiva realista, radicada en la dinámica histórica profunda: la forma auténticamente democrática del gobierno del conflicto es la que en el espacio del gran Mediterráneo latino hemos desarrollado con la idea de civitas (ciudad); un espacio del derecho y de la política que tiene la potencialidad de implicar en sí mismo una pluralidad de diferencias, naciones, gentes, confesiones religiosas. Pero para lograrlo es preciso atenerse a un doble imperativo: reencantar la política y desmitificar la identidad.
domingo, 21 de agosto de 2011
viernes, 19 de agosto de 2011
Comienzos
...Estoy buscando, estoy buscando. Intento comprender. Intento dar a alguien lo que he vivido y no sé a quién, pero no quiero quedarme con lo que he vivido. No sé que hacer con ello, tengo miedo de la desorganización profunda. Desconfío de lo que me ocurrió. ¿Me sucedió algo que quizá, por el hecho de no saber cómo vivir, viví como si fuese otra cosa? A eso querría llamarlo desorganización, y tendría yo la seguridad para aventurarme, porque sabría después a dónde volver: a la organización primitiva. A eso prefiero llamarlo organización, porque no quiero confirmarme en lo que viví: en la confirmación de mí perdería el mundo tal como lo tenía, y sé que no tengo capacidad para otro.
La pasión según G.H.
Clarice Lispector
miércoles, 17 de agosto de 2011
Binner asegura que puede ganarles a Alfonsín y Duhalde, pero no a CFK (Página/12, 17/8/11)
¡Qué grande Binner!
Un estadista.
¡Puede ganarle a Alfonsín y a Duhalde en octubre! ¡Qué tarea difícil! Incluso, va a consolidar su victoria sobre Carrió, Rodríguez Saa y Altamira.
¡Qué grande Binner!
NO pará... no es que está en la chiquita, es realista... realista y honesto... realista y honesto y coherente... realista y honesto y coherente y...
¿Qué? ¿Decís que perdió en la provincia que gobierna?
No es así, perdió pero no... bueno, bueno, perdió por poco, aunque... en realidad no perdió porque ahí sí sumamos, para el análisis, los votos de Alfonsín y Carrió y entonces ganó, ganaron, no, ganó... ¡Qué buena explicación!
¡Qué grande Binner!¡Qué grande Binner!¡Qué grande de la Rúa! ¡Qué grande Binner!
(este comentario fue colgado por Alejandro y, no necesariamente, es compartido por todos los integrantes de preferiría no)
Un estadista.
¡Puede ganarle a Alfonsín y a Duhalde en octubre! ¡Qué tarea difícil! Incluso, va a consolidar su victoria sobre Carrió, Rodríguez Saa y Altamira.
¡Qué grande Binner!
NO pará... no es que está en la chiquita, es realista... realista y honesto... realista y honesto y coherente... realista y honesto y coherente y...
¿Qué? ¿Decís que perdió en la provincia que gobierna?
No es así, perdió pero no... bueno, bueno, perdió por poco, aunque... en realidad no perdió porque ahí sí sumamos, para el análisis, los votos de Alfonsín y Carrió y entonces ganó, ganaron, no, ganó... ¡Qué buena explicación!
¡Qué grande Binner!¡Qué grande Binner!¡Qué grande de la Rúa! ¡Qué grande Binner!
(este comentario fue colgado por Alejandro y, no necesariamente, es compartido por todos los integrantes de preferiría no)
martes, 16 de agosto de 2011
Literatura y ciudad (2)
Los donguis.
Juan Rodolfo Wilcock
2.
Balsocci .-¿Usted no advirtió nada raro últimamente en Buenos Aires?
Yo.-No, nada.
Balsa.- Vamos al grano (como si dicidiera rápidamente chupar un grano en un cráneo frondoso). ¿No oyó nunca hablar de los donguis?
Yo.- No. ¿Qué son?
Balsa.- Usted habrá visto en el subterráneo de Constitución a Boedo que el tren no llega hasta la estación de Boedo porque no está terminada, se para en una estación provisoria con piso de tablas. El túnel sigue y donde interrumpieron la excavación el hueco está cerrado con tablas.
Balsocci.- Por eso hueco aparecieron los donguis.
Yo.- ¿Qué son?
Balsa.- Ahora le explico...
Balsocci.- Dicen que es el animal destinado a reemplazar al hombre en la tierra.
