viernes, 31 de diciembre de 2010

La máquina de pensar en Gladys

por Mario Levrero

Antes de acostarme hice la diara recorrida por la casa, para controlar que todo estuviera en orden; la ventana del baño chico, al fondo, estaba abierta -para que durante la noche se secara la camisa de poliéster que me pondría al día siguiente-; cerré la puerta (para evitar corrientes de aire); en la cocina, la canilla de la pileta goteaba y la apreté, la ventana estaba abierta y la deje así -cerrando la persina-; la lata de la basura ya había sido sacada afuera, las tres llaves de la cocina eléctrica estaban en cero, la perilla de control de la heladera marcaba 3 (refrigeración suave) y la botella empezada de agua mineral tenía puesto el tapón hermético, de plástico; en el comedor, el gran reloj tenía cuerda para algunos días más y la mesa había sido levantada; en la biblioteca debí apagar el amplificador, que alguien había dejado encendido, pero el tocadisco se había apagado en forma automática; el cenicero del sillón había sido vaciado; la máquina de pensar en Gladys estaba enchufada y producía el suave ronroneo habitual; la ventanita alta que da al pozo de aire estaba abierta, y el humo de los cigarrillos del día escapaba, lentamente, por ella; cerré la puerta; en el living hallé una colilla en el suelo; la deposité en el cenicero de pie, que la sirvienta se ocupa de vaciar por las mañanas; en mi dormitorio le di cuerda al despertador , comprobando que la hora que indicaba coincidía con la del reloj pulsera de mi muñeca, y lo puse para que sonara media hora más tarde a la mañana siguiente (porque había decidido suprimir el baño; me sentía un poco resfriado); me acosté  y apagué la luz.
Por la madrugada desperté inquieto, un ruido desacostumbrado me había producido un sobresalto; me oville en la cama y me cubrí con las almohadas y me puse las manos en la nuca y esperé el final de todo aquello con los nervios en tensión: la casa se estaba derrumbando.

de La máquina de pensar en Gladys, Irrupciones Grupo Editor, 2010, Montevideo. (1970, primera edición)

miércoles, 29 de diciembre de 2010

La máquina del tiempo

Acaso sea el reloj la máquina que mejor define el espíritu del capitalismo industrial de principios del siglo XX.  Su origen se encuentra en los monasterios de la edad media donde se valorizaba la disciplina y el  trabajo. Christian Ferrer afirma que los monjes benedictinos "ayudaron a dar a la empresa humana el latido y el ritmo regulares y colectivos de la máquina". Cuando las ciudades comenzaron a crecer y a exigir rutinas precisas y sincronizadas, el reloj ocupó un lugar central: "puntualidad" y "pérdida de tiempo" comenzaron a formar parte del lenguaje cotidiano. Finalmente, en el siglo XVI aparece  el reloj doméstico. Para asegurar el éxito de éste proceso el cuerpo humano debió adaptarse - a través a una serie de operaciones- a los  tiempos de la sociedad capitalista.
En 1907 Joseph Conrad publica un relato cuyo tema es la función del tiempo en la sociedad moderna. En efecto, El agente secreto  narra la historia de un atentado anarquista al Observatorio de Greenwich, en Inglaterra, el lugar  donde se organiza el tiempo en husos horarios que permiten la sincronización mundial de las tareas humanas al servicio del capitalismo industrial.
Noventa y siete años después  W.G. Sebald, en las primeras páginas de Austerlitz, describe la estación de trenes de Amberes como una de las catedrales del capitalismo. Dice: (...) Y entre todos los esos símbolos, dijo Austerlitz, en el lugar más alto estaba el tiempo, representado por aguja y esfera. El reloj, a unos veinte metros sobre la escalera en cruz que unía el vestíbulo con los andenes, único elemento barroco de todo el conjunto, se encontraba exactamente donde, en el Panteón, como prolongación directa del portal, podía verse el retrato del emperador; en su calidad de gobernador de la nueva omnipotencia, estaba situado aun más alto que el escudo del Rey y el lema Eendracht maaky macht. Desde el punto central que ocupaba el mecanismo del reloj en la estación de Amberes se podía vigilar los movimientos de todos los viajeros y, a la inversa, todos los viajeros debían levantar la vista hacia el reloj y ajustar sus actividades por él. De hecho, dijo Austerlitz, hasta que sincronizaron los horarios del ferrocarril, los relojes de Lille o Lieja no iban de acuerdo con los de Gante o Amberes, y sólo desde su armonización hacia mediados del XIX reinó el tiempo en el mundo de una forma indiscutida".
El relato de Conrad y el fragmento de Sebald trazan los extremos de un arco que delimita  la sociedad industrial del XIX y primera mitad del  XX.  El agente secreto participa de la potencia de una sociedad que expande sus límites y a la vez las conspiraciones  y sabotajes para destruirla. Austerlitz, en el otro extremo del arco, se pasea por la estación central de Amberes -inaugurada en 1905- como si fuesen  restos de una civilización pretérita.
Es que en  la nueva etapa capitalista que se inició en la segunda mitad del siglo XX - a la que Deleuze denominó sociedades de control- la función del reloj  se internalizó y se desplazó. Cuerpo y tiempo forman parte de un continuum sútil y ondulante. Por caso, la mutación del trabajo con los empleos a domicilio desdibuja la frontera entre trabajo y tiempo libre. Se derumban, en este sentido, las viejas barreras de la sociedad disciplinaria. Nada se termina nunca. Control  y comunicación definen el nuevo orden social.
Esta metamorfosis del capitalismo fue profetizada por Williams Burroughs. En El almuerzo desnudo, el Dr. Benway, contratado como asesor de la República de Anexia, pone en marcha el programa DT (desmoralización total). Y como primera medida suprime los campos de concentración, las detenciones en masa y la tortura. "Deploro la brutalidad.  No es eficiente(...)El sujeto no debe entender  que el maltrato es  un ataque deliberado de cierto enemigo antihumano contra su identidad personal. Debe sentir que merece cualquier tratamiento que reciba, porque en él hay algo (nunca se específica  qué exactamente)horriblemente desviado. La desnuda necesidad de los adictos bajo control debe ser cubierta decentemente por  una burocracia arbitraria e intrincada, de modo que el sujeto no pueda establecer contacto directo con su enemigo". En Nova Express, por su parte,  se lee: “El enemigo sólo existe donde no hay vida y siempre actúa para llevar la vida a situaciones extremas e insostenibles". Y pregunta:" ¿Qué miedo los ha hecho refugiarse en el tiempo? ¿En el cuerpo? ¿En la mierda? Lo diré: la palabra".
Para Burroughs el lenguaje es un eficaz dispositivo de control. Para combatirlo opone el silencio. O mejor, la literatura como antídoto contra la  comunicación mediática-estatal.
Si Kafka es el teórico más importante del estado burocrático, Burroughs lo es de las sociedades de control.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Sobre Suave es la noche

Enrique Vila-Matas

(...) Ese encanto estilístico especial lo hallamos sin cesar en Suave es la noche, que, cuando apareció, en 1934, no pudo hacerlo en peor momento, pues a la depresión económica que perjudicaba mucho la venta de libros había que añadir que la novela de Scott Fitzgerald no era precisamente confortable: hablaba del deterioro, de la desintegración de un hombre, y era una dura anatomía del desastre, documentada con terrorífica exactitud los detalles del vertiginoso descenso del doctor Dick Diver, psiquiatra que funcionaba con dos ideas opuestas en la mente, escindido entre el amor por su esposa Nicole, la millonaria esquizofrénica, y la juventud de Rosemary, a la que quiere menos pero por la que también se siente atraído.
Ese idilio con Rosemary-el presente pavoroso de un pasado que podía haber existido-señala el comienzo del desmoronamiento del entrañable Dick Diver, que, al luchar por restablecer la salud mental de Nicole, lucha también por evitar que se derrumbe todo lo demás, es decir, su frágil mundo propio. Lucha, pero no lo logra; más bien acaba hundido del todo, acaba en un trágico hundimiento que el autor explica-al igual que posteriormente lo hizo de su propio desmoronamiento-diciendo que se trata de una derrota emocional. La caída de Dick es lo que mantiene la atención del lector y, al final de la novela, cuando esa caída se agudiza, encontraremos páginas inolvidables.
Como el héroe al final de una película sobre un hombre solitario, la figura del doctor Diver se pierde en la distancia. Y la novela termina con pasajes de la vida mediocre de Dick, médico ahora en una remota pequeña ciudad de Estados Unidos. Está claro que Suave es la noche refleja los problemas personales que fueron hundiendo a su autor a lo largo de los ocho años que tardó en escribirla.
Para colmo de desgracias, cuando el libro apareció, tuvo una acogida indiferente; los lectores se habían olvidado del mundo rutilante de los años veinte, o mejor dicho, ,se encontraron en una época diametralmente opuesta en el aspecto social, y además creyeron que volvía el escritor de las burbujas y el charlestón cuando éste, lejos de los años felices, lo que había escrito era la desoladora crónica del final de una época".

Extraído de Anatomía del desastre, en Y Pasavento ya no estaba, Mansalva, Buenos Aires, 2008.

viernes, 3 de diciembre de 2010

LIteratura y medios

Marshall McLuhan

Alrededor de 1830 Lamartine pronosticó que el periódico marcaría el fin de la cultura libresca: el libro llega demasido tarde.
Al mismo tiempo Dickens utilizó la prensa periódica como base para un nuevo arte impresionista, que D.W. Griffiths y Serge Eisenstein estudiaron en 1920 como fundamento del arte cinematográfico.
Robert Browning tomó el periódico como modelo artístico para su epopeya impresionista The Ring and the Book. Lo mismo hizo Mallarmé en Un Coup de Dés.
Edgar Poe, periodista y, como Shelley, ficcionero científico, analizó correctamente el proceso poético. Las condiciones de publicación en los periódicos de novelas seriadas lo condujeron tanto a él como a Dickens al proceso de escribir al revés: esto significa simultaneidad de todas las partes de una composición. La simultaneidad impone un profundo análisis del efecto de lo hecho. El artista empieza con el efecto. La simultaneidad es la forma que adopta la prensa para entenderse con la Ciudad Terrena. Es también la fórmula que se emplea para escribir el poema simbolista y la novela policial. Estos son derivativos (uno "alto" y uno "bajo") de la nueva cultura tecnológica.
El Ulises de Joyce completó el ciclo de esta forma de arte tecnológica.