Balsa.- Espere que le explico. Hay unos folletos de circulación restringida y prohibida que le condensan la opinión de los sabios extrnajeros y de los sabios argentinos. Yo los leí. Dicen que en distintas épocas predominaron distintos animales en el mundo, por H o por B. Ahora predomina el hombre porque tenemos muy desarrollado el sistema nervioso que le permite imponerse a los demás. Pero este nuevo animal que se llama dongui...
Balsocci.- Lo llaman dongui porque el que lo estudió primero fue un biólogo francés Donneguy ( lo escribe en un papel y me lo muestra) y en Inglaterra le pusieron Donneguy Pig pero todos dicen dongui.
Yo.- ¿Es un chanco?
Balsa.- Parece un lechón medio transparente.
Yo.- ¿y qué hace el dongui?
Balsa.- Tiene tan adelando el sistema digestivo que estos bichos pueden digerir cualquier cosa, hasta la tierra, el fierro, el cemento, aguas vivas, qué sé yo, tragan lo que ven. Que porquería de animal!
Balsocci.- Son ciegos, sordos, viven en la oscuridad, una especie de gusano como un lechón transparente.
Yo.-¿Se reproducen?
Balsa.- Como la peste. Por brotes, imagímese.
Yo.- ¿Y son de Boedo?
Balsocci.- Cállese, allí empezaron, pero después empezaron también en otras estaciones, sobre todo si hay túneles de vía muerta o depósitos subterráneos, Constitución está plagado, en Palermo, en el túnel empezado de la prolongación a Belgrano hay montones. Pero después empezaron en las otras líneas, habrán hecho un túnel, la de Chacarita, la de Primera Junta. Hay que ver lo que es el túnel del Once.
Balsa.- Y el extanjero! Donde había un túnel se llenaron de Donguis. En Londres, hasta se reían parece porque tienen tantos kilómetros de túnel; en París, en Nueva York, en Madrid. Como si repartieran semillas.
Balsocci.- No permitían que los barcos que llegaban de un puerto infectado atracara en esos puertos, temían que trajera donguis en la bodega. Pero no por eso se salvaron, están mejor que nosotros.
Balsa.- En nuestro país tratan de no asustar a la población, por eso no le dicen nunca nada, es un secreto que le confían solamente a los profesionales, y también a algunos no profesionales.
Balsocci.- Hay que matarlos pero quién los mata. Si les dan veneno se los comen o no se lo comen, como usted prefiera, pero no les hace nada, lo comen perfectamente como cualquier otro mineral. Si les echa gases los degenerados tapan los túneles y salen por otra parte. Cavan túneles en todos los lados, no puede atacárselos directamente. No se puede inundarlos o echar abajo las galerias porque se puede hundir el subsuelo de la ciudad. Ni qué decir que andan por los sótanos y las cloacas como Juan por su casa...
Balsa.- Habrá visto estos derrumbes de estos meses. Los depósitos de Lanús son ellos por ejemplo. Quieren dominar al hombre.
Balsocci.- Oh!, al hombre no lo dominan así nomás, no lo domina nadie, pero si se lo comen...
YO.- ¿Se lo comen?
Balsocci.- Y cómo! Cinco donguis se comen a una persona en un minuto, todo, los huesos, la ropa, los zapatos, los dientes, hasta la libreta de enrolamiento, si me perdona la exgeración.
Balsa.- Les gusta. Es la comida que más les gusta, mire que desgracia(...)
Fragmento
Juan Rodolfo Wilcock
2.
Balsocci .-¿Usted no advirtió nada raro últimamente en Buenos Aires?
Yo.-No, nada.
Balsa.- Vamos al grano (como si dicidiera rápidamente chupar un grano en un cráneo frondoso). ¿No oyó nunca hablar de los donguis?
Yo.- No. ¿Qué son?
Balsa.- Usted habrá visto en el subterráneo de Constitución a Boedo que el tren no llega hasta la estación de Boedo porque no está terminada, se para en una estación provisoria con piso de tablas. El túnel sigue y donde interrumpieron la excavación el hueco está cerrado con tablas.
Balsocci.- Por eso hueco aparecieron los donguis.
Yo.- ¿Qué son?
Balsa.- Ahora le explico...
Balsocci.- Dicen que es el animal destinado a reemplazar al hombre en la tierra.
Balsa.- Espere que le explico. Hay unos folletos de circulación restringida y prohibida que le condensan la opinión de los sabios extrnajeros y de los sabios argentinos. Yo los leí. Dicen que en distintas épocas predominaron distintos animales en el mundo, por H o por B. Ahora predomina el hombre porque tenemos muy desarrollado el sistema nervioso que le permite imponerse a los demás. Pero este nuevo animal que se llama dongui...
Balsocci.- Lo llaman dongui porque el que lo estudió primero fue un biólogo francés Donneguy ( lo escribe en un papel y me lo muestra) y en Inglaterra le pusieron Donneguy Pig pero todos dicen dongui.
Yo.- ¿Es un chanco?
Balsa.- Parece un lechón medio transparente.
Yo.- ¿y qué hace el dongui?
Balsa.- Tiene tan adelando el sistema digestivo que estos bichos pueden digerir cualquier cosa, hasta la tierra, el fierro, el cemento, aguas vivas, qué sé yo, tragan lo que ven. Que porquería de animal!
Balsocci.- Son ciegos, sordos, viven en la oscuridad, una especie de gusano como un lechón transparente.
Yo.-¿Se reproducen?
Balsa.- Como la peste. Por brotes, imagímese.
Yo.- ¿Y son de Boedo?
Balsocci.- Cállese, allí empezaron, pero después empezaron también en otras estaciones, sobre todo si hay túneles de vía muerta o depósitos subterráneos, Constitución está plagado, en Palermo, en el túnel empezado de la prolongación a Belgrano hay montones. Pero después empezaron en las otras líneas, habrán hecho un túnel, la de Chacarita, la de Primera Junta. Hay que ver lo que es el túnel del Once.
Balsa.- Y el extanjero! Donde había un túnel se llenaron de Donguis. En Londres, hasta se reían parece porque tienen tantos kilómetros de túnel; en París, en Nueva York, en Madrid. Como si repartieran semillas.
Balsocci.- No permitían que los barcos que llegaban de un puerto infectado atracara en esos puertos, temían que trajera donguis en la bodega. Pero no por eso se salvaron, están mejor que nosotros.
Balsa.- En nuestro país tratan de no asustar a la población, por eso no le dicen nunca nada, es un secreto que le confían solamente a los profesionales, y también a algunos no profesionales.
Balsocci.- Hay que matarlos pero quién los mata. Si les dan veneno se los comen o no se lo comen, como usted prefiera, pero no les hace nada, lo comen perfectamente como cualquier otro mineral. Si les echa gases los degenerados tapan los túneles y salen por otra parte. Cavan túneles en todos los lados, no puede atacárselos directamente. No se puede inundarlos o echar abajo las galerias porque se puede hundir el subsuelo de la ciudad. Ni qué decir que andan por los sótanos y las cloacas como Juan por su casa...
Balsa.- Habrá visto estos derrumbes de estos meses. Los depósitos de Lanús son ellos por ejemplo. Quieren dominar al hombre.
Balsocci.- Oh!, al hombre no lo dominan así nomás, no lo domina nadie, pero si se lo comen...
YO.- ¿Se lo comen?
Balsocci.- Y cómo! Cinco donguis se comen a una persona en un minuto, todo, los huesos, la ropa, los zapatos, los dientes, hasta la libreta de enrolamiento, si me perdona la exgeración.
Balsa.- Les gusta. Es la comida que más les gusta, mire que desgracia(...)
Fragmento
sábado, 13 de agosto de 2011
Cecil Taylor
1956. En la ciudad de Nueva York vivía Cecil Taylor, músico negro de menos de teinta años, pianista innovador en la técnica, compositor-improvisador estudioso de las tradiciones populares y cultas del siglo. Su estilo, que era su invención, ya estaba consolidado. Con la excepción de una media docena de músicos y amigos, nadie sabía lo que estaba haciendo, ni podía hacerse una idea al respecto. ¿Cómo se la habrían hecho? Lo de este joven no cabía en las líneas de lo previsible. En sus manos el piano se transformaba en un método de composición libre, sobre la marcha. Los llamados "racimos tonales" con los que se desarrolllaba su escritura momentánea ya habían sido utilizados anteriomente por Henry Cowell, aunque Cecil llevó el procedimiento a un punto en el que, por sus complicaciones armonicas, y sobre todo por la sistematización de la corriente sonora atonal en flujos tonales, no podía compararse con nada existente. La velocidad, el juego de mecánicas diferentes entrelazadas, la insistencia, las resistencias interpoladas, las repeticiones, las series, todo lo que sirviera para desinteresarse del solfeo convencional, levantaba, a espaldas de cualquier melodía o ritmo reconocible, majestuosas construcciones derrumbadas y aéreas.