Extraido de Contraexplosión, Paidos, Buenos Aires, 1969.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Arreola

Los cuentos del mexicano Juan José Arreola son "invenciones" como él mismo lo ha señalado. En  El guardagujas  (Confabulario,1952) se percibe un cierto tono kafkiano. Su final, sin embargo, lo acerca a esa zona espectral de la literatura  latinoamericana donde merodean, entre otros, La ciudad del uruguayo Levrero y Pedro Páramo de su compatriota Rulfo.


El Guardagujas

El forastero llegó sin aliento a la estación desierta. Su gran valija, que nadie quiso cargar, le había fatigado en extremo. Se enjugó el rostro con un pañuelo, y con la mano en visera miró los rieles que se perdían en el horizonte. Desalentado y pensativo consultó su reloj: la hora justa en que el tren debía partir.

Alguien, salido de quién sabe dónde, le dio una palmada muy suave. Al volverse el forastero se halló ante un viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero. Llevaba en la mano una linterna roja, pero tan pequeña, que parecía de juguete. Miró sonriendo al viajero, que le preguntó con ansiedad:
-Usted perdone, ¿ha salido ya el tren?
-¿Lleva usted poco tiempo en este país?
-Necesito salir inmediatamente. Debo hallarme en T. mañana mismo.
-Se ve que usted ignora las cosas por completo. Lo que debe hacer ahora mismo es buscar alojamiento en la fonda para viajeros -y señaló un extraño edificio ceniciento que más bien parecía un presidio.
-Pero yo no quiero alojarme, sino salir en el tren.
-Alquile usted un cuarto inmediatamente, si es que lo hay. En caso de que pueda conseguirlo, contrátelo por mes, le resultará más barato y recibirá mejor atención.
-¿Está usted loco? Yo debo llegar a T. mañana mismo.
-Francamente, debería abandonarlo a su suerte. Sin embargo, le daré unos informes.
-Por favor...
-Este país es famoso por sus ferrocarriles, como usted sabe. Hasta ahora no ha sido posible organizarlos debidamente, pero se han hecho grandes cosas en lo que se refiere a la publicación de itinerarios y a la expedición de boletos. Las guías ferroviarias abarcan y enlazan todas las poblaciones de la nación; se expenden boletos hasta para las aldeas más pequeñas y remotas. Falta solamente que los convoyes cumplan las indicaciones contenidas en las guías y que pasen efectivamente por las estaciones. Los habitantes del país así lo esperan; mientras tanto, aceptan las irregularidades del servicio y su patriotismo les impide cualquier manifestación de desagrado.
-Pero, ¿hay un tren que pasa por esta ciudad?
-Afirmarlo equivaldría a cometer una inexactitud. Como usted puede darse cuenta, los rieles existen, aunque un tanto averiados. En algunas poblaciones están sencillamente indicados en el suelo mediante dos rayas. Dadas las condiciones actuales, ningún tren tiene la obligación de pasar por aquí, pero nada impide que eso pueda suceder. Yo he visto pasar muchos trenes en mi vida y conocí algunos viajeros que pudieron abordarlos. Si usted espera convenientemente, tal vez yo mismo tenga el honor de ayudarle a subir a un hermoso y confortable vagón.
-¿Me llevará ese tren a T.?
-¿Y por qué se empeña usted en que ha de ser precisamente a T.? Debería darse por satisfecho si pudiera abordarlo. Una vez en el tren, su vida tomará efectivamente un rumbo. ¿Qué importa si ese rumbo no es el de T.?
-Es que yo tengo un boleto en regla para ir a T. Lógicamente, debo ser conducido a ese lugar, ¿no es así?
-Cualquiera diría que usted tiene razón. En la fonda para viajeros podrá usted hablar con personas que han tomado sus precauciones, adquiriendo grandes cantidades de boletos. Por regla general, las gentes previsoras compran pasajes para todos los puntos del país. Hay quien ha gastado en boletos una verdadera fortuna...
-Yo creí que para ir a T. me bastaba un boleto. Mírelo usted...
-El próximo tramo de los ferrocarriles nacionales va a ser construido con el dinero de una sola persona que acaba de gastar su inmenso capital en pasajes de ida y vuelta para un trayecto ferroviario, cuyos planos, que incluyen extensos túneles y puentes, ni siquiera han sido aprobados por los ingenieros de la empresa.
-Pero el tren que pasa por T., ¿ya se encuentra en servicio?
-Y no sólo ése. En realidad, hay muchísimos trenes en la nación, y los viajeros pueden utilizarlos con relativa frecuencia, pero tomando en cuenta que no se trata de un servicio formal y definitivo. En otras palabras, al subir a un tren, nadie espera ser conducido al sitio que desea.
-¿Cómo es eso?
-En su afán de servir a los ciudadanos, la empresa debe recurrir a ciertas medidas desesperadas. Hace circular trenes por lugares intransitables. Esos convoyes expedicionarios emplean a veces varios años en su trayecto, y la vida de los viajeros sufre algunas transformaciones importantes. Los fallecimientos no son raros en tales casos, pero la empresa, que todo lo ha previsto, añade a esos trenes un vagón capilla ardiente y un vagón cementerio. Es motivo de orgullo para los conductores depositar el cadáver de un viajero lujosamente embalsamado en los andenes de la estación que prescribe su boleto. En ocasiones, estos trenes forzados recorren trayectos en que falta uno de los rieles. Todo un lado de los vagones se estremece lamentablemente con los golpes que dan las ruedas sobre los durmientes. Los viajeros de primera -es otra de las previsiones de la empresa- se colocan del lado en que hay riel. Los de segunda padecen los golpes con resignación. Pero hay otros tramos en que faltan ambos rieles, allí los viajeros sufren por igual, hasta que el tren queda totalmente destruido.
-¡Santo Dios!
-Mire usted: la aldea de F. surgió a causa de uno de esos accidentes. El tren fue a dar en un terreno impracticable. Lijadas por la arena, las ruedas se gastaron hasta los ejes. Los viajeros pasaron tanto tiempo, que de las obligadas conversaciones triviales surgieron amistades estrechas. Algunas de esas amistades se transformaron pronto en idilios, y el resultado ha sido F., una aldea progresista llena de niños traviesos que juegan con los vestigios enmohecidos del tren.
-¡Dios mío, yo no estoy hecho para tales aventuras!
-Necesita usted ir templando su ánimo; tal vez llegue usted a convertirse en héroe. No crea que faltan ocasiones para que los viajeros demuestren su valor y sus capacidades de sacrificio. Recientemente, doscientos pasajeros anónimos escribieron una de las páginas más gloriosas en nuestros anales ferroviarios. Sucede que en un viaje de prueba, el maquinista advirtió a tiempo una grave omisión de los constructores de la línea. En la ruta faltaba el puente que debía salvar un abismo. Pues bien, el maquinista, en vez de poner marcha atrás, arengó a los pasajeros y obtuvo de ellos el esfuerzo necesario para seguir adelante. Bajo su enérgica dirección, el tren fue desarmado pieza por pieza y conducido en hombros al otro lado del abismo, que todavía reservaba la sorpresa de contener en su fondo un río caudaloso. El resultado de la hazaña fue tan satisfactorio que la empresa renunció definitivamente a la construcción del puente, conformándose con hacer un atractivo descuento en las tarifas de los pasajeros que se atreven a afrontar esa molestia suplementaria.
-¡Pero yo debo llegar a T. mañana mismo!
-¡Muy bien! Me gusta que no abandone usted su proyecto. Se ve que es usted un hombre de convicciones. Alójese por lo pronto en la fonda y tome el primer tren que pase. Trate de hacerlo cuando menos; mil personas estarán para impedírselo. Al llegar un convoy, los viajeros, irritados por una espera demasiado larga, salen de la fonda en tumulto para invadir ruidosamente la estación. Muchas veces provocan accidentes con su increíble falta de cortesía y de prudencia. En vez de subir ordenadamente se dedican a aplastarse unos a otros; por lo menos, se impiden para siempre el abordaje, y el tren se va dejándolos amotinados en los andenes de la estación. Los viajeros, agotados y furiosos, maldicen su falta de educación, y pasan mucho tiempo insultándose y dándose de golpes.
-¿Y la policía no interviene?
-Se ha intentado organizar un cuerpo de policía en cada estación, pero la imprevisible llegada de los trenes hacía tal servicio inútil y sumamente costoso. Además, los miembros de ese cuerpo demostraron muy pronto su venalidad, dedicándose a proteger la salida exclusiva de pasajeros adinerados que les daban a cambio de esa ayuda todo lo que llevaban encima. Se resolvió entonces el establecimiento de un tipo especial de escuelas, donde los futuros viajeros reciben lecciones de urbanidad y un entrenamiento adecuado. Allí se les enseña la manera correcta de abordar un convoy, aunque esté en movimiento y a gran velocidad. También se les proporciona una especie de armadura para evitar que los demás pasajeros les rompan las costillas.
-Pero una vez en el tren, ¡está uno a cubierto de nuevas contingencias?
-Relativamente. Sólo le recomiendo que se fije muy bien en las estaciones. Podría darse el caso de que creyera haber llegado a T., y sólo fuese una ilusión. Para regular la vida a bordo de los vagones demasiado repletos, la empresa se ve obligada a echar mano de ciertos expedientes. Hay estaciones que son pura apariencia: han sido construidas en plena selva y llevan el nombre de alguna ciudad importante. Pero basta poner un poco de atención para descubrir el engaño. Son como las decoraciones del teatro, y las personas que figuran en ellas están llenas de aserrín. Esos muñecos revelan fácilmente los estragos de la intemperie, pero son a veces una perfecta imagen de la realidad: llevan en el rostro las señales de un cansancio infinito.
-Por fortuna, T. no se halla muy lejos de aquí.
-Pero carecemos por el momento de trenes directos. Sin embargo, no debe excluirse la posibilidad de que usted llegue mañana mismo, tal como desea. La organización de los ferrocarriles, aunque deficiente, no excluye la posibilidad de un viaje sin escalas. Vea usted, hay personas que ni siquiera se han dado cuenta de lo que pasa. Compran un boleto para ir a T. Viene un tren, suben, y al día siguiente oyen que el conductor anuncia: "Hemos llegado a T.". Sin tomar precaución alguna, los viajeros descienden y se hallan efectivamente en T.
-¿Podría yo hacer alguna cosa para facilitar ese resultado?
-Claro que puede usted. Lo que no se sabe es si le servirá de algo. Inténtelo de todas maneras. Suba usted al tren con la idea fija de que va a llegar a T. No trate a ninguno de los pasajeros. Podrán desilusionarlo con sus historias de viaje, y hasta denunciarlo a las autoridades.
-¿Qué está usted diciendo?
-En virtud del estado actual de las cosas los trenes viajan llenos de espías. Estos espías, voluntarios en su mayor parte, dedican su vida a fomentar el espíritu constructivo de la empresa. A veces uno no sabe lo que dice y habla sólo por hablar. Pero ellos se dan cuenta en seguida de todos los sentidos que puede tener una frase, por sencilla que sea. Del comentario más inocente saben sacar una opinión culpable. Si usted llegara a cometer la menor imprudencia, sería aprehendido sin más, pasaría el resto de su vida en un vagón cárcel o le obligarían a descender en una falsa estación perdida en la selva. Viaje usted lleno de fe, consuma la menor cantidad posible de alimentos y no ponga los pies en el andén antes de que vea en T. alguna cara conocida.
-Pero yo no conozco en T. a ninguna persona.
-En ese caso redoble usted sus precauciones. Tendrá, se lo aseguro, muchas tentaciones en el camino. Si mira usted por las ventanillas, está expuesto a caer en la trampa de un espejismo. Las ventanillas están provistas de ingeniosos dispositivos que crean toda clase de ilusiones en el ánimo de los pasajeros. No hace falta ser débil para caer en ellas. Ciertos aparatos, operados desde la locomotora, hacen creer, por el ruido y los movimientos, que el tren está en marcha. Sin embargo, el tren permanece detenido semanas enteras, mientras los viajeros ven pasar cautivadores paisajes a través de los cristales.
-¿Y eso qué objeto tiene?
-Todo esto lo hace la empresa con el sano propósito de disminuir la ansiedad de los viajeros y de anular en todo lo posible las sensaciones de traslado. Se aspira a que un día se entreguen plenamente al azar, en manos de una empresa omnipotente, y que ya no les importe saber adónde van ni de dónde vienen.
-Y usted, ¿ha viajado mucho en los trenes?
-Yo, señor, sólo soy guardagujas1. A decir verdad, soy un guardagujas jubilado, y sólo aparezco aquí de vez en cuando para recordar los buenos tiempos. No he viajado nunca, ni tengo ganas de hacerlo. Pero los viajeros me cuentan historias. Sé que los trenes han creado muchas poblaciones además de la aldea de F., cuyo origen le he referido. Ocurre a veces que los tripulantes de un tren reciben órdenes misteriosas. Invitan a los pasajeros a que desciendan de los vagones, generalmente con el pretexto de que admiren las bellezas de un determinado lugar. Se les habla de grutas, de cataratas o de ruinas célebres: "Quince minutos para que admiren ustedes la gruta tal o cual", dice amablemente el conductor. Una vez que los viajeros se hallan a cierta distancia, el tren escapa a todo vapor.
-¿Y los viajeros?
Vagan desconcertados de un sitio a otro durante algún tiempo, pero acaban por congregarse y se establecen en colonia. Estas paradas intempestivas se hacen en lugares adecuados, muy lejos de toda civilización y con riquezas naturales suficientes. Allí se abandonan lores selectos, de gente joven, y sobre todo con mujeres abundantes. ¿No le gustaría a usted pasar sus últimos días en un pintoresco lugar desconocido, en compañía de una muchachita?
El viejecillo sonriente hizo un guiño y se quedó mirando al viajero, lleno de bondad y de picardía. En ese momento se oyó un silbido lejano. El guardagujas dio un brinco, y se puso a hacer señales ridículas y desordenadas con su linterna.
-¿Es el tren? -preguntó el forastero.
El anciano echó a correr por la vía, desaforadamente. Cuando estuvo a cierta distancia, se volvió para gritar:
-¡Tiene usted suerte! Mañana llegará a su famosa estación. ¿Cómo dice que se llama?
-¡X! -contestó el viajero.
En ese momento el viejecillo se disolvió en la clara mañana. Pero el punto rojo de la linterna siguió corriendo y saltando entre los rieles, imprudente, al encuentro del tren.
Al fondo del paisaje, la locomotora se acercaba como un ruidoso advenimiento.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Sueño de la mariposa

Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.

Chuang Tzu
Antología  de la literatura fantástica ( Jorge L. Borges, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo)

lunes, 22 de noviembre de 2010

Destino

Hay un pasaje revelador en Estrella distante, una de las grandes novelas de Roberto Bolaño. Diego Soto, poeta chileno exiliado en Francia, se pierde recorriendo la estación de trenes Perpignan. Atraído por voces llega a una sala donde tres jóvenes neonazis golpean salvajemente a una vagabunda. Soto -acaso con  lágrimas en los ojos- deja caer su bolso de viaje y los libros que lleva en su mano. Y mientras avanza hacia los jóvenes intuye su destino, los insulta en español ("el español adverso del sur de Chile") y se traba en combate. Finalmente, muere acuchillado.
 Soto, como Dahlmann, elige la experiencia del cuerpo, la muerte, su destino americano.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Ciencia y poder

En una entrevista que publica hoy el dirario Perfil la doctora en Filosofía Kathinka Evers alerta sobre la utilización de ciertos estudios neurocientíficos. "Los estudios de la conducta y los sentimientos humanos a través de imágenes aumentaron mucho en los últimos tiempos. Creo que son interesantes, pero estoy un poco preocupada debido a cómo se tiende a sobreinterpretar los resultados; sobre todo, en ciertas sociedades que buscan distinguir a un terrorista por su cerebro". Y agrega que el desarrollo de neuroarmas militares-como la aplicación de algunos sonidos para enloquecer a la a la gente- y la psicofarmacología podrían ser instrumentos para "incapacitar y manipular a la gente".

viernes, 19 de noviembre de 2010

Conversación por Owen

De: Diego.
Para: Alejandro.
Motivo: Owen.

Ale, estoy terminando Oración por Owen, me faltan cincuenta páginas que calculo me las devoraré hoy. 

Es un libro maravilloso. Me gustaría escribir algo en el blog pero siento que el aliento aluvional del libro me excede largamente. De todas maneras te apunto unas pocas cosas que me parecen importantes destacar. Espero las compartas.

Es entretenidísimo -no es un dato nada menor- PASAN MUCHAS COSAS.

Su potencia argumental es demoledora.

La obra de Irving, y particularmente en este libro, rescata al personaje como motor y centro de la trama.

Tiene -me parece- inteligentes reflexiones sobre la religión y el conflicto interno de la fé.
Es una dura y amarga crítica al estilo de vida norteamericano y sobre todo a su conciencia pública.
Por último,tiene el raro poder de conmocionar.

Después de leer lo que a continuación te transcribo, juro que me puse a llorar.

"Cerré el diario de Owen y lo guardé con el resto de mis cosas. Mi abuela era madrugadora; había algunas fotos suyas y de mi madre, que quería recoger en 80 Front Street... y más ropa. Quería desayunar en la rosaleda con mi abuela; aún faltaba bastante para el funeral de Owen...quedaba tiempo suficiente para decirle a mi abuela adónde me iba. 
Fui a Waterhouse hall y le comuniqué mis planes a Dan Needham; también él tenia algo que yo quería llevarme y sabía que no pondría objeciones: ¡durante años se había golpeado allí los dedos de los pies! Quería llevarme el tope de la puerta de granito que Owen había dado a Dan y a mi madre como regalo de bodas, con la inscripción en su famoso estilo lápida -JULIO DE 1952- y pulcramente biselado en los costados, perfectamente bordeado en las aristas; era burdo, pero había sido el primer trabajo conocido de Owen con la muela adiamantada y quería tenerlo conmigo. Dan me dijo que comprendía todo y que me quería. 
-Eres el mejor padre que puede haber tenido un chico...y el único padre que he necesitado en mi vida -le dije.
Había llegado la hora del funeral de Owen Meany”.
En fin: una obra maestra.
Diego.

De: Alejandro.
Para: Diego.
Motivo: RE: Owen.

Impresionante, me saca el aliento esta frase: "Eres el mejor padre que puede haber tenido un chico...y el único padre que he necesitado en mi vida -le dije". Me hace llorar pero de angustia. O mejor, como vos decís, conmociona. 
Estoy de acuerdo con tu comentario, me parece buenísimo. Le agregaría la lúcida comprensión de un hombre sobre el destino de su existencia.
Me urge una relectura.
Para mi tenés que colgar ya, como te salió, el comentario que escribiste. De última, después lo completas. Abrazo. Alejandro.






-El narrador acaba de saber quien es su padre, acaba de realizar su maldad y termina de leer un fragmento del diario de Owen.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Cultura

El concepto de cultura es profundamente reaccionario. Es una manera de separar actividades semióticas (actividades de orientación en el mundo social y cósmico) en una serie de esferas, a las que son remitidos los hombres.
Una vez que son aislados, tales actividades son estandarizadas, instituidas potencial o relamente y capitalizadas por el modo de semiotización dominante; es decir, son escindidas de sus realidades políticas.