César Aira, Cecil Taylor (fragmento)
viernes, 12 de agosto de 2011
Comienzos
La realidad (como las grandes ciudades) se ha extendido y se ha ramificado en los últimos años. Esto ha influido en el Tiempo: el pasado se aleja con inexorable rapidez. De la angosta calle Corrientes perduró más alguna de sus casas que su memoria; la segunda guerra mundial se confunde con la primera y hasta "las treinta caras bonitas" del Porteño están dignificadas por nuestra amnesia; el entusiasmo por el ajedrez, que levantó efímeros quioscos en tantas esquinas de Buenos Aires, donde la población competía con lejanos maestros cuyas jugadas resplandecían en tableros allegados por televisión (presunta), se ha olvidado tan perfectamente como el crimen de la calle Bustamenta, con el Campana, el Melena y el silletero, la Afirmación de los civiles, los entreveros y las "milongas" en las carpas de Adela, el señor Baigorri, que fabricaba tormentas en Villa Luro, y la semana trágica. Entonces no deberá asombrarnos que, para algún lector, el nombre de Juan Luis Villafañe carezca de evocaciones. Tampoco nos asombrará que la historia transcripta más adelante, aunque hace quince años sobrecogió al país, hoy se reciba como la tortuosa invención de una fantasia desacreditada.
Adolfo Bioy Casares.
El perjurio de la nieve.
Adolfo Bioy Casares.
El perjurio de la nieve.
jueves, 11 de agosto de 2011
Literatura y ciudad (1)
Fenomenología del domingo.
por J.P. Zooey
1. Las gentes han olvidado que hay, entre Domingo y los días comunes, una diferencia ontológica. Domingo no ocurre en el tiempo como el martes. No nace, envejece ni muere como puede hacerlo, por ejemplo, un dios. Tampoco es perpetuo. Esta hecho de la no existencia. Se dirá que todos los días surgen del lunes, y el lunes de Domingo. Pero Domingo no existe. El martes y miércoles sí, nadie podría dudarlo.
El origen de Domingo es la no existencia. Origen es aquí el originar como deber de su esencia, y aquello por medio de lo cual algo es como es, y no otra cosa. Así, la no existencia es responsable de domingo. Y a su tiempo el origen de la no existencia es domingo.
Domingo es la nada y la nada es domingo. Ambos se corresponden. Pero ninguno podría llegar a ser lo que son sin un tercer fenómeno que es el barrio porteño. Porteño significa aqui aquello que proviene del puerto y emplaza una apertura de lejanía y recibimiento. Son porteños aquellos que miran el horizonte hasta que algo se oculta o devela.
2. El barrio porteño abre una espacialidad en la cual Domingo transcurre. Pero, ¿qué es un barrio? Se dirá que Palermo es un barrio, que es algo obvio. Si interrogamos por la esencia de Palermo podremos conocer la esencia de un barrio y así llegar, caminando a Domingo.
El lenguaje ha dado a los porteños en la tradición un número limitado de barrios. Así se solía decir que Cahacarita era un barrio, como también lo era Villa Crespo. En sus límites demarcaban a Palermo. En la actualidad las cosas han cambiado. Palermo se ha extendido a toda la espacialidad urbana perdiendo así los límites que abrigaban su esencia. De este modo y no de otro Chacarita es Palermo Dead, y Villa Crespo, Palermo Brooklin. El abasto ha perdido su nombre y se lo señala como Palermo Cuzco. Y así las gentes hablan de Las Cañitas, antaño abierto a las caballerizas, como Palermo Visa. El tradicional barrio de Belgrano siempre se ha distinguido entre los porteños, y en la actualidad se lo nombre como It´ not Palermo. Los márgenes de Palermo se extinguen en el Gran Buenos Aires, y a Quilmes se lo ha denominado Palermo Beer. Hacia el norte y el sur, el este y el oeste, Palermo estiende su sombra y objetos de diseño y decoración. Irradia la gran vidriera y la buena onda desde su centro neurálgico, la placita Cortázar, donde un padre hamaca a su hijo sin saber que con ese movimiento de vaivén da vida al corazón de un pobre universo.
Palermo está presente como constante en el espacio porteño. Constante es aquí aquello que aparece sin que se lo llame y no se marcha aunque sea de noche. Palermo decora las casas y dispone los perfumes del ambiente. Palermo no es porteño. No emplaza una lejanía ni se funda en un horizonte. Es siempre presencia. Llegará el día en que nunca esté nublado en Palermo, ni reconozca al sol.