Toda la obra de Proust gira en torno a la idea de que es imposible autonomizar esferas como la música, de la de artes plásticas, de la literatura, de los conjuntos arquitectónicos o de la vida micro social en los salones.

La cultura en tanto esfera de poder autónoma sólo existe en el nivel de los mercados de poder, de los mercados económicos, y no en el nivel de la producción, de la creación del consumo real.

Félix Guattari- Suely Rolnik
Micropolítica. Cartografías del deseo.

domingo, 31 de octubre de 2010

Bolaño sobre Dick

En algunos momentos, Dick se parece a Burroughs. Ambos, a la manera norteamericana, en el fondo muy pragmática, están interesados más en la revolución, por el "estado de la revolución", es decir por la resistencia, que por la literatura. Es en este sentido que yo creo que a él no le interesa escribir bien, algo que en un escritor se da por sobreentendido. Dick va camino de ser un clásico y una de las características de un clásico es ir mucho más allá de la buena escritura, que no es otra cosa que una cierta corrección gramatical. "Colocar las palabras adecuadas en el lugar adecuado es la más genuina definición del estilo", dice Jonathan Swift. Pero evidentemente la gran literatura que no es una cuestión de estilo y de gramática, como también sabía Swift. Es una cuestión de iluminación, tal como entiende Rimbaud esta palabra. Es una cuestión de videncia. Es decir, por un lado es una lectura lúcida y exhaustiva del árbol canónico y por otro lado una bomba de relojería. Un testimonio (o una obra, como queramos llamarle)que explota en las manos de los lectores y que se proyecta hacia el futuro. ¿Y qué es lo que Dick proyecta hacia el futuro? ¿En qué consiste el mecanismo de su bomba de relojería? Básicamente en preguntas. Preguntas rarísimas y peregrinas. Y en una sensación de malestar, de alteridad, que muy pocos han logrado plasmar.

El evangelio según Philip Kindred Dick, Roberto Bolaño-Rodrigo Fresán.

viernes, 29 de octubre de 2010

La conquista del mundo

Pablo De santis

En el siglo X los chinos iniciaron la conquista del mundo. Pero decidieron no hacerlo con grandes ejércitos-tan difíciles de mantener y disciplinar- sino a través de un sutil cambio de costumbres. Durante siglos se infiltraron de a poco en la corte de los reyes, en las cocinas de los palacios, en la jerarquía de la Iglesia. Con magistral astucia cambiaron el gusto de las comidas, las opiniones sobre política, el concepto de arte. De vez en cuando se vieron obligados a hacer enormes manifestaciones, que requirieron millones de actores: la revolución china fue el más espectacular de estos fingimientos. Así, lograron mantener oculta la figura de su emperador, que vive rodeado de diecisiete servidores-nueve de ellos octogenarios-en un palacio secreto. Allí toman las decisiones que alteran el mundo, pero cuyos resultados tardan en verse. Los chinos detestan los apuros.
Pero esa lenta conquista no acabó del todo con occidente. Dejaron una especie de núcleo-que los chinos trabajan duramente por mantener-de manera que los pueblos invadidos, abrumados por este falso occidente, sintieran la nostalgia por el oriente. Ese oriente que creen remoto, y que está en ellos desde hace siglos.
Hay un ideograma que sólo figura en los documentos cifrados de la corte, y que significa, a la vez, China y Mundo.

Rey Secreto. Colihue, 2005

sábado, 23 de octubre de 2010

El buitre

Franz Kafka

Erase un buitre que me picoteaba los pies. Ya había desgarrado las botas y las medias y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos inquietos alrededor y luego proseguía la obra. Pasó un señor, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba yo al buitre.
-Estoy indefenso-le dije-, vino y empezó a picotearme, yo lo quise espantar y hasta pensé torcerle el espuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies: ahora están casi hechos pedazos.
-No se deje atormentar-dijo el señor-,un tiro y el buitre se acabó.
-¿Le parece?-pregunté-, ¿quiere encargarse usted del asunto?
-Encantado-dijo el señor-; no tengo más que ir a casa a buscar el fusil, ¿puede usted esperar media hora más?
-No sé- le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después añadí-: por favor, pruebe de todos modos.
-Bueno- dijo el señor-, voy a apurarme.
El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: voló un poco, retrocedió para lograr el ímpetu necesario y como un atleta que arroja la jabalina encajó el pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre irreparablemente se ahogaba.

Traducción Joge Luis Borges.

viernes, 22 de octubre de 2010

Represión

Documento de la Correpi
Las balas de la patota de la Unión Ferroviaria se descargaron sobre los trabajadores ferroviarios tercerizados, movilizados en reclamo por su reincorporación, mientras la policía liberaba la zona para que la fuerza de choque de la burocracia sindical operara con total seguridad, y con las espaldas bien cubiertas. Varios compañeros resultaron heridos. Mariano Ferreyra, estudiante de 23 años del CBC de Avellaneda y militante del Partido Obrero, recibió un disparo en el abdomen que causó su muerte. Otro proyectil impactó en la nuca de Elsa Rodríguez, de 56 años de edad, también militante del PO. La compañera, en gravísimo estado, lucha por su vida en el Hospital Argerich.
Así como los empresarios usan la tercerización del trabajo para profundizar la explotación, el gobierno terceriza la represión, para hacerla más eficaz y con menos costo político que cuando directamente manda sus policías y gendarmes.
Desde 2003, hemos visto con frecuencia creciente cómo el gobierno peronista de los Kirchner delega la represión en patotas de la burocracia sindical para amedrentar a los trabajadores. Como con los docentes, los estudiantes, los trabajadores del subte, del hospital Francés y del Garrahan, por poner unos pocos ejemplos, esta modalidad represiva permite al gobierno “lavarse las manos”, porque no es el aparato represivo formal el que ataca a los trabajadores, y también sirve para deslegitimar las luchas, con el aporte de los medios que titulan “interna entre gremios”. Así, con la intervención mancomunada de las empresas, la burocracia sindical y el gobierno, siguen queriendo disciplinar a los trabajadores organizados.
Con el asesinato de Mariano, suman siete los muertos por la represión en marchas o manifestaciones durante el gobierno de los Kirchner. Mariano Ferreyra suma su nombre a la lista que se iniciara en Jujuy, durante una movilización contra la tortura, con Luis Cuéllar, en 2003, y que continuó con Carlos Fuentealba (docente, Neuquén, 2007); Juan Carlos Erazo (trabajador del ajo, Mendoza, 2008), Facundo Vargas (Talar de Pacheco, 2010), Nicolás Carrasco y Sergio Cárdenas (Bariloche, 2010), los tres últimos en manifestaciones contra el gatillo fácil policial.
Es el mismo gobierno que encausa y encarcela luchadores, sin olvidar que, con otra variante represiva, la que se descarga de modo preventivo sobre la clase trabajadora no organizada, nos mata un joven por día, a través del gatillo fácil y la tortura.

lunes, 18 de octubre de 2010

La poesía del movimiento suspendido

por Michel Houellebecq

En mayo de 1968, yo tenía diez años. Jugaba a las canicas, leía Pif le chien, la buena vida. De los sucesos del 68 sólo guardo un recuerdo, aunque bastante vivo. En aquella época, mi primo Jean-Pierre estaba en primero, en el liceo Raincy. El liceo me parecía entonces (después, la experiencia confirmó esta primera intuición, añadiéndosele una penosa dimensión sexual) un lugar enorme y espantoso donde los chicos mayores se consagraban con todo empeño al estudio de materias difíciles para asegurarse un futuro profesional. Un viernes, no sé por qué, fui con mi tía a esperar a mi primo a la salida de la clase. Ese mismo día, el liceo de Ranincy había comenzado una huelga indefinida. El patio, donde yo esperado encontrar cientos de adolescentes atareados, estaba desierto. Algunos profesores daban vueltas sin rumbo entre las porterías de balonmano. Recuerdo que, mientrás mi tía intentaba conseguir alguna información, yo deambulé unos largos minutos por aquel patio. La paz era completa, el silencio absoluto. Fue un momento maravilloso.
En diciembre de 1986 yo estaba en la estación de Avignon, y había buen  tiempo. Después de una serie de complicaciones sentimentales que sería fastidioso narrar aquí, era absolutamente necesario -o eso creía yo- que tomara el TGV a París. No sabía que la red de Ferrocarriles Nacionales acaba de iniciar una huelga general. Se rompió de golpe la sucesión operativa de intercambio sexual, aventura y hastío. Pasé dos horas sentado en un banco frente al desierto paisaje ferroviario. Había vagones de TGV inmóviles en las vías muertas. Parecía que llevaban allí años, o que jamás se habían movido. Los viajeros se pasaban información en voz baja; había un ambiente de resignación, de incertidumbre. Podría haber sido la guerra, o el fin del mundo occidental.
Algunos testigos más directos de los sucesos del 68 me contaron que fue un período  maravilloso, que la gente se hablaba en la calle, que todo parecía posible; lo creo. Otros dicen, simplemente, que los trenes dejaron de circular, que no había gasolina; lo admito. Veo un rasgo común en todos estos testimonios: durante unos días, mágicamente, una máquina gigantesca y opresora dejó de funcionar. Hubo una flotación, una incertidumbre; todo quedó en suspenso, y cierta calma se extendió por el país. Por supuesto, poco después la máquina social volvió a girar aún más de prisa, de un modo todavía más implacable ( y mayo del 68 sólo sirvió para romper las pocas reglas morales que hasta entonces entorpecían la voracidad de su funcionamiento). Pero a pesar de todo hubo un momento de interrupción, de vacilación; un instante de incertidumbre metafísica.
No cabe duda de que, por esas mismas razones, la reacción del público frente a una súbita interrupción de las redes de transmisión de la información, una vez superado el primer momento de contrariedad, está lejos de ser completamente negativa. Se puede observar el fenómeno cada vez que un sistema de almacenamiento informativo se avería (es bastante corriente): una vez admitido el inconveniente, y sobre todo en cuanto los empleados se deciden a utilizar el teléfono, lo que sienten los usuarios es, más bien, una secreta alegría; como si el destino les brindara la oportunidad de tomarse una revancha solapada contra la tecnología. Igualmente, para darse cuenta de lo que el público piensa en el fondo de la arquitectura en la que le obligan a vivir, basta observar su reacción cuando alguien se decide a volar una de esas torres con agujeros construidas en el extraradio en la década de los sesenta: un momento de alegría pura y violenta, parecida a la embriaguez de una inesperada liberación. El espíritu que habita lugares así es el malvado, inhumano, hostil; es el espíritu de un engranaje agotador, cruel, en constante aceleración; todo el mundo lo sabe, en el fondo, y anhela su destrucción.
La literatura puede con todo, se adapta a todo, escarba en la basura, lame las heridas de la infelicidad. Por eso fue posible que una poesía  paradójica, de la angustia y de la opresión, naciera en medio de los hipermercados y de los edificios de oficinas. No es una poesía alegre; no puede serlo. La poesía moderna ya no aspira a construir una hipotética casa del ser, del mismo modo que la arquitectura moderna no aspira a construir lugares habitables; sería una tarea muy diferente de la que consiste en multiplicar las infraestructuras de circulación y de tratamiento de la información. La información producto residual de la no permanencia, se opone al significado como el plasma al cristal; una sociedad que alcanza un grado de sobrecalentamiento no siempre implosiona, pero se muestra incapaz de generar un significado, ya que toda su energía está monopolizada por la descripción informativa de sus variaciones aleatorias. Sin embargo, cada individuo es capaz de producir en sí mismo una especie de revolución fría, situándose por un instante fuera del flujo informativo-publicitario. Es muy fácil de hacer; de hecho, nunca ha sido tan fácil como ahora situarse en una posición estética con relación al mundo: basta con dar un paso a un lado.Y, en última instancia, incluso esa paso es inútil. Basta con hacer un pausa; apagar la radio, desenchufar el televisor; no comprar nada, no desear comprar. Basta con dejar de participar, dejar de saber; suspender temporalmente cualquier actividad mental. Basta, literalmente, con quedarse inmóvil unos segundos.

El mundo como supermercado, Anagrama, 2000.

viernes, 15 de octubre de 2010

La trama Celeste

El género fantástico cruza la literatura argentina del siglo veinte. Como un destino literario Bioy Casares lo practicó hasta el final de sus días. A él le debemos algunos de nuestros mejores textos. Puede que alguna vez terminemos por aceptar que La invención de Morel es la mejor novela argentina. Y hoy, que nuestra narrativa  abunda en la desmesura, el solipsismo y la digresión de manual. Y que algunos libros vienen acompañados de un andamiaje teórico que los sostiene; el clasicismo, la rigurosidad formal y la coherencia interna de los cuentos de La trama celeste es algo que el lector felizmente agradece.
Publicada en 1948, reeditada por Sur en 1967 y por Losada en 1990, esta colección de cuentos contiene las marcas personales y estilísticas de su autor. Todo el universo narrativo de Bioy Casares está en La trama celeste: los juegos con el tiempo, la repeticiones análogas y la existencia de planos paralelos,  el humor como un estiletazo repentino y demoledor, la circularidad de los hechos y la antinomia oralidad/escritura como suceso divergente.  Jaime Rest en su libro Mundos de la imaginación  señala a la escritura como un elemento central y constitutivo  en la narrativa de Bioy. Cartas, apuntes, manuscritos y diarios son muchas veces el elemento central en el entramado de los textos, cuando no, el origen de su desciframiento. Los narradores prestan testimonio. La memoria en Bioy Casares es siempre memoria escrita.
Hay en La trama celeste dos clásicos de la literatura argentina y una modesta y subterránea obra maestra. En memoria de Paulina, El perjurio de la nieve y El otro laberinto. También, paradójicamente, el gérmen de una impostura: Borges al prologar  La invención de Morel destaca la perfección de su trama, Bioy recoge la caricia del guante y años después escribe El ídolo. De ahí en más  su prosa se “suelta” y buena parte de su obra posterior abandona la precaución, alarga las frases y se reviste de un coloquialismo que en manos de Bioy suena canchero y algo increíble. 


Diego Zappa          

Los gurúes de los Kirchner

Beatriz Sarlo para La Nación (27-09-10)

La sofisticación de la teoría de Ernesto Laclau sobre el populismo no es materia de esta nota. Quien la escribe ha leído atentamente La razón populista (2005), pero ahora seguirá el ejemplo de lo que hace Laclau cuando lo reportean: usar instrumentos menos abstrusos y, a veces, singularmente toscos. En Internet, el lector podrá leer esas intervenciones periodísticas a veces provocadoras. Los reportajes a Laclau enhebran sentencias apodícticas, enunciados cortantes, frases sin fisuras, mandamientos, irreverencias, aforismos irónicos y predicciones. Se siente autorizado por su obra y por su renombre, que cuida especialmente cuando adivina una amenaza a su estrellato, por ejemplo Slavoj Zizek (a quien Chantal Mouffe define como un revolucionario retórico y vociferante, eximiendo a su marido de la ingrata tarea de echar tierra sobre un competidor de la izquierda académica).


Visiblemente halagados, en una entrevista reciente, Laclau y Chantal Mouffe rememoran anécdotas locales que no son comunes en Europa, donde viven. Parece que los asistentes al Congreso de Ciencia Política que hace poco tuvo lugar en San Juan les hacían firmar ejemplares y los convirtieron en temporarias celebrities intelectuales. Pese a esta cordial resonancia entre los cientistas políticos del Congreso, la lectura de La razón populista es una tarea para entrenados. En cambio, En torno a lo político (2007), de Chantal Mouffe, la muestra como una pensadora disciplinada y poco extravagante.

En sus libros Laclau tiene un estilo trabajoso; en sus reportajes es simple y va al grano. No es necesario que un político haya leído a Laclau para entender lo que dice en las entrevistas. La difusión de las ideas se produce en círculos concéntricos y esto lo saben bien quienes hacen historia de la cultura. De modo que, salvo para los especialistas, Laclau puede circular tranquilamente en su simplificada versión mediática. Vale como ejemplo de esa difusión la actual reivindicación de la palabra "enemigo" en vez de "adversario" que emiten muchos de los voceros del Gobierno, puesta en valor que probablemente se haya originado en académicos que hoy militan en el Poder Ejecutivo, como Juan Manuel Abal Medina. Digamos, de paso, que Chantal Mouffe no podría reivindicar este uso desafiante de la palabra enemigo por razones que se verán más adelante y que prueban mayor sutileza intelectual y sensatez política.

De todos modos, antes de tocar la carne palpitante de actualidad que pone Laclau en sus entrevistas, vale la pena mencionar algunas de las ideas de La razón populista , aunque se corra el riesgo de herir su oscuridad y simplificar sus arabescos.

Ernesto Laclau considera que, cuando un sistema político atraviesa una crisis que afecta las viejas formas y estructuras, cuando aparece disperso o desmembrado como la Argentina a comienzos de este siglo, sólo el populismo es capaz de construir nuevamente una unidad, articulando las demandas diferentes que estallan por todas partes y volviéndolas equivalentes, es decir, aptas para sumarse en un mismo campo. Por eso, el populismo no tiene un contenido definido de antemano, sino que depende de las reivindicaciones que se articulen en esa nueva unidad. Al hacerlo se traza una frontera que divide a la sociedad en dos partes; una de ellas, el pueblo, es un "componente parcial que aspira a ser concebido como la única totalidad legítima". Suena históricamente conocido.

Cuanto más demandas diferentes sean integradas, más amplio será el campo enemigo, hasta tal punto que el discurso populista gira en torno de un "significante vacío". Pero no se trata de un vacío abstracto sino de un vacío que permite producir sentidos políticos, como -el ejemplo es de Laclau- la consigna "pan, tierra y libertad" o, con mayor actualidad, "capas medias versus morochos".

Podría decirse que estas definiciones de Laclau se aplican a todo nuevo régimen político. También podría decirse que el trazado de una línea interna que separe las demandas de quienes las rechazan es la política misma, no sólo la forma populista de la política. La intervención política ordena demandas y define conflictos. Para Laclau, la forma política apropiada (por lo menos para América latina, pero no sólo para América latina) es el populismo, que puede ser de izquierda o de derecha, pero Dios quiso que, en este momento del continente, con Chávez a la cabeza, fuera de izquierda.

Hasta aquí la discusión podría desarrollarse en el empíreo de las ideas sin mayores consecuencias. Pero Laclau es incomparablemente más simple cuando saca la mirada del "significante vacío" y la pone en la política real. Allí se vuelve esquemático y sus ejemplos parecen un poco elementales y alejados de las múltiples determinaciones concretas. Sin muchas mediaciones, aborda los hechos como si encontrara en ellos la directa versión empírica de sus categorías ideales.

En una entrevista reciente, traduce vertiginosamente las tesis de su libro: "Si existe una demanda concreta de un grupo local sobre un tema como transporte y la municipalidad la niega, hay una demanda frustrada. Pero si la gente empieza a ver que hay otras demandas en otros sectores y que también son negadas, entonces empieza a crearse entre todas esas demandas una cierta unidad y empiezan a formar la base de una oposición al poder. En cierto momento es necesario cristalizar esa cadena de equivalencias entre demandas insatisfechas en un significante que las significa a ellas como totalidad: es el momento de la ruptura populista, cuando la relación líder-masa empieza a cristalizar. Pero hay todo un renglón intermedio que es el momento parlamentario. Ese momento muchas veces opera sobre bases clientelísticas y puede tratar de interrumpir la relación populista entre masa y líder. Cuando ocurre, entonces tenemos a un poder parlamentario, antipersonalista, que se opone a la movilización de bases".