4.(...) ¿Cuál es entonces el mercado que fija una circunferencia y da vida al antibarrio de Palermo? ¿Cuál es el aguijón que punza el espíritu extendido de Palermo amenazándolo y salvándolo a la vez? El Once.
Palermo se extiende por toda la espacialidad nublando el horizonte del porteño. El Once lo abastece. Abastece dice aquí el producir y exportar objetos con la finalidad de ser vendidos al pseudosnob. Pseudosnob es en su plenitud aquel que camina por Palermo.
En el corazón de Palermo el pingüino de cerámica blanca yace en el estante de vidrio junto al muñeco colgante de Elvis Presley. Tiene la vista fija en un sillón individual forrado en cuero de vaca. Entre el pingüino y la vaca se espacia un terruño pampeano y la tenue melancolía de una Patagonia hecha de hielo celeste y sol. Entre ellos yace la flacucha vendedora, obvio. Conversa entre monosílabos y risitas con un muchaco pelirrojo, obvio. Cada uno tiene medio corazón cortado por la misma tijera roja, que está también en la venta. El pingüino, el sillón forrado de vaca, los termos de color metalizado, y los dos corazones rotos se han comprado en Once. Palermo sólo agrega el diseño. Diseño significa aquí aquello que otorga una seña. La seña de que el objeto pertenece ahora a Palermo. Palermo es aquello que está en venta como Palermo(...)
Sol artificial (fragmento), Paradiso, Buenos Aires, 2009.
por J.P. Zooey
1. Las gentes han olvidado que hay, entre Domingo y los días comunes, una diferencia ontológica. Domingo no ocurre en el tiempo como el martes. No nace, envejece ni muere como puede hacerlo, por ejemplo, un dios. Tampoco es perpetuo. Esta hecho de la no existencia. Se dirá que todos los días surgen del lunes, y el lunes de Domingo. Pero Domingo no existe. El martes y miércoles sí, nadie podría dudarlo.
El origen de Domingo es la no existencia. Origen es aquí el originar como deber de su esencia, y aquello por medio de lo cual algo es como es, y no otra cosa. Así, la no existencia es responsable de domingo. Y a su tiempo el origen de la no existencia es domingo.
Domingo es la nada y la nada es domingo. Ambos se corresponden. Pero ninguno podría llegar a ser lo que son sin un tercer fenómeno que es el barrio porteño. Porteño significa aqui aquello que proviene del puerto y emplaza una apertura de lejanía y recibimiento. Son porteños aquellos que miran el horizonte hasta que algo se oculta o devela.
2. El barrio porteño abre una espacialidad en la cual Domingo transcurre. Pero, ¿qué es un barrio? Se dirá que Palermo es un barrio, que es algo obvio. Si interrogamos por la esencia de Palermo podremos conocer la esencia de un barrio y así llegar, caminando a Domingo.
El lenguaje ha dado a los porteños en la tradición un número limitado de barrios. Así se solía decir que Cahacarita era un barrio, como también lo era Villa Crespo. En sus límites demarcaban a Palermo. En la actualidad las cosas han cambiado. Palermo se ha extendido a toda la espacialidad urbana perdiendo así los límites que abrigaban su esencia. De este modo y no de otro Chacarita es Palermo Dead, y Villa Crespo, Palermo Brooklin. El abasto ha perdido su nombre y se lo señala como Palermo Cuzco. Y así las gentes hablan de Las Cañitas, antaño abierto a las caballerizas, como Palermo Visa. El tradicional barrio de Belgrano siempre se ha distinguido entre los porteños, y en la actualidad se lo nombre como It´ not Palermo. Los márgenes de Palermo se extinguen en el Gran Buenos Aires, y a Quilmes se lo ha denominado Palermo Beer. Hacia el norte y el sur, el este y el oeste, Palermo estiende su sombra y objetos de diseño y decoración. Irradia la gran vidriera y la buena onda desde su centro neurálgico, la placita Cortázar, donde un padre hamaca a su hijo sin saber que con ese movimiento de vaivén da vida al corazón de un pobre universo.
Palermo está presente como constante en el espacio porteño. Constante es aquí aquello que aparece sin que se lo llame y no se marcha aunque sea de noche. Palermo decora las casas y dispone los perfumes del ambiente. Palermo no es porteño. No emplaza una lejanía ni se funda en un horizonte. Es siempre presencia. Llegará el día en que nunca esté nublado en Palermo, ni reconozca al sol.