El servicial ejemplo de un grupo que pide una mejora en el transporte transcurriría antes del advenimiento del líder populista; con ese grupo, también en ese momento anterior, coexistiría otro que pide un sistema de salas de primeros auxilios y un tercero que reclama mejoras en las escuelas elementales. Todos tienen objetivos diferentes, pero el líder populista puede convertir esas demandas en una cadena de equivalencias que se enfrenten, por ejemplo, con los responsables de una injusta distribución del gasto público. En ese momento se traza una línea de separación y se funda un sujeto popular. Perón viene a la mente como el líder histórico que realizó esta paradigmática construcción de hegemonía, encontrando el nombre que desde entonces designa al enemigo del pueblo: la oligarquía, los vendepatria, etcétera.

Por eso, Perón, Chávez o cualquier líder populista están autorizados por el carácter de la operación hegemónica a limitar la república parlamentaria que distorsiona la política, ya que difiere o impide el trazado de una línea nítida y la definición del conflicto. Una "frontera interna", que divida claramente al pueblo de sus enemigos, requiere una "invocación política". Invocar quiere decir llamar y dar nombre: socialismo bolivariano frente al imperio, kirchnerismo frente a las corporaciones.

Sin embargo, a diferencia de lo que muchos pensamos y eventualmente tememos, Laclau sostiene que la conflictividad kirchnerista es incompleta. Por un lado no ha profundizado la frontera con los enemigos de todas las reivindicaciones populares; por el otro, no le ha dado un discurso a esa identidad que, de todos modos, ha contribuido a fundar.

Si alguien se imagina a Kirchner relamiéndose de gusto, alentado por esta explicación, y preparando nuevos tendidos de líneas divisorias, no se equivocará, aunque, para ser justos, también debería reconocerse que Kirchner no la necesita para hacer lo que hace y lo que hizo. Laclau agrega otros buenos argumentos para la persistencia en el poder de los líderes populistas (en general son los mismos argumentos por los cuales podría permanecer una dictadura): "Soy partidario hoy en América latina de la reelección presidencial indefinida. No de que un presidente sea reelegido de por vida, sino de que pueda presentarse. Por ejemplo, por el presente período histórico, sin Chávez el proceso de reforma en Venezuela sería impensable; si hoy se va, empezaría un período de restauración del viejo sistema a través del Parlamento y otras instituciones. Sin Evo Morales, el cambio en Bolivia es impensable. En Argentina no hemos llegado a una situación en la que Kirchner sea indispensable, pero si todo lo que significó el kirchnerismo como configuración política desaparece, muchas posibilidades de cambio van a desaparecer".

Laclau ha ido depositando refinadas capas de teoría sobre su populismo de origen, aquel adoptado como hipótesis histórica en su primera patria intelectual: el partido y las ideas de Jorge Abelardo Ramos. Esto no es una revelación inquietante, ya que para Laclau, como se ha dicho, el populismo es la forma misma de lo político.

La cuestión debería matizarse cuando se lee a Chantal Mouffe e incluso cuando se registran sus opiniones en (una menor) cantidad de entrevistas. Chantal Mouffe no es una teórica del populismo sino que interviene en el debate sobre el carácter de la democracia. De modo legible y con claridad expone que la democracia no es simplemente un régimen de consensos sino el escenario de disputas que las instituciones encuadran dentro de sus reglas para que no se vuelvan destructivas. No podría estar más de acuerdo. Si Laclau no muestra ningún interés por el aspecto institucional de las democracias y sostiene solamente la legitimidad de origen (es decir que un gobierno haya ganado elecciones), Chantal Mouffe está preocupada por redefinir la democracia no como la institucionalidad que sólo permite la construcción de acuerdos que evadan las contradicciones reales, sino también el despliegue y la eventual resolución de conflictos. El foco de la mirada teórica de Laclau y Mouffe, en el último libro de cada uno de ellos es, por eso, diferente.

La pregunta sería: ¿es el gobierno de los Kirchner un gobierno populista? Si la respuesta es afirmativa, la crítica liberal institucionalista es obtusa por su fijación en los pormenores sin grandeza política de la administración. Pero no sería posible criticarlo por lo que no se propone ser: su legitimidad, como la de Chávez, es una legitimidad de origen, y sus modalidades son las de un liderazgo que ha comprendido que, frente al viraje de Occidente hacia la derecha, las posibilidades pasan por el populismo si se busca superar el estancamiento social y el retraso provocados por el capitalismo.

En ese caso, al gobierno de Kirchner habría que pedirle más populismo (tal como lo hace Laclau) y no menos. Laclau considera al kirchnerismo un populismo todavía "incompleto" si se lo compara con el chavismo. ¿Qué quiere decir más populismo? Que el kirchnerismo profundice el corte político que constituye al pueblo, que profundice la división de la sociedad entre los de abajo y los de arriba (estoy citándolo) y, si es necesario, que rompa los marcos institucionales que se convierten en barreras a la vitalidad y la dinámica de la decisión política; que defina el conflicto y no se confunda: los adversarios son siempre enemigos. Laclau no está interesado en el trámite de las decisiones políticas (que son monopolio del líder); se conforma con la legitimidad electoral de origen como base de una democracia populista.

El reformismo democrático tramitado en las instituciones no sólo tiene como destino el fracaso sino que no merece ser nombrado como política. Para Laclau es sólo administración. La épica de lo político se sostiene en el corte, no en el gradualismo. En eso se funda el olímpico desprecio con que Laclau amontona en la derecha o en la traición al pueblo a Hermes Binner, a Ricardo Alfonsín, a Elisa Carrió y Margarita Stolbizer. Tal como tratan los Kirchner desde hace un tiempo a cualquiera que definan como adversario devenido enemigo. Naturalmente, Martín Sabbatella le parece a Laclau un político inteligente y acertado. A Solanas le aconseja que vuelva a dedicarse al cine.

Con este reparto de premios y castigos la teoría desciende al llano. Laclau puede sentirse satisfecho de este nuevo encuentro del pensamiento nacional de izquierda con un líder populista. Un sueño vuelto realidad gracias a un "significante vacío" llenado por los Kirchner a quienes la teoría también les habilita la reelección indefinida. Sería cosa de modificar la Constitución, ese fetiche.

Chantal Mouffe se interesa por cuestiones diferentes y, por eso, es esperanzador que se diga que la Presidenta la estima, aunque todavía no haya dado muestras concretas de esa simpatía intelectual. Plantea no la partición conflictiva de lo político (que por supuesto da por descontado), sino las formas en que la política puede tramitar los conflictos. Para Laclau, al trazar una frontera que define al pueblo, la política ha cumplido su función fundadora y se trata, de allí en más, de las victorias que obtiene ese pueblo (o su dirigente) en una larga guerra de posiciones. Para Chantal Mouffe, en cambio, si bien es imposible abolir los antagonismos, la política puede transformarlos en "una forma de oposición nosotros/ellos que sea compatible con la democracia pluralista", "transformar el antagonismo en agonismo" y desplegar democráticamente un "modelo adversarial".

La diferencia entre Laclau y Chantal Mouffe es evidente. Desde la perspectiva de Laclau las instituciones liberal-democráticas son solamente formas objetivadas ("alienadas", se habría dicho hace tiempo) que ocultan relaciones de poder económico y social. Chantal Mouffe, que no rechazaría de plano esta definición, tiene, sin embargo, mejores perspectivas para evaluar sus consecuencias prácticas en la escena política, entre ellas que una hipótesis de conflicto se agite continuamente como estandarte en cada una de los escenarios cotidianos. Y esta agitación belicosa parece ser lo que está sucediendo.

sábado, 9 de octubre de 2010

La última mujer

Eduardo Berti

Ella sentía tanto pudor que evitaba desvertirse en su presencia. Un pudor desmedido, observo él. Un pudor que ocultaba, se diría, algún misterio. Por fin le dio la espalda, se quitó la blusa y volteó enseñandole unos senos puntiagudos, aunque cruzando los brazos a la altura del abdomen. "¿Ves?", le dijo sin mirarlo. "Ningún hombre vio antes esto", y le mostró en consecuencia su asombroso cuerpo sin ombligo.
"Cuando nací -contó-, no hizo falta cortar el cordón umbilical. Tiraron de él y mi ombligo se arrancó, limpio y entero, del vientre. Mi padre me puso Eva, como la primera mujer que, al nacer de la costilla de Adán, también, carecía de un ombligo. Mi madre se sobresaltó y, en un arranque de superstición, exclamó que si la primera mujer había nacido sin ombligo, ahora yo podía ser muy bien la última. Los médicos rieron de buena gana; aun así, hasta que en el ala contraria no nació la siguiente niña, una incertidumbre (no sé si exagerada) reinó en aquel hospital".
El escuchó en silencio su relato y se rió de la misma forma que los médicos parteros. Luego recorrió con la lengua el vientre liso. Y la amó como si en efecto fuera la última mujer en la Tierra.

de La vida imposible, Emece, 2002.

sábado, 2 de octubre de 2010

Seguridad

La noticia se publicó en The New York Times. El gobierno del presidente Barack Obama prepara una nueva normativa que le facilite a las fuerzas policiales y de inteligencia de Estados Unidos poder espiar por internet y enterarse de los mensajes por medios electrónicos, como en redes sociales y teléfonos multifuncionales como el BlackBerry.
La Casa Blanca planea presentar una iniciativa de ley el año próximo que exigiría a todos los servicios de internet que permitan que sus sistemas de comunicación estén equipados técnicamente con funciones que le permitan cumplir con una orden de espionaje si así se los pide el gobierno.
``Estamos hablando de interceptar con autorización de la ley'', dijo la abogada del FBI Valerie E. Caproni. ``No estamos hablando de una expansión de la autoridad. Estamos hablando de preservar nuestra capacidad para ejecutar nuestra autoridad existente, con el fin de proteger la seguridad pública y la seguridad nacional'', añadió.

Michel Foucault en la clase del 24 de enero de 1979 del curso Nacimiento de la biopolítica: "El liberalismo tal como yo lo entiendo, este liberalismo que puede caracterizarse como el nuevo arte del gobierno que se forma en el siglo XVIII, implica una intrínseca relación de producción/destrucción respecto de la libertad (...)Con una mano hay que producir la libertad, pero esto mismo gesto implica que, con la otra, se establezcan limitaciones, controles, constricciones, obligaciones basadas en amenazas."

En el altar del paradigma seguridad se sacrifica la libertad. Ya Hannah Arendt se preguntaba ¿Por qué al hacer referencia preferencial a la vida se constriñe a la libertad en el cepo de la necesidad?. Y responde en  Freedom and politics: a lecture: "Mientras al comienzo de la Edad Moderna el gobierno se identificaba con todo el complejo político, ahora se convertía en el protector designado, no tanto de la libertad cuanto del proceso vital, los intereses de la sociedad y los miembros de ésta. La seguridad sigue siendo el criterio decisivo: pero ya no es la seguridad del individuo contra una muerte violenta, como consideraba Hobbes, sino una seguridad  que permita que el proceso vital de la sociedad en su conjunto se desenvuelva sin tropiezos."

domingo, 26 de septiembre de 2010

El fetichismo de la opinión.

Alain Badiou

Se ha vuelto difícil enfrentarse a la opinión, pese a que tal parece ser, desde Platón, el deber de toda filosofía. En primer lugar, ¿no es la libertad de opinión en nuestros países-quiero decir, los países en que la forma del Estado es la "democracia" parlamentaria- el contenido inmediato de la libertad  más considerada? En segundo lugar, ¿no es ella otro nombre de aquello que se sondea, se consiente y, si es posible, se compra, a saber, la opinión pública? ¿No es el sondeo de opinión aquello que a partir de lo cual se construye el singular sintagma "los franceses piensan que..."? Singular al menos por dos razones. La primera es que es más o menos cierto que "los franceses", al no constituir en modo alguno un Sujeto, no podrían "pensar" esto o aquello, sea lo que fuere. La segunda es que, suponiendo incluso que los franceses constituyen un conjunto consistente, se debería resumir el sondeo a lo que cifra y decir, exactamente: "Según nuestras últimas mediciones, y descontando los efectos inmediatos de la pregunta estúpida que les hemos hecho, un tanto por ciento de los franceses opina en tal sentido, y otro tanto por ciento en otro sentido, y otro tanto por ciento no opina en ninguna dirección". Sin embargo - y esta es la tercera razón del fetichismo de la opinión-, lejos de ver cómo se forma allí, en respuesta a un cuestionario embarrado, la tríada de un opinar conformista, un contraopinar anárquico y un no opinar prudente, el discurso dominante piensa que esas determinaciones de la opinión son aquello a lo que debe conformarse la acción pública.

Segundo manifiesto por la filosofía

jueves, 23 de septiembre de 2010

Thomas Disch.

por Ricardo Piglia

Thomas Disch sintetiza una tendencia de la actual narrativa norteamericana que trabaja en los bordes de la ciencia ficción, combina delirios filosóficos con pesadillas políticas y especula con los mundos posibles. Un imaginario exasperado y fuera del tiempo que elabora sus materiales a partir de los restos de la alta cultura y el cadáver de sus héroes (Nietzsche, Pound, Gödel), entreverados con el brillo agónico de las series de TV, las revistas de divulgación científica y los comics, el kitsch tecnocrático, la música rock, el paisaje de la publicidad y la luz de los moteles perdidos en la carretera. El primero que define esa tendencia es William Burroughs que en Naked Lunch (1959) y Nova Express (1964) delimita las formas de ese nuevo género, espejo paranoico de la cultura norteamericana. Construcciones alucinadas donde se combinan las fórmulas y los estereotipos de la category fiction (en primer lugar la ciencia ficción, pero también el western, la novela pornográfica, el triller) con las técnicas experimentales y la escritura discontinua de la vanguardia. Se abre allí un camino de renovación en el que entran todos los estilos y todas las jergas de una lengua trabajada por la droga, la psicosis y la guerra; un camino que rechaza frontalmente la oposición entre las tradiciones de la alta cultura y los productos de la cultura de masas. Las novelas de Thomas Pynchon, las obras maestras que Philip Dick fue dejando en la arena de su prolífica producción (El hombre en el castillo, Los tres estigmas de Palmer Eldrich, Ubik) el Heller de Catch 22, Giles Goat-Boy de John Barth, La intersección de Einstein de Delany, relatos de Kurt Vonnegut, de Walter Percy, el mismo Mailer, son algunos ejemplos de una producción que excede los registros convencionales y cruza los géneros. Disch se instala en una frontera incierta entre la ficción especulativa, sofisticación e hiperintelectual y el Plot de la literatura de masas. Novelas como Campo de concentración o 334, relatos como "Costa asiática" o "Casablanca" se mueven en el espíritu de la ciencia ficción pero no conservan ninguno de los rasgos externos del género. Disch parece mantener con la ciencia ficción la misma relación que Chandler tenía con la novela policial: le interesan las posibilidades narrativas de esa forma pero no sus resultados. Disch practica, por otro lado, un tipo de estrategia literaria muy común en los escritores norteamericanos de las últimas generaciones. Sus elaboradísimos libros de poesía se alternan con las novelas comerciales escritas son seudónimo (y a veces en colaboración), y su exigente escritura de ficción se combina con los guiones de TV que escribió para la inolvidable serie El prisionero que protagonizara Patrick McGoohan.

Extraído de Escalera al cielo. Utopía y ciencia ficción.(1994)

lunes, 20 de septiembre de 2010

Adiós Labordeta

SOMOS
Somos
como esos viejos árboles
batidos por el viento
que azota desde el mar.

Hemos
perdido compañeros
paisajes y esperanzas
en nuestro caminar.

Vamos
hundiendo en las palabras
las huellas de los labios
para poder besar

tiempos
futuros y anhelados,
de manos contra manos
izando la igualdad.

Somos
como la humilde adoba
que cubre contra el tiempo
la sombra del hogar.

Hemos
perdido nuestra historia
canciones y caminos
en duro batallar.

Vamos
a echar nuevas raíces
por campos y veredas,
para poder andar

tiempos
que traigan en su entraña
esa gran utopía
que es la fraternidad.

Somos
igual que nuestra tierra
suaves como la arcilla
duros del roquedal.

Hemos
atravesado el tiempo
dejando en los secanos
nuestra lucha total.

Vamos
a hacer con el futuro
un canto a la esperanza
y poder encontrar

tiempos
cubiertos con las manos
los rostros y los labios
que sueñan libertad.

Somos
como esos viejos árboles.




domingo, 19 de septiembre de 2010

Estado y espectáculo

El espectáculo es el discurso ininterrumpido del orden actual sobre sí mismo, su monólogo elogioso. Es el autoretrato del poder en la época de su gestión totalitaria de las condiciones de existencia. Tras la apariencia fetichista de pura objetividad en las relaciones espectaculares se esconde su índole de relación entre hombres y clases: una segunda naturaleza parece dominar nuestro ambiente con sus leyes fatales. Pero no es el espectáculo el producto necesario del desarrollo técnico considerado como desarrollo natural. La sociedad del espectáculo es, por el contrario, la forma que elige su propio contenido técnico. Aunque el espectáculo , tomado en el sentido restringido de "medios de comunicación "-que son su manifestación superficial más abrumadora- parezca invadir la sociedad como simple instrumentación, ello nada tiene de neutro, ya que es la instrumentación que convienea a su automovimiento total. Si las necesidades sociales de la época en que son elaboradas estás técnicas sólo pueden satisfacerse por su mediación, si la administración de esta sociedad y todo contacto entre los hombres sólo puede ejercerse a través de este poder de comunicación instantánea, es porque la "comunicación" es esencialmente unilateral; de tal manera su concentración equivale a acumular en manos de la administración del sistema vigente los medios que le permiten continuar esa administración determinada. La escisión generalizada del espectáculo es inseparable del Estado moderno, es decir, de la forma general de la escisión en la sociedad, producto de la división del trabajo social y órgano de la dominación de clase.

Guy Debord
La sociedad del espectáculo (1967)

lunes, 13 de septiembre de 2010

Un cuento de K.M.

-En su edición del sábado 21 de agosto, al cumplirse ciento cincuenta años del nacimiento de Antón Chejov –para muchos el padre del cuento moderno- el suplemento Babelia del diario El país le pidió a dieciséis escritores “hispanohablantes” la elección de otros tantos cuentos del siglo veinte. Como toda elección, sospecho, esta también resultó del gusto personal, el capricho y la arbitrariedad.  También, porque no, suponga la reafirmación de una poética personal.  Entre los elegidos están Los muertos de James Joyse, Campeón de Ring Lardner, No oyes ladrar a los perros de Juan Rulfo, Catedral de Raymond Carver y El espejo y la máscara de Borges.

-No leí el cuento de Joyce, por supuesto pienso saldar pronto semejante deuda. Personalmente de Lardner prefiero En la peluquería, de Rulfo Luvina, y de Carver Parece una tontería.  Soy tan fanático de Borges que a la hora de las listas y antologías varias, cualquiera de sus cuentos se me antoja irreprochable. Otros cuentos incluidos son: El miedo de Valle-Inclan, La bestia en la jungla de Henry James, El hombre que ríe de J.D. Salinger, La buena gente del campo de Flannery O´connor, El álbum de Medardo Fraile, Problemas, problemas de Ingeborg Bachmann, Graffiti de Cortázar y Deslumbramiento de Truman Capote.

-Desconozco las obras de Fraile y Bachmann, dudo que alguna vez lea algo de Valle-Inclan y me resulta incomprensible la elección de El hombre que ríe en lugar de Un día perfecto para el pez banana o Para Esmé con amor y sordidez. Lo de antes: cuestiones de gustos y caprichos. Me parece sí, un acto de estricta justicia literaria la inclusión de Babilonia revisitada de Scott Fitzgerald. Completan la lista dos cuentos de Katherine Mansfield que es la única firma que se repite.