4.(...) ¿Cuál es entonces el mercado que fija una circunferencia y da vida al antibarrio de Palermo? ¿Cuál es el aguijón que punza el espíritu extendido de Palermo amenazándolo y salvándolo a la vez? El Once.
Palermo se extiende por toda la espacialidad nublando el horizonte del porteño. El Once lo abastece. Abastece dice aquí el producir y exportar objetos con la finalidad de ser vendidos al pseudosnob. Pseudosnob es en su plenitud aquel que camina por Palermo.
En el corazón de Palermo el pingüino de cerámica blanca yace en el estante de vidrio junto al muñeco colgante de Elvis Presley. Tiene la vista fija en un sillón individual forrado en cuero de vaca. Entre el pingüino y la vaca se espacia un terruño pampeano y la tenue melancolía de una Patagonia hecha de hielo celeste y sol. Entre ellos yace la flacucha vendedora, obvio. Conversa entre monosílabos y risitas con un muchaco pelirrojo, obvio. Cada uno tiene medio corazón cortado por la misma tijera roja, que está también en la venta. El pingüino, el sillón forrado de vaca, los termos de color metalizado, y los dos corazones rotos se han comprado en Once. Palermo sólo agrega el diseño. Diseño significa aquí aquello que otorga una seña. La seña de que el objeto pertenece ahora a Palermo. Palermo es aquello que está en venta como Palermo(...)
Sol artificial (fragmento), Paradiso, Buenos Aires, 2009.
martes, 9 de agosto de 2011
jueves, 4 de agosto de 2011
miércoles, 3 de agosto de 2011
Sobre internas abiertas, el FIT y la intelectualidad
Entrevista del Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx a Jorge Panesi
-¿Qué reflexión te merece el mecanismo de las internas abiertas y la exigencia de obtener 400 mil votos para presentar candidatos en las elecciones en octubre?
Jorge Panesi: La primera palabra que me surge (como me surge cada vez que pienso en el kirchnerismo) es “trampa”. Pero tiene su lógica de almacenero: se trata de acallar a los sectores políticos que llevan adelante una crítica sin concesiones, a los que más molestan, esto es, a la auténtica izquierda. Es el principal blanco de la ley de primarias abiertas y obligatorias. Y esto el gobierno lo hace con el aval y la complacencia de los que se reparten los dividendos del poder, los partidos llamados tradicionales, autores de los más grandes despojos económicos que hemos sufrido en estos decenios: el radicalismo y el mantel de retazos que el mismo kirchnerismo supo bordar dentro del partido justicialista. Son imágenes del mismo espejo: feudalismo provincial, lleno de enredos, corrupción y desdén por las masas populares. Con estos sectores políticos el kirchnerismo tiene, a pesar de las apariencias belicosas, una armonía preestablecida, que la izquierda con su sola presencia amenaza. Es más fácil transar con estos eventuales cómplices, como quedó establecido con la candidatura de Cobos, ido y vuelto del radicalismo, o con Fabiana Ríos, escapada de la Coalición Cívica, o establecer un pacto de silencio con Menem, provisorio escapado de la Justicia; la ley es parte de un proyecto político hegemónico a largo plazo. Tiene una fachada democrática que esconde un verdadero juego de exclusión.
-¿Por qué votar por el Frente de Izquierda el 14 de agosto?
Panesi: El Frente de Izquierda es la única garantía de que un discurso verdaderamente crítico y, por lo tanto, de defensa de los intereses populares tenga una representación que contrapese el discurso insípido de la llamada “oposición” y la farsa del kirchnerismo. Votar por el Frente es no olvidar que los aliados ya sean circunstanciales o íntimos del gobierno son los que han matado a Mariano Ferreyra. Son nuestros enemigos. No nos engañan las disputas entre la frívola mandataria hotelera y los engordados magnates de la CGT, forman parte del mismo barro, son intercambiables. Digo “farsa” porque desde la tergiversación estadística (o para decirlo más jurídicamente, “desde la adulteración de documentos públicos”), hasta la aniquilación de los propios amigos y la protección a las corporaciones, el kirchnerismo es una farsa ideológica que enchastra cuanto toca, sean los derechos humanos hasta el fútbol o la diversión. Sólo el Frente de Izquierda garantiza la implacable tenacidad de quienes no se dejan engañar por el soborno o las chafalonías de bazar que proponen el gobierno y los partidos burgueses.