-Jamás había leído a Mansfield. Recordé sin embargo, que en mi biblioteca tenía una selección de algunos de sus cuentos que el Centro Editor de América Latina publicó en los años setenta en su colección Narradores de hoy[1]. Ninguno de los cuentos mencionados en la lista estaban en el libro, razón por lo cual decidí leer el primero: Alemanes comiendo. Cautivado por su perfecta concisión lo leí tres veces seguidas y hasta el momento no avancé en la lectura del libro más allá de ese texto de estructura abierta y espíritu profético. En pocas páginas, en una única escena, con un estilo austero y a través de un dialogo en apariencia trivial, Katherine Mansfield no solo muestra los prejuicios crecientes de la burguesía alemana de principios del siglo pasado, sino que refleja, tal vez de manera involuntaria, la creciente tensión sociopolítica en un continente que años después produciría el holocausto judío y los dos conflictos bélicos más importante y trágicos de la historia.

Diego Zappa


Alemanes comiendo.

Se sirvió una sopa de pan. –Ah –dijo Herr Rat, echándose sobre la mesa para mirar dentro de la sopera-, esto es lo que necesito. Mi “magen” ha estado un poco descompuesto desde hace varios días ¡Sopa de pan y en su punto! Yo mismo soy un buen cocinero –se volvió hacia mí.
-Que interesante –dije, tratando de infundir a mi voz el entusiasmo adecuado.
-Si, si… cuando uno no está casado es necesario. Yo, aquí donde me ve, he tenido todo lo que he querido de las mujeres sin recurrir al matrimonio-. Metió la punta de la servilleta dentro del cuello de su camisa y sopló sobre la sopa al hablar: -A eso de las nueve me preparó un desayuno inglés, pero no gran cantidad. Cuatro rebanadas de pan, dos huevos, dos tajadas de jamón frío, un plato de sopa, dos tazas de té… Eso no es nada para ustedes.
   Afirmó el hecho con tal vehemencia que no tuve el coraje de refutarlo.
De pronto todas las miradas se volvieron hacia mí. Sentí que llevaba sobre mis hombros el peso del absurdo desayuno de una nación… Yo, que tomaba apenas una taza de café mientras me abrochaba la blusa por las mañanas.
-Nada en absoluto –exclamó Herr Hoffmann de Berlín-. Ach, cuando estaba en Inglaterra si que solía comer por las mañanas.
   Levantó la mirada y los bigotes, limpiándose las gotas de sopa de su chaqueta y chaleco.
-¿De veras comen tanto? –preguntó Fraulain Stiegelauer-. ¿Sopa y pan de levadura y carne de cerdo, y té y café y compota de frutas, y miel y té y bifes de hígado? ¿Y las señoras comen también en especial las señoras?
-Claro que sí. Yo mismo lo he notado, cuando vivía en un hotel en Leicester Square –Exclamó Herr Rat-. Era un buen hotel, pero no sabían preparar té… Ahora…
-Ah, eso sí es algo que yo sé hacer –dije, riendo alegremente-. Sé preparar un té buenísimo. El gran secreto está en calentar la tetera.
-Calentar la tetera –interrumpió Herr Rat, retirando su plato de sopa-. ¿Y para que calienta la tetera? ¡ja! ¡ja! ¡Eso sí que es bueno! Uno no se come la tetera ¿no?
Fijó sobre mí sus fríos ojos azules con una expresión que sugería mil invasiones premeditadas.
-¿Así que ese es el gran secreto de su té inglés? ¡Todo lo que hay que hacer es calentar la tetera!
Quería explicarle que ése era solo un paso preliminar, pero como no podía traducirlo me quedé callada.
La criada trajo carne, con sauerkraut y papas.
   -Me da un gran placer comer sauerkraut –dijo el Viajero del Norte de Alemania-, pero últimamente he comido tanto que no puedo retenerlo. Enseguida  me veo obligado a…
   -Qué hermoso día –exclamé, volviéndome hacia Fraulein Stiegelauer-. ¿Se levantó temprano hoy?
   -A las cinco caminé diez minutos por el pasto húmedo. Volví a la cama. A las cinca y media me volví a dormir y me desperté a las siete; entonces me lavé  “de cuerpo entero”. Volví a la cama. A las ocho me puse una cataplasma de agua fría y a las ocho y media tomé una taza de té de menta. A las nueve pedí un café de malta y empecé la “cura” . Me pasa el saurkraut, por favor. ¿Usted no come?
  -No gracias. Me parece un poco fuerte
  -¿Es verdad –preguntó la Viuda, escarbándose los diente con una horquilla al hablar- que usted es vegetariana?
   -Si, es cierto; no he comido carne desde hace tres años
   -¡In-creible! ¿Tiene familia?
   -No.
   -Ya ve, ¡eso es lo que pasa! No se puede tener chicos comiendo sólo vegetales. No es posible. Pero ya no hay familias grandes en Inglaterra hoy en día; supongo que están demasiado ocupados con sus campañas sufragistas. Ahora bien, yo tengo nueve hijos, todos vivos gracias a Dios. Chicos sanos, magníficos…aunque después de nacer al primero tuve que…
   -¡Qué maravilla! – exclamé.
  -¿Maravilla? – Dijo la Viuda con desprecio, volviendo a colocar la horquilla en la especie de pera que se balanceaba en la punta de la cabeza-. ¡Para nada! Una amiga mía tuvo cuatro al mismo tiempo. Su marido estaba tan complacido que dió una cena y los hizo poner sobre la mesa. Por supuesto ella se sintió muy orgullosa.
   -Alemania –tronó el Viajero, clavando los dientes en una papa que había ensartado con el cuchillo- es el hogar de la familia.
   Siguió un silencio comprensivo.
   Se cambiaron los platos para servir ahora carne asada, jalea de grosellas y espinaca.
   Limpiaron sus tenedores con pan negro y volvieron a empezar.
   -¿Cuánto tiempo piensa quedare? –preguntó Herr Rat.
   -No lo sé exactamente. Tengo que estar de vuelta en Londres para septiembre.
   -Por supuesto visitará Múnich.
   -Me parece que no voy a tener tiempo. Es importante que no interrumpa mi “cura”.
   -Pero tiene que ir a Múnich. No conoce Alemania si no ha estado en Múnich. Todas las exposiciones están en Múnich. Tenemos el festival Wagner en agosto, y Mozart y una colección de pinturas japonesas… ¡Y la cerveza! No sabe lo que es una buena cerveza hasta que ha estado en Múnich. Si incluso he visto señoras finísimas todas la tardes, señoras verdaderamente finísimas, tomándose así de altos-. Mostró con las manos una buena medida de cerveza; yo sonreí.
   -Si tomo mucha cerveza de Múnich sudo muchísimo –dijo Herré Hoffmann- cuando estoy aquí en el campo o en los baños, sudo, pero me gusta; pero en la ciudad no es lo mismo.
   Alentado por ese pensamiento, se enjugó el cuello y la cara con la servilleta y con cuidado se limpió las orejas.
  Una fuente de vidrio con duraznos en compota fue colocada en la mesa.
   -¡Ah, fruta! – chilló Fraulein Stiegelauer-, es tan necesaria para la salud. El doctor me dijo esta mañana que mientras más fruta pudiera comer, mejor era.
   A todas luces siguió el consejo.
   Dijo el Viajero: -supongo que les asusta también la idea de una invasión ¿eh? Sí, eso está bien. Estuve leyendo acerca de una obra de teatro que ustedes han hecho sobre el tema. ¿Usted la vió?.
   -Sí-. Me erguí en la silla-. Le aseguro que no tenemos miedo.
   -Bueno, entonces tendrían que tener miedo –dijo Herr Rat-. Ni siquiera tienen un ejército… Unos pocos muchachitos con las venas llenas de nicotina.
   -No tenga miedo –dijo Herr Hoffmann-. No codiciamos a Inglaterra. Si lo hubiéramos querido la hubiéramos tomado hace tiempo. En realidad no los queremos.
   Sacudió su cuchara alegremente mirándome por encima de la mesa como si fuera una niñita a la que el podía llamar o despedir a voluntad.
    -Nosotros, sin duda, no queremos tener a Alemania –dije.
   -Esta mañana tomé medio baño. Después, esta tarde, tengo que tomar un baño de rodillas y un baño de brazos –propuso Herr Rat-; después hago mis ejercicios durante una hora y mi tarea está terminada. Un vaso de vino y unos panes con sardinas…
   Se les sirvió tartas de cereza con crema batida.
   -¿Cuál es la carne preferida de su esposo? Preguntó la Viuda.
   -En realidad no se –contesté.
   -¿De veras no sabe? ¿Hace cuánto que está casada?
   -Tres años.
   -¡Pero no puede estar hablando en serio! Con sólo cuidar su casa una semana, siendo su mujer, tendría que haberlo sabido.
   -En realidad no se lo pregunté nunca; no le importa mucho que es lo que come.
   Una pausa. Todos me miraron, sacudiendo la cabeza y con la boca llena de carozos de cerezas.
   -No es de extrañarse entonces que se repitan en Inglaterra las cosas atroces que suceden en París -, dijo la Viuda, doblando su servilleta-. ¿Cómo puede una mujer esperar retener a su marido, si no sabe cuál es su plato preferido después de tres años?.
   -¡Mahlzit!-
   -¡Mahlzit!-.
 Cerré la puerta al salir.



[1] Algunos ejemplares de esta excelente colección suelen conseguirse en librerías de viejo a precios irrisorios. Con mucha paciencia y algo de suerte, entre otros títulos pueden encontrarse los siguientes: Cuentos completos de Germán Rozenmacher, Los trabajos nocturnos de Amalia Jamilis, Cuentos completos de Juan Carlos Onetti, La calle de los cocodrilos de Bruno Schulz, Campeón y otros cuentos de Ring Lardner, La molécula loca de J.P. Donleavy, Los avispones de Peter Handke y Segunda piel de John Hawkes