-¿Qué opinión te merece el hecho de que Carta Abierta no se haya pronunciado respecto a los mecanismos de las internas de agosto que pueden impedir que el FIT se presente a elecciones presidenciales en octubre?
Panesi: ¿De qué extrañarse? El bureau fabricante de ideología –esa es toda la actividad crítica de quienes se aliaron sobre todo para defender sus puestos de funcionarios, o lo que es peor, para congraciarse sumisamente con el poder– no produce más que torpes gestos de apoyo inconcebibles para quienes han cacareado su postura “crítica”. La carta “abierta”, que me gusta llamar “carta lacrada” (recuerda más la lacra que el lacre) se encierra en su incondicional sumisión al gobierno, y no podría por definición, más que avalar su política electoral. Y, como se vio, poco importa si esta política es o no una rabiosa inconsistencia que puede ser contraproducente para el propio sector dominante. Ser críticos de esta maniobra sería claramente pasar por desobedientes del amo, y en la lógica del grupo gobernante la crítica sería claramente pasarse al otro bando, la traición. ¿Alguien contó el tendal de “traidores” que ha dejado el doble gobierno kirchnerista? La carta lacrada o el Té en la Biblioteca están condenados a ser un pensamiento esclavo que depende de las coyunturas que le interesan al gobierno. La “carta” no es “abierta”, es una carta encadenada a la mala fe. Y a la tristeza de sus pobres argumentos en los que es difícil reconocerse. Porque toda crítica intelectual es siempre y en última instancia, destituyente. Como dijo Viñas: no se puede ser intelectual y apoyar el pensamiento oficial.
-¿Qué tiene planteado el espacio que se conformó de intelectuales, docentes y artistas en apoyo al FIT de cara a la elección de agosto?
Panesi: No sé si hay tiempo ya, pero habría que insistir en las contradicciones de esta ley, que fue ideada por Kirchner en otro momento de la coyuntura política. En la confusión sólo puede haber réditos para el gobierno. Habría que denunciar con todos los medios posibles la maniobra segregadora de la que la principal perjudicada es la izquierda. Hay que decirlo en la campaña, y más allá de ella, en nuestros lugares de acción o de trabajo. Es la principal estrategia que nos imponen las circunstancias
-¿Qué reflexión te merece el mecanismo de las internas abiertas y la exigencia de obtener 400 mil votos para presentar candidatos en las elecciones en octubre?
Jorge Panesi: La primera palabra que me surge (como me surge cada vez que pienso en el kirchnerismo) es “trampa”. Pero tiene su lógica de almacenero: se trata de acallar a los sectores políticos que llevan adelante una crítica sin concesiones, a los que más molestan, esto es, a la auténtica izquierda. Es el principal blanco de la ley de primarias abiertas y obligatorias. Y esto el gobierno lo hace con el aval y la complacencia de los que se reparten los dividendos del poder, los partidos llamados tradicionales, autores de los más grandes despojos económicos que hemos sufrido en estos decenios: el radicalismo y el mantel de retazos que el mismo kirchnerismo supo bordar dentro del partido justicialista. Son imágenes del mismo espejo: feudalismo provincial, lleno de enredos, corrupción y desdén por las masas populares. Con estos sectores políticos el kirchnerismo tiene, a pesar de las apariencias belicosas, una armonía preestablecida, que la izquierda con su sola presencia amenaza. Es más fácil transar con estos eventuales cómplices, como quedó establecido con la candidatura de Cobos, ido y vuelto del radicalismo, o con Fabiana Ríos, escapada de la Coalición Cívica, o establecer un pacto de silencio con Menem, provisorio escapado de la Justicia; la ley es parte de un proyecto político hegemónico a largo plazo. Tiene una fachada democrática que esconde un verdadero juego de exclusión.
-¿Por qué votar por el Frente de Izquierda el 14 de agosto?
Panesi: El Frente de Izquierda es la única garantía de que un discurso verdaderamente crítico y, por lo tanto, de defensa de los intereses populares tenga una representación que contrapese el discurso insípido de la llamada “oposición” y la farsa del kirchnerismo. Votar por el Frente es no olvidar que los aliados ya sean circunstanciales o íntimos del gobierno son los que han matado a Mariano Ferreyra. Son nuestros enemigos. No nos engañan las disputas entre la frívola mandataria hotelera y los engordados magnates de la CGT, forman parte del mismo barro, son intercambiables. Digo “farsa” porque desde la tergiversación estadística (o para decirlo más jurídicamente, “desde la adulteración de documentos públicos”), hasta la aniquilación de los propios amigos y la protección a las corporaciones, el kirchnerismo es una farsa ideológica que enchastra cuanto toca, sean los derechos humanos hasta el fútbol o la diversión. Sólo el Frente de Izquierda garantiza la implacable tenacidad de quienes no se dejan engañar por el soborno o las chafalonías de bazar que proponen el gobierno y los partidos burgueses.
-¿Qué opinión te merece el hecho de que Carta Abierta no se haya pronunciado respecto a los mecanismos de las internas de agosto que pueden impedir que el FIT se presente a elecciones presidenciales en octubre?
Panesi: ¿De qué extrañarse? El bureau fabricante de ideología –esa es toda la actividad crítica de quienes se aliaron sobre todo para defender sus puestos de funcionarios, o lo que es peor, para congraciarse sumisamente con el poder– no produce más que torpes gestos de apoyo inconcebibles para quienes han cacareado su postura “crítica”. La carta “abierta”, que me gusta llamar “carta lacrada” (recuerda más la lacra que el lacre) se encierra en su incondicional sumisión al gobierno, y no podría por definición, más que avalar su política electoral. Y, como se vio, poco importa si esta política es o no una rabiosa inconsistencia que puede ser contraproducente para el propio sector dominante. Ser críticos de esta maniobra sería claramente pasar por desobedientes del amo, y en la lógica del grupo gobernante la crítica sería claramente pasarse al otro bando, la traición. ¿Alguien contó el tendal de “traidores” que ha dejado el doble gobierno kirchnerista? La carta lacrada o el Té en la Biblioteca están condenados a ser un pensamiento esclavo que depende de las coyunturas que le interesan al gobierno. La “carta” no es “abierta”, es una carta encadenada a la mala fe. Y a la tristeza de sus pobres argumentos en los que es difícil reconocerse. Porque toda crítica intelectual es siempre y en última instancia, destituyente. Como dijo Viñas: no se puede ser intelectual y apoyar el pensamiento oficial.
-¿Qué tiene planteado el espacio que se conformó de intelectuales, docentes y artistas en apoyo al FIT de cara a la elección de agosto?
Panesi: No sé si hay tiempo ya, pero habría que insistir en las contradicciones de esta ley, que fue ideada por Kirchner en otro momento de la coyuntura política. En la confusión sólo puede haber réditos para el gobierno. Habría que denunciar con todos los medios posibles la maniobra segregadora de la que la principal perjudicada es la izquierda. Hay que decirlo en la campaña, y más allá de ella, en nuestros lugares de acción o de trabajo. Es la principal estrategia que nos imponen las circunstancias
jueves, 28 de julio de 2011
martes, 26 de julio de 2011
El crack-up
Francis Scott Fitzgerald
Febrero de 1936
Toda vida es un proceso de demolición, por supuesto, pero los efectos de los golpes que hacen la parte dramática del trabajo-los grandes golpes súbitos que vienen o parecen venir de afuera, los que uno recuerda, los que carga con las culpas, los que en momentos de debilidad les cuenta a los amigos- no se muestran en el acto. Hay otra clase de golpe que viene de adentro, que no se siente hasta que ya es tarde para tomar alguna medida, hasta que uno entiende irrevocablemente que en algunos aspectos nunca volverá a ser tan buen hombre como antes. La primera clase de rotura da la impresión de suceder rápido; la segunda clase ocurre casi sin que uno sepa, pero se hace consciente bien de repente.
El crack-up, Buenos Aires, junio de 2011.
Febrero de 1936
Toda vida es un proceso de demolición, por supuesto, pero los efectos de los golpes que hacen la parte dramática del trabajo-los grandes golpes súbitos que vienen o parecen venir de afuera, los que uno recuerda, los que carga con las culpas, los que en momentos de debilidad les cuenta a los amigos- no se muestran en el acto. Hay otra clase de golpe que viene de adentro, que no se siente hasta que ya es tarde para tomar alguna medida, hasta que uno entiende irrevocablemente que en algunos aspectos nunca volverá a ser tan buen hombre como antes. La primera clase de rotura da la impresión de suceder rápido; la segunda clase ocurre casi sin que uno sepa, pero se hace consciente bien de repente.
El crack-up, Buenos Aires, junio de 2011.
